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El rapero que no se callaba

Kanye West, uno de los hombres más poderosos del negocio, anuncia su intención de presentarse a presidente de EE UU; una rareza más en su camino

Jorge Restrepo

Ha pasado una semana de la entrega de los Video Music Awards y todavía rebotan los ecos del soliloquio de Kanye West. Ya saben que el rapero concluyó su largo parlamento con un contundente “he decidido presentarme a presidente en 2020”. Fue un riesgo calculado por parte de la cadena MTV: ceder un micrófono a un artista con fama de bocazas y antecedentes como saboteador de ese tipo de ceremonias.

En verdad, estamos ante una de sus especialidades. Inicialmente, Kanye solía protestar al ver sus discos ninguneados en los abundantes premios que animan el calendario del negocio musical. Pero, en 2005, durante un concierto en ayuda de las víctimas del Katrina, emitido por NBC, lanzó una bomba atómica: acusó de racismo al entonces presidente de Estados Unidos (“a George Bush no le importa la gente negra”). Aunque luego debió pedir disculpas al ocupante de la Casa Blanca, aprendió la lección: una transmisión en directo te permite atrapar la atención del país.

Lo repitió con impunidad: en los galardones MTV de 2009, saltó al escenario para reclamar que Beyoncé se merecía una estatuilla más que la ganadora al “mejor vídeo femenino”, Taylor Swift. A principios de 2015, también en defensa de Beyoncé, irrumpió en el escenario de los Grammy cuando se otorgaba el premio gordo de la noche a Beck.

Kanye es un perfecto anzuelo para marcas de alta gama. No tiene pudor en platicar sobre sus pactos con Louis Vuitton y su pasión por Mercedes Benz

Una sospecha: los organizadores no hacen mucho por evitar esos incidentes; saben que no hay nada mejor para los ratings y el alboroto mediático. De repente, el jefe de prensa de Obama está bromeando con el “candidato rapero”. Hasta el fenómeno entre los republicanos, Donald Trump, alaba a Kanye: “Es una persona muy diferente a lo que la gente piensa. Espero competir con él en algún momento”.

Por una vez, Trump dice algo sensato. Visto desde aquí, Kanye puede confundirse con uno de tantos monstruos de la era del infotainment. Aparte de sus arrebatos en público, tiende a pelearse con los paparazis y está casado con la celebrity por excelencia, Kim Kardashian, la reina de Instagram. Con semejantes antecedentes, se tiende a considerarlo como otro bicho del circo digital.

Y no. Tal vez nunca alcance la genialidad que le gusta proclamar (“aspiro a ser mejor que Picasso”), pero sí encarna un atractivo modelo de artista: precoz, voraz, abierto a las colaboraciones, ansioso de asimilar todas las músicas, preparado para probar otras tareas (realización cinematográfica, diseño de moda, empresario y ¿político?).

Sus hinchas mencionan el ‘efecto Schwarzenegger’, que usó su fama para convertirse en gobernador de California

Para calibrar su singularidad, recordemos que Kanye West (Atlanta, 1977) salió a la luz pública prácticamente al mismo tiempo que 50 Cent, aquel rapero que alardeaba de haber sobrevivido a un intento de asesinato en el que recibió nueve balazos; tal dato le proporcionaba credibilidad en la violenta liga del gangsta rap, entonces dominante. Por el contrario, Kanye no escondía que procedía de la clase media: padre fotógrafo y madre catedrática. De hecho, presumía de su educación, se vestía como un estudiante pijo y bautizó sus primeros lanzamientos con términos de la vida universitaria (The College Dropout, Freshmen Adjustment, Late Registration, Second Semester, Graduation).

Se exponía al ridículo o incluso a alguna “lección” desagradable. Pero Kanye rápidamente estableció una alianza con Jay-Z, el hombre más poderoso del negocio (y esposo de Beyoncé, no lo olviden). Consiguió su plácet para dejar las labores de productor de alquiler y transformarse en artista. Ha funcionado: Kanye está en lo alto de la primera división del hip-hop, con la particularidad de que atrae también al público alternativo.

Conviene mencionar que West modifica su sonido con regularidad (¡imposible aburrirse!). Juega con las voces, incluida la suya. Mima los elementos melódicos en una música generalmente marcada por el ritmo: se ha ido de gira con una sección de cuerdas. En sus letras, enriquece el estereotipo del rapero.

Desde luego, celebra su poder adquisitivo y sus gustos sibaritas. Pero entre el flujo de versos hay hueco para momentos introspectivos y reflexiones sobre problemas sociales. Al final, Kanye controla los tópicos de la autoayuda mejor que la jerga del gueto. Tiene un cierto complejo de Jesucristo: para una portada de Rolling Stone, se fotografió con una corona de espinas.

El rap, ya lo saben, es un campo perfecto para los ególatras. También obedece a una economía muy peculiar: los discos tienen una elaboración muy costosa, sin entrar en su mercadotecnia, que requiere millones. El verdadero dinero está en los patrocinios, en las líneas de ropa, en las inversiones extramusicales. Con sus gustos exquisitos y su sonido resplandeciente, Kanye es un perfecto anzuelo para marcas de alta gama. No tiene pudor en platicar sobre sus pactos con Louis Vuitton y su pasión por Mercedes Benz; pasa de puntillas por sus pinchazos, como la participación en la cadena Fatburger o el sigiloso cierre de su fundación, que llevaba el nombre de su madre, fallecida tras una operación de cirugía estética.

Con todo, le va muy bien, gracias. Le calculan una fortuna de 150 millones de dólares y seguramente evitará los errores de otros colegas: este año, 50 Cent, su antiguo competidor, se declaraba en quiebra, a pesar de haber coescrito un libro para empresarios llamado La ley 50, que prometía las claves para “alcanzar las cimas del poder”.

Hablando del poder: ¿tiene Kanye alguna posibilidad de aspirar a la presidencia de EE UU? Escasas, por decirlo benévolamente. Sus hinchas mencionan el efecto Schwarzenegger, actor que usó su fama para convertirse en gobernador de California. La estrategia de Arnold pasó por ignorar el circuito político, evitar comprometerse con un programa y centrarse en entrevistas amables, donde vendió su imagen de triunfador hecho a sí mismo. Pero ocurrió en unas circunstancias excepcionales: un referéndum revocatorio contra un gobernador extremadamente impopular, que había llevado el Estado al precipicio financiero.

Kanye no podría evitar el calvario de unas primarias por territorios muy alejados de su mundo. Con su mecha corta y su tendencia a irse de la lengua, no duraría mucho en semejante ecosistema. En comparación con el juego duro de la política, las actuales peleas entre raperos —las llamadas beefs— son una broma.

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