La ficción de la violencia real
El rigor y el estilo despojado de Rodrigo Rey Rosa brillan en dos nuevos volúmenes
La actitud de querer entender cambia la percepción de la realidad”. Esto dijo Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) en una larga entrevista concedida a este diario hace ahora un par de años. La frase, como en general su prosa, se opone a la provisión de la certeza abriéndose a la averiguación, que no tiene fin. Con ese riguroso tanteo, y un estilo despojado de los adornos congénitos del escritor americano, Rey Rosa ha ido construyendo una obra sólida, contundente, de una proverbial contención, cuento a cuento, novela a novela (ninguna extensa), de aparente voz neutra en la que resulta indudable el reflejo de la veracidad. No es un caso común, y menos en una tradición de poca hegemonía como la guatemalteca. Rey Rosa es escritor de amplias geografías, sustentadas en una biografía de tránsitos, de Guatemala a Nueva York, de allí a Tánger y vuelta al origen, sin desdeñar otros foros. Su iniciación en la escritura, de la mano de Paul Bowles, le procuró cierta objetividad a la que se ha mantenido fiel, complicándose hasta límites que alcanzan una perfección irrestañable. Pienso, en concreto, en el cuento ‘Otro zoo’, donde se sondea una condición poco explorada: la paternidad protectora, inútil, casi fantasmal, vencida por la amenaza. Es un ejemplo entre tantos que contiene este hermoso volumen, 1986. Cuentos completos, que se suma al publicado en 2013, también por Alfaguara, de las novelas breves reunidas en Imitación de Guatemala,y que completará otro volumen con las novelas restantes. Una propuesta editorial que consolida una obra severa, de impecable ejecución, y así agrupada es una felicitación para sus adeptos.
Cuatro textos inéditos —uno de ellos, ‘Entrevista en Ronda’, también reproducido en La cola del dragón— son las sorpresas que deparan las seis colecciones de cuentos, desde ‘El cuchillo del mendigo’ (1985) a ‘Otro zoo’ (2005), veinte años de variaciones sobre la intimidación y la violencia, persistencia que parece quebrarse en la pieza ‘Desventajas de la santidad’, un ejercicio que cede a lo burlesco valiéndose de una entrevista imaginaria a una santa actual, parodia acaso de una santa Teresa proclive a la fama y a permitirse la mentira. ‘1986’, que da título al volumen, es la odisea de un individuo trastornado que escapa de un encierro en la selva para vengarse incendiando una casona, personaje al que el autor califica de “poeta por temperamento y criminal por necesidad”. ‘Gorevent’, que cierra el volumen, recobra la violencia contando el motín de un correccional con consecuencias brutales, de sacrificio maya, en el cuerpo de un maestro que impartía allí talleres de escritura.
La cola del dragón es una miscelánea de artículos, reportajes, ensayos y crónicas, cuya parte central —consulta en destartalados archivos, datación de informes, versiones periodísticas (estatales o veraces) de las atrocidades padecidas en Guatemala— enlaza con El material humano, libro que Rey Rosa amparaba en el género de la novela (“ésta es una obra de ficción”) proponiendo puntillosamente los nombres de ciudadanos fichados, listado de delitos políticos, profesiones más comunes de los fichados, incluso faltas ortográficas frecuentes y porcentajes de suicidio. O sea, la reducción a la nota de registro en que se resuelve la maldad. En aquel libro el escritor seguía el procedimiento de transcripción literal que debía imponerse como verdad, pero los datos, aunque contundentes y fieles a los hechos, se contaminaban de ambigüedad con las páginas donde el autor incluía sus lecturas (Voltaire, Borges) que, más sutiles y precisas, llevaban lo real a un terreno indeterminado. Los textos que reúne La cola del dragón intentan, por el contrario, apartarse completamente de la ficción, y hay ocasiones en que su labor se circunscribe a copiar los documentos, dándoles así luz pública, sin la intervención del análisis o el juicio. Ese método administrativo produce, sin embargo, un efecto aterrador, pues pone más en evidencia la materia que se manipula, que grotescamente deriva, en los pronunciamientos oficiales, a cuestiones de concepto (si se trató o no de genocidio) por encima de las horribles matanzas. Con su declarada “actitud de querer entender”, Rey Rosa se abisma en los horrores de Guatemala, que, en el conflicto armado interno, según el informe Guatemala, nunca más, “señala al Ejército nacional como responsable de más del 90% de los asesinatos y desapariciones ocurridos entre 1960 y 1996, sobre todo entre miembros de las etnias guatemaltecas de origen maya”.
Estas páginas registran tanta violencia institucional (nunca descrita, simplemente anotada) que, en el reportaje que el autor dedica a Rodrigo Rosenberg (el abogado que grabó un vídeo antes de su muerte, acusando al Gobierno de su asesinato, que resultó un suicidio planificado), el escritor se ve obligado a advertir que “la lectura podría ser desmoralizadora y poco placentera”. También en estos textos destinados a periódicos y revistas, la concisión y el brillo metálico del estilo de Rey Rosa —incluso sometido a la prosa administrativa— induce al lector a indagar con él los mecanismos que ocultan la verdad.
1986. Cuentos completos. Rodrigo Rey Rosa. Alfaguara. Barcelona, 2014. 456 páginas. 20,50 euros (digital, 12,99).
La cola del dragón. Rodrigo Rey Rosa. Ediciones Contrabando. Valencia, 2014. 256 páginas. 12 euros.
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