Womad, idioma universal
Cáceres es la ciudad que más años consecutivos ha albergado al festival de música
Que son las músicas del mundo, sí. Pero se sube Raúl Rodríguez al escenario y parece que solo existe el flamenco. Este viernes, el cantante sevillano formó parte de la primera noche del World of Music, Arts and Dance (Womad) Cáceres, que celebra este año su vigésima cuarta edición consecutiva. “Si yo tuviera un tesoro, el campo no tendría puertas”, cantaba Rodríguez con Razón de Son, su nuevo proyecto musical con influencias mestizas, frente al público de miles que, justamente, no había tenido que pasar ninguna entrada para verle cantar en medio de la Plaza Mayor.
“Esta es como la gran fiesta de la ciudad y tú no le puedes poner precio a eso”, dijo Dania Dévora, directora del festival, justo después de que el chef Toño Pérez (dos estrellas Michelín) recitara el manifiesto de 2015, que hablaba de la mezcla cultural que se cuece en la cazuela del Womad. “Llevamos tres años con el recorte de 2012, del 38%, pero asumimos el momento difícil y agradecemos que se mantenga el festival”. Ella, que también ha organizado la edición de Las Palmas (clausurada en 2011 por falta de dinero tras 19 años), Madrid y Fuerteventura (estrenada en 2014), explica que España es el único país donde el evento sigue siendo gratuito, ya que las versiones de Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, y Chile cobran al público por algunos o todos los conciertos.
Y planea mantenerlo así. Habla orgullosa de las generaciones que han crecido disfrutando del masivo evento en el que nunca faltan niños ni abuelos. “No había escuchado de ninguno de los grupos del cartel de este año. Lo importante es venir con la mente abierta para comprender la música. A mí me interesa saber qué pasa en distintos países y este festival en particular trae a los artistas que están sosteniendo a la música en el mundo”, reflexionaba el bandoneonista argentino Dino Saluzzi, que actuó este viernes en el segundo escenario del Womad, la Plaza San Jorge.
A punto de cumplir sus 80 años, Saluzzi pedía silencio al público antes de empezar su espectáculo, con su partitura delante. El músico, que usualmente se presenta en teatros, se quedó anonadado al verse en el escenario frente a la monumental Iglesia San Francisco Javier, quizás preguntándose cómo es que el público prefería mirarlo a él. Pero ellos ya están acostumbrados.
Porque puede que el Womad haya nacido en Inglaterra en el 82, pero en ningún otro sitio se ha hecho tantas veces consecutivamente. Aquí, esto ya es una tradición. Desde días antes Cáceres se llena de músicos y artistas callejeros preparados para animar las calles aledañas al evento de cuatro días que termina este domingo. Cuando hay concierto, las familias pasan sin ninguna dificultad entre la multitud con carritos o sillas de ruedas por las escaleras y callejones de piedra que todavía mantienen el estilo de ciudad amurallada. Y los jóvenes cargan de aquí para allá garrafas de vino llenas de agua o sangría o de sus propias mezclas especiales de zumos y licores.
“La gente tiene una manera de divertirse, de escuchar la música. A veces la gente ve que están bebiendo y piensa que es un botellón, pero nosotros programamos con un enfoque hacia el respeto. Esto no es una sucesión de conciertos, es un concepto. El que viene lo hace para descubrir y nuestro público es consciente de que se hace en el casco antiguo, que es Patrimonio de la Humanidad”, explica Dévora. Su estrategia consiste en intercalar los espectáculos. Justo después de que los portugueses de Batida terminaran su divertido show en San Jorge, empezaba el ritmo caribeño traído de Trinidad de Kobo Town en la Plaza Mayor. Así, los dos escenarios separados por unos 200 pasos y varios callejones, albergaron también a los locales Alé Canalla y elautoGnomo, y al guineano Moh! Kouyaté!, manteniendo al público en constante movimiento.
Eso sí, el final estaba dedicado exclusivamente al etíope Mahmoud Ahmed y la Badume’s Band. Vestido con ropas típicas que lo hacían parecer un solemne maestro de ceremonias, el famoso exponente del ethio-jazz, puso a saltar al público que seguía con ánimos a la una de la madrugada después de siete conciertos. “¡¿Saben lo que es Erè Mèla Mèla?!”, preguntó en inglés casi al final de su actuación el artista que en realidad solo habla fluidamente etíope. “Yo les voy a enseñar”. Sin una palabra de español, el cantante de 74 años infectó con sus ritmos melancólicos al público, que quedó cantando a coro un infinito Mèla Mèla cuando él ya había bajado del escenario. Cerraba así el Womad, comprobando una vez más –si es que hacía falta- que el idioma universal más entretenido es la música.
Babelia
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