Lauro Olmo, aquel grito contra aquella España
La obra de Olmo, 'La pechuga de la sardina', se representa por segunda vez en 52 años
Gritó en un momento en el que todavía no eran muchos los que se atrevían a hacerlo: 1963, posguerra, exilio, rencores de la división, ideas obcecadas. Y vuelve a hacerlo ahora: 2015. La realidad que el dramaturgo Lauro Olmo (Orense, 1921 – Madrid, 1994) plasmó con la precisión de quien respiraba al pueblo en La pechuga de la sardina ha sido rescatada por Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional (CDN) y Manuel Canseco, director de la obra.
'La pechuga de la sardina'
Texto: Lauro Olmo
Versión escénica y dirección: Manuel Canseco
Reparto: Manuel Brun, Marta Calvó, Jesús Cisneros, Víctor Elías, María Garralón, Nuria Herrero, Marisol Membrillo, Cristina Palomo, Amparo Pamplona, Natalia Sánchez, Juan Carlos Talavera y Alejandra Torray | Voces en off: Maite Jiménez, Cristina Juan y David Sánchez.
Teatro Valle-Inclán, Madrid, del 25 de febrero al 29 de marzo de 2015.
Repican a muerto las campanas, las viejas bisbisean para llamar a sus gatos, el aseo matutino aun no es ducha y las palanganas se ponen a escurrir cada día. Esa España y no otra, la de cada portal todavía fregado a rodilla, es la que Olmo grabó en sus libretos, en sus cuentos y en sus poemas. La realidad que reconstruyó sobre el escenario formó parte de una corriente artística, el realismo social, y de una forma de vida adherida al futuro, a la ética, a la causa progresista.
Fueron sus coetáneos —los ajenos y también los propios— los que opacaron su carrera. Los de enfrente por la crítica, los de su lado por no querer reflejarse en esa estética. Necesaria en su momento, ahora, y siempre, como tesoro antropológico y cultural; como historia y recuerdo y como asunción del pasado (y del presente). Ese rescate temporal es el que ha llevado a Manuel Canseco a ponerse al frente de La pechuga de la sardina: “Y en eso debo alabar la labor de Ernesto Caballero en la recuperación de autores de la década de los 50 y 60, comprometidos con lo que hacían y decían y que sufrieron una censura y una castración artística absurda”.
Un pequeño clásico de nuestro siglo, así es como Canseco cree que debe mirarse a Lauro Olmo: “Fue un luchador más allá de la dramaturgia, pero cuando se estrenó no tuvo el éxito que debería haber tenido. Así somos en este país, de darnos en los nudillos en cuanto destacamos en algo”. Un copia y pega metafórico al escenario de las experiencias de tres mujeres en una pensión. Juana, la dueña, víctima de un marido alcohólico del que consigue separarse; Concha, una triste joven que espera un bebé; Soledad, la encarnación del presente ya marchito.
“No. La vida no puede caminar llevando en los tobillos unos prejuicios, unos pequeños seudodogmas que, como grilletes, le dificultan el devenir”, marcó Lauro Olmo como apunte a ese texto. Prejuicios que siguen existiendo hoy, y que fueron precisamente los que relegaron la pieza. “Quedó sepultado por el desinterés, la ignorancia y el papanatismo de quienes trataban de engalanarse con el plumaje de la modernidad importando precipitadamente espurios modelos ajenos. En fin, un ejemplo más de nuestra proverbial incapacidad para valorar los mejores frutos de nuestro legado”, apunta ahora Ernesto Caballero en el documento de presentación de esta obra.
La herencia incalculable y vigente de Olmo llenará hasta el próximo 29 de marzo la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán. “Muchas veces cuando hablamos de la realidad social pensamos en grandes ciudades, el ambiente libre, la despreocupación por el qué dirán. Pero si estas historias las trasladamos a lugares más pequeños, siguen ocurriendo”, explica Canseco, acomodado en un sofá del teatro de la plaza de Lavapiés. Se refiere a la violencia de género, a los embarazos no deseados en adolescentes, a la sumisión de la mujer frente al hombre.
“Desgraciadamente no solo continúa, sino que a veces aumenta. Sirve esto para decir a la sociedad: ‘Ojo, todavía hay que solventar problemas del pasado, aprender de ellos y preocuparnos más por quienes tenemos al lado”, comenta Canseco con un deje de fastidio. “Hombre, si no hubiésemos avanzado de forma general en 50 años, sería preocupante. Pero aun así”. El director, sin ser explícito, se convierte de repente en un soldado de a pie más en esa lucha por la igualdad.
“Esta obra permite ahondar de forma intensa en el alma femenina”, espeta Canseco. Sí, lo hace, de frente en cuanto puede, de soslayo a veces. “Estamos hablando de una generación tremendamente coaccionada. Por eso se hablaba casi en parábola”, cuenta refiriéndose al diálogo entre el personaje del borracho y un hombre.
Que no hay na que pueda compararse a una gachí que se ha dao cuenta de que el fluido se le va. ¡Ahí sí que no hay pilas de repuesto! ¡De qué forma se agarran a uno! Oye, tú: ¡te juro que es un momento de mucho respeto!
De los 21 personajes de la obra original, esta Pechuga ha acabado con 12, que pondrán su trozo de vida al mosaico, y serán espejos para el público. “El teatro no debe ser una moralina, debe tener la libertad de que acabe la obra, nos marchemos a casa y lo recordemos de vez en cuando; debe existir la libertad de poder sacar conclusiones propias”, apostilla el director, con uno de sus dos oídos en el texto que, tras una puerta negra, alguno de los actores ensaya.
Hasta hace muy poco, ningún hombre se atrevió a propasarse conmigo. Me enseñaron a reaccionar, a estirarme ofreciendo un porte digno. Pero nunca me enseñaron cómo se mantiene limpia la imaginación. ¿No ha soñado usted nunca que por esa ventana, y en la hora más tensa de la noche…?
Canseco sonríe de medio lado: “Lo he dicho ya en varias ocasiones. La pechuga de la sardina no es una foto nuestra en sepia porque sería demasiado lejana, pero sí con los colores un poco desvaídos, donde todavía nos podemos reconocer”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.