Hombre libro
Sin caer en campañas de salvamento más bien ridículas, el libro ha de reivindicarse en lo que tiene de ejercicio de rabiosa individualidad frente a la idea mercantilizada de público
El Día del Libro cobra a ratos un carácter subversivo. Convertido en un objeto sospechoso, anclado a una tecnología del pasado, no es raro que muchos se sientan miembros de una cofradía secreta por más que hoy se festeje a cielo abierto. Si en aquella distopía imaginada por Ray Bradbury, los libros estaban perseguidos por las fuerzas del orden y solo sobrevivían en la memoria obstinada, hoy planea el miedo de que nosotros seamos capaces de autodestruirnos con mucha más naturalidad de la que imaginaban nuestros profetas. Por algo hemos logrado levantar la controladora mirada de un Gran Hermano desde nuestra propia intimidad, convirtiéndonos en paparazzi de nosotros mismos, vigilantes de nosotros mismos, regalando nuestras coordenadas hasta de pensamiento para que hagan con ellas nuestro retrato robot y consintamos en convertirnos en previsibles y sumisos al moldeado ajeno.
Sin exagerar ni caer en campañas de salvamento más bien ridículas, el libro ha de reivindicarse en lo que tiene de ejercicio de rabiosa individualidad frente a la idea mercantilizada de público. Hasta el placer es degradado si consiste en recetas y fórmulas. Es el lector único quien establece una comunicación privada con quien tuvo el deseo irreprimible de contar algo desde su otra soledad de enfrente. He ahí la insumisión más indescifrable, la de construirse por dentro con tantos elementos en discusión que te permitan una barrera protectora frente a las ideas refugio. Que al desconsuelo no se le responda con autoayuda, sino aprendiendo a descifrar el desconsuelo, y a la felicidad no se llegue por receta, sino por la explosión de un instante perecedero.
Hay libros ahí fuera donde habla alguien único. Hace poco leí la memoria de Ion Arretxe sobre su detención con 21 años en la Rentería de 1985. Con treinta años de distancia, hay destilada una estampa de aquel tiempo que conmociona y perturba, pero que también ayuda a entender lo que vivimos desde una distancia sideral, como vivimos las personas, cada uno al otro lado de una pared aislante, que apenas deja oír ni apreciar a los otros. Un libro como Intxaurrondo. La sombra del nogal, vuelve a ejercer la mejor labor de un libro, quebrar un pedazo de nuestra urna de cristal, hacernos más frágiles, más inciertos, más personas.
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