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Vetusta Morla, el mayor triunfo del ‘indie’ español

Nació a finales de los noventa cuando la música independiente cambió en España Hoy, el grupo llega a audiencias masivas

Isabel Valdés
Los miembros de Vetusta Morla posan en la Gran Vía de Madrid.
Los miembros de Vetusta Morla posan en la Gran Vía de Madrid.CARLOS ROSILLO

Una semana en el motor de un autobús, el cuarto disco de Los Planetas, había salido a la venta unos meses antes. Ya sonaban en la radio desde hacía casi un lustro, pero ese álbum fue clave en la consolidación de esa extraña etiqueta llamada indie, ahora en boca de todos. Aquel verano, en un instituto de Tres Cantos, en Madrid, empezaba algo entre Guillermo Galván, Juan Pedro Pucho Martín, Jorge González, David El Indio García y Alejandro Notario. A finales de ese año, llegó Juan Manuel Latorre y Álvaro B. Baglietto sustituyó a Notario cuando se marchó tiempo después. Fueron entonces los mismos seis que comenzaron con “la ingenuidad, las ganas de progresar y las carencias de quien está aprendiendo algo, y el apoyo mutuo para suplir esas últimas”, y que “se siguen necesitando”, según Pucho. Era 1998 y el principio de Vetusta Morla.

Una canción por cada año de nuestra vertiginosa e ininterrumpida Historia
Una canción por cada año de nuestra vertiginosa e ininterrumpida Historia

Ahora es octubre de 2015. Un café solo. Una Coca Cola. Dos. No hay batidos, otra Coca Cola (Zero) que después de unos segundos acaba siendo una infusión de jengibre. Pucho, Latorre, Galván y David El Indio se sientan en torno a una mesa. Lanzan su nuevo disco, 15151, a la venta desde el próximo domingo con EL PAÍS. Rebobinan. 17 años puede ser mucho o poco tiempo; entre ellos, el necesario para conseguir algunas de las cosas que inevitablemente son, sin varitas mágicas, sin fugacidades. Dos discos de oro por Mapas (2011) y La Deriva (2014), platino por Un día en el mundo (2008); capaces de reventar el Barclaycard Center de Madrid, y creadores de una idiosincrasia que ha llevado lo que para muchos representan —léase música indie— más allá de previsiones o perspectivas.

Hijos de la ola independiente de los noventa tras Los Planetas, Surfin’ Bichos, Niños Mutantes, Lagartija Nick o Manta Ray, Vetusta Morla son coetáneos de Lori Meyers, Sidonie o Love of Lesbian, pero han ido mucho más lejos de lo que alcanzaron todos los demás, incluidos Los Planetas, eslabón indispensable del indie en España. A estas alturas, el reinado del sexteto es indiscutible en alcance, ventas y público.

Todo ha sido, y sigue siendo, a golpe de cortos plazos. “Te planteas objetivos inmediatos. En aquel momento era hacer una canción, tener cosas que tocar y sitios donde hacerlo”, apunta Galván. Spotify no había nacido. Ni YouTube. Había casetes y la necesidad de echar a rodar. “Fue lo más costoso durante mucho tiempo”. Aquel otoño Vetusta Morla se hizo oficial como nombre, hubo otros, que solo duraron 48 horas y que ni siquiera recuerdan, y algunos como La Quimera de Oro y Látex. Fue lo que fue, finalmente; a Galván se le ocurrió y el resto votó. “Fue la primera votación de la república Vetusta”. Alguien bromea con que también podría haber sido Auryn —en referencia al lenguaje de La Historia Interminable, de dónde salió el nombre—. “Hostias, no”, es la inmediata respuesta de Pucho.

Vetusta Morla en enero de 2004.
Vetusta Morla en enero de 2004. Álbum personal de Guillermo Galván

Hicieron sus primeros bolos y Pucho se marchó y volvió de Londres. Empezaron las fiestas de barrio, los escenarios pequeños, el trabajo de hormiga: coger tablas, aprender y conocerse como grupo, la primera maqueta, 13 horas con Lucy. Comenzaban los 2000. Fueron años “jodidos”. Durante los cuatro primeros de aquella década estaban terminando la universidad, empezando a trabajar, y sobre todo, decidiendo qué hacían con su vida y qué compromiso adquirían con la banda.

Fue en 2004 cuando se sentaron a verse por primera vez en televisión, de madrugada en un salón, en los Conciertos de Radio 3. “Fue la primera vez que preparamos algo tan a conciencia, el primer atisbo de profesionalización”. “Seguro que también nos pusimos a criticarnos. Además cuando nos presentaron dijeron la cuadrícula del círculo…”, recuerda Latorre. A lo que Pucho contesta: “Sigue pasando, Profetas del mañana, Un lugar en el mundo, A La Deriva. Es nuestro sino”.

Su destino era el paso lento pero seguro. “Para sentar las bases”, anota Galván. Ya pisaban algún estudio, conocieron al productor David Hyam. “Empezamos a sentirnos Vetusta Morla, teníamos un estilo propio, comenzaba a haber reseñas del grupo”. Fue entonces cuando llegó el pacto. Estaban en Beirut, en la casa otomana Zico House donde se hizo el Festival Internacional Anti-Crise, y “sobrecogedor” es la palabra que comparten para definirlo. “Se oían los cantos de las mezquitas cada hora, y el imán salía a llamar al rezo”, recuerda Galván. Allí, en la azotea, entre el ruido electrónico de un grupo canadiense y los restos de alguna performance, hicieron aquel cruce de espadas: el compromiso firme de estar dispuestos a dejar lo demás si el grupo funcionaba, a hacer sacrificios. “Ahora suena ventajista decirlo, pero todos pensábamos que aquello podía ir hacia delante, y que podíamos hacer música y ganarnos la vida con ella”. No fallaron en la predicción.

El siguiente paso fue Mira, un EP que se publicó en enero de 2005 y que fue su primera “obra consciente”, como la llama Latorre, “la primera de estudio, creada como un conjunto y con un lanzamiento oficial”. Llenaron la madrileña sala El Sol con un concierto a un euro la entrada. Mira también significó el primer paso en la autogestión y acabó formando parte de Un día en el mundo (2008), ese disco que pasó meses de cajón en cajón y que lo cambió todo. “Empezamos a tener asignadas funciones que iban más allá de la música y que luego han sido en parte nuestros trabajos en Pequeño Salto Mortal”.

Una de las imágenes que el fotógrafo Martin Page realizó en el backstage de uno de los conciertos de la 'Gira La Deriva'.
Una de las imágenes que el fotógrafo Martin Page realizó en el backstage de uno de los conciertos de la 'Gira La Deriva'. @martinpagefotografia

Su productora

Tanto se ha hablado de la lírica de Vetusta Morla que resulta difícil no ver un guiño en los nombres que han elegido para sí mismos. La calma de Morla, aquella tortuga parsimoniosa de La Historia Interminable, y la acrobacia con riesgo en Pequeño Salto Mortal, su propia productora. “No había en aquel momento hueco para nosotros en las discográficas y fue la única manera de sacar nuestra música”, explica Latorre. Ni siquiera en las independientes Elefants Records o BMG. Sus cifras, hoy, seguro que hacen chirriar alguno de aquellos cajones por los que pasó Un día en el mundo, con más de 55.000 copias vendidas. Más de 37.000 de Mapas (2011) y casi 30.000 de La Deriva (2014). También sus fans, consagrados a un sexteto de directo impecable, rozan el medio millón de entradas en la gira de su último disco; algunos de los vídeos de su canal en YouTube superan los tres millones de visualizaciones; y apenas quedan entradas para el concierto de los próximos 20 y 21 de noviembre en el Barclaycard Center.

Desde 2008, la historia del grupo ha recorrido todos los canales posibles de comunicación. Han cruzado el Atlántico, son cabezas de cartel de la mayoría de festivales y caldo de cultivo y empuje de otros nombres crecidos al abrigo de su éxito, como Izal o Supersubmarina. Nada fue de repente. Desde los cinco espectadores en la sala Clavicémbalo de Lugo en mayo de 2005 hasta los 15.000 del pasado mayo en Madrid no pasó un suspiro, sino casi dos décadas de prueba y error, de saltar al vacío sin saber si al otro lado habría una ovación. Es la digestión lenta del trabajo diario lo que les permite seguir preocupándose por el próximo directo o cómo terminar un tema, aunque 15.000 personas coreen sus canciones —letras y acordes—.

“Son las pequeñas cosas las que te mantienen alerta, esas dosis de adrenalina que nos vamos poniendo delante, a veces con la venda, aunque luego siempre sale bien, porque al final el equipo experto en remontadas sale al ataque”, espeta Pucho. Funcionan por ese pulso creativo que solo late en quien dedica su vida a lo que realmente ama, aunque lea sensiblero. “No decimos: ‘¡Eh, tío! Hay ahí 20.000 personas, venga, saca el güisqui’. No. Somos conscientes de lo que hemos querido tener y cómo. Si luego funciona o no escapa a nuestro poder. Lo importante es seguir siendo acción y no reacción. Solo así Vetusta Morla seguirá siendo independiente, distinto. Bien o mal, pero a nuestra manera”, sentencia Galván.

Según Latorre quizás ayudó que el éxito no llegara cuando tenían veintipocos, sino que se acercaban a la treintena. Según Galván, es de todos: “Del público, del tiempo, del momento en el que aterrizamos, el cambio en la sociedad, las nuevas tecnologías… han sucedido muchas cosas. Somos parte, sí, pero no la única parte”. Como en Baldosas amarillas, ellos siguen, “como un funambulista imbatible, dibujando en braille los pasos del siguiente mortal”.

¿Y ahora?

8 de noviembre. El nuevo disco, 15151, saldrá a la venta con EL PAÍS, un mes después llegará a las tiendas.

20 de noviembre. Sale a la venta la edición de La Deriva para Alemania, Suiza y Austria, el único lugar donde conseguir sus dos últimos temas, Puntos Suspensivos y Profetas de la mañana, fuera de las plataformas web.

20 y 21 de noviembre. Cierre de la Gira La Deriva en el Barclaycard Center (Madrid).

27 de noviembre. Sale a la venta el MTV Unplugged que Enrique Bunbury grabó en México el pasado septiembre y en el que participó Vetusta Morla con un dueto en el tema Planeta Sur.

Del 28 de noviembre al 3 de diciembre. Gira en Alemania de La Deriva: Berlín, Hamburgo, Bochum, Köln y Frankfurt.

2016. "Un par de proyectos que no podemos contar".

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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