Epílogo con puntos rojos
Galeristas, coleccionistas, artistas y organización andan, en su mayoría, satisfechos
Si la alegría fuera una mujer soltera, Arco, este año, se hubiera casado con ella. Galeristas, coleccionistas, artistas y organización andan, en su mayoría, satisfechos. La clave, tal vez, reside en haber encontrado su lugar en el mundo. “Ha sido una gran apuesta por los artistas latinoamericanos”, reflexiona Elena Ochoa Foster, editora y fundadora de Ivorypress. “He comentado de forma pública y privada que solo si Arco va por ese camino, como feria especializada, logrará una identidad sólida internacional frente a otras convocatorias”. O como sostiene Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía: “Siempre es un acierto invitar [este año ha sido Colombia] a un país latinoamericano en el espacio internacional en el que nos movemos”.
Pero también, a veces, hay olvidos. Jorge Mara, responsable de la galería bonaerense Jorge Mara-La Ruche, se queja de que "ninguna institución española haya prestado atención" al trabajo de Juan Batlle Planas (1911-1969). Español de origen (nació en Torroella de Montgrí, Girona), emigrado a la Argentina, y uno de los grandes del surrealismo en Latinoamérica. De hecho introdujo el movimiento en el pais sudamericano Más atento, el MoMA de Nueva York le ha comprado 17 piezas entre dibujos, collages y gouaches.
Sería imposible entender el empuje de la feria sin el compromiso de Colombia, que ha desembarcado una armada de coleccionistas
La feria nunca da cifras de ventas, pero en la edición de 2013 —cuando los chuzos caían más de punta que ahora— la Fundación Arte y Mecenazgo aportó una estimación de 26 millones de euros. Es sencillo suponer que esa cantidad se ha superado este ejercicio. Por eso Carlos Urroz, director de Arco, se refleja, como Narciso, en el espejo del júbilo. “Las galerías colombianas y latinas, además de las españolas, están muy contentas. Han tenido ventas, interés de los museos; visibilidad”, argumenta.
Palabras que acuden, como un eco, a Moisés Pérez de Albéniz, galerista navarro que peina canas en el oficio. Su polaroid de Arco surge nítida. “Hemos vendido muy bien a coleccionistas nacionales y extranjeros, esto último es algo que nos interesa mucho. Y, además, hay una buena noticia: el regreso de las colecciones institucionales españolas”. El Museo Reina Sofía ha gastado 348.884 euros en 26 piezas.
Pero sería imposible entender el empuje de la feria sin el compromiso de Colombia, que ha desembarcado una armada de coleccionistas. Casi una cincuentena en el programa VIP. Silvia Dauder, directora de la galería barcelonesa ProjectSD, refrenda la mayor, pero matiza que a ella la feria le ha ido “correctamente, lo cual no quiere decir nada. A casa no nos vamos enfadados”. Porque puntos rojos (más mentales que físicos) se han visto en Maisterravalbuena (España), etHall (España), que ha vendido una estupenda instalación de Sergio Prego, Leon Tovar (Nueva York), Lelong (Francia), Krinzinger (Austria), Jorge Mara-La Ruche (Argentina)… Incluso Steve Turner, quien viene desde Los Ángeles, está satisfecho por la presencia que han tenido sus artistas Pablo Rasgado y Camilo Restrepo. Y galeristas que abandonaron Arco como Guy Bärtschi (Suiza) o Giorgio Persano (Italia) plantean su retorno.
¿Y a los coleccionistas, cómo les ha ido el baile? Fernando Meana, Paco Cantos, Carlos Pérez, Aníbal Jozami, Jorge Pérez o Juan Bonet, entre otros, han ampliado sus fondos. Existe un sentimiento de regreso de los compradores nacionales. Aunque quizá, como relata Marcos Martín Blanco, 82 años, empresario segoviano, y dueño de una colección de pintura contemporánea con aspecto de museo, “nunca se fueron, simplemente no todos los años se puede gastar lo mismo”.
Y como todas las ediciones también ha tenido su momento de controversia. El vaso de agua del artista cubano Wilfredo Prieto que se vendía por 20.000 euros. Se me ocurre escribir que el arte contemporáneo es un lenguaje. Exige esfuerzo. Hay que aprenderlo. De otra forma resulta temerario juzgar el trabajo. Es ahí, en el esfuerzo necesario para entender ciertas propuestas del arte donde mucha gente claudica y empieza el descrédito. También recuerdo que a principios del siglo pasado Estados Unidos prohibió la importación del urinario de Marcel Duchamp porque no lo consideraba arte. “Al ser amplificado por los medios de comunicación, en lugar de contribuir a establecer una reflexión crítica sobre qué es arte y su función, la chicharra se lo come todo. Y esto me parece penoso”, comenta Borja-Villel.
Quizá sean las mismas chicharras que contaban aquello de esto “lo hace mi hijo” acerca de las obras de Tàpies o Miró. O que piensan que las fotos de Martin Parr o Nan Goldin son iguales a las que ellos toman en sus vacaciones. “Al final, un gran artista es alguien que posee un universo propio”, enseñaba Miró. De eso, de la vida y de sentir admiración por los demás trata este fabuloso viaje que es el arte y el coleccionismo. En él, cada uno debe encontrar su propio camino y criterio.
Por mi parte, cierro el diario con esta pieza y me traslado a donde habito muchos días, el blog de El PAÍS Con arte y sonante. Mezclando creación y economía. O sea, memoria y deseo.
Babelia
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