Ramón Masats: “He sido un robador de imágenes”
El fotógrafo, miembro de una generación irrepetible, repasa su trayectoria de medio siglo
Se abre la puerta y un hombre alto, corpulento, con pelo blanco alborotado, bigotón y camisa vaquera abierta que deja ver una camiseta negra invita a entrar: "¡Adelante!". Ramón Masats, nacido en 1931 en Caldes de Montbui (Barcelona), es la memoria de una generación extraordinaria de fotógrafos españoles que, desde Barcelona y Madrid, en los años cincuenta, situaron a la fotografía española en la modernidad. Premio Nacional de Fotografía en 2004, hoy retirado —tampoco cocina, con lo bien que se le daba, cuentan—, no hay en las paredes de su casa en Madrid ni una foto de su medio siglo de trayectoria, "no por humildad", asegura, sino porque la fotografía es para "imprimirla y tocarla". Lo que cuelgan son los óleos que le regalaron miembros del Grupo El Paso, a los que retrató. El poeta José Manuel Caballero Bonald dijo de su obra que posee "el distintivo de un maestro" y Antonio Muñoz Molina escribió que Masats "hace ver de otra manera los lugares vacíos en los que parece que no pasa nada".
Pregunta. Fue un niño de la Guerra Civil. ¿Qué recuerda de aquello?
Respuesta. Mi familia tenía una tienda de bacalao, y hambre no pasábamos, pero veíamos cómo vivía la gente. En los bombardeos, los vecinos venían a refugiarse al sótano de la tienda. Ahí sí me asustaba mucho.
Media vida con el objetivo
-Ramón Masats nació en 1931 en Caldes de Montbui (Barcelona).
-Ha sido distinguido entre otros premios con el Bartolomé Ros a la mejor trayectoria, que concede PHotoEspaña (2001); y el Premio Nacional de Fotografía (2004).
-Su obra está en las colecciones del Museo Reina Sofía, la Real Academia de San Fernando y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
-Entre sus libros destaca Neutral corner (1962), Los Sanfermines (1963), Viejas historias de Castilla La Vieja (1964), España diversa (1983), Toro (1998) y Cuenca en la mirada (2005).
P. La fotografía lo apartó de aquel puesto de bacalao.
R. Para gran disgusto de mi padre. Cuando me vine a Madrid [en 1957] me dijo ‘ya volverás’… , pero no volví.
P. Solo cuando murió su padre contó cómo compró su primera cámara.
R. En Lérida, mientras hice la mili, le sisaba dinero a mi padre. Yo compraba la revista Arte fotográfico y al final del servicio militar me sobraba dinero y me dije ‘¿en qué lo gasto?’, y pensé que la fotografía podía ser divertida. Pero en casa tuve que decir que la cámara me había tocado en una tómbola.
P. Y comenzó a hacer fotos.
R. Empecé con las tonterías de las fotos familiares, del perro… en Terrassa había un grupo de fotografía en el casino. Fui allí y me enseñaron mucho. Después me metí en la Agrupación Fotográfica de Cataluña, donde conocí a Ricard Terré, Oriol Maspons, Xavier Miserachs… éramos los malos de la agrupación porque huíamos del salonismo, de las fotos relamidas. Era una relación de amistad, hablábamos de mujeres, de fotografía y nos enseñábamos las cosas que hacíamos. Yo tenía dudas si lo mío era la fotografía estática o el reportaje. Para probar, me fui a los Sanfermines. Les enseñe ese trabajo y me dijeron: ‘Por aquí no vas nada mal’. Oriol me comentó que para Gaceta Ilustrada en Barcelona ya trabajaban ellos, pero habló con el director de la revista en Madrid y me vine en 1957.
P. De aquel y otros dos viajes a Pamplona nació el libro Los Sanfermines (1963), un hito de la fotografía española.
R. Me acogió muy bien una peña, tanto que me emborrachaba con ellos cuando acababa de hacer mis fotos del día.
P. Más de 30 años después volvió a ese tema con Toro, libro con textos de Joaquín Vidal, crítico taurino de EL PAÍS.
Siempre me han gustado los tópicos, pero para sacarles punta
R. Un tío cojonudo… Cuando me propusieron hacer un libro sobre el toro, pedí que fuera él. Yo he sido aficionado a los toros, aunque para mí se acabaron con Curro y Rafael de Paula. Joaquín me asesoró, él quería que las fotos reflejasen al toro de verdad. Hubo fotos muy buenas que desechamos porque no representaban lo auténtico.
P. Usted formó en Madrid junto a otros fotógrafos el grupo La Palangana. ¿Qué era aquello?
R. Sí, con Gabriel Cualladó, Francisco Ontañón, Paco Gómez, Leonardo Cantero… y un pintor, Joaquín Rubio Camín. Quedábamos en los bares y hablábamos de cine, fotografía… El nombre lo puse yo porque me pareció muy absurdo. Salíamos los domingos a hacer fotos. Nos reuníamos en un bar, desayunábamos y luego iba cada uno por su sitio y volvíamos al aperitivo. Fue una gran etapa de la fotografía española.
P. ¿Qué era lo más difícil de fotografiar?
R. No encontré nada complicado. Hacía de todo, reproducir cuadros, niños que iban a la iglesia con sus madres… A mis amigos les decía, si tenéis un bautizo o una comunión o una boda, pedídmelo porque me gustaría hacer las fotos. Pensaba que mientras lo hacía podría surgir una foto válida… hoy no podría porque la gente ni se casa, casi ni tiene niños [risas].
P. Hay quien ha comparado su mirada con el cine neorrealista.
R. Me gustaba mucho el cine y quizás ese neorrealismo se refleja en mi fotografía. Pero no he hecho sangre de la miseria. Íbamos al barrio del Somorrostro, en la Barceloneta, y miseria, la que quieras, pero no incidía porque era lo fácil. Me gustaba hacer cosas laterales. Yo he sido muy intuitivo y siempre me han gustado los tópicos, los toros, las procesiones… era feliz entre la marabunta, pero lo difícil es de un tópico hacer algo distinto, sacarle punta.
P. La actitud del fotografiado era distinta de la de hoy.
R. Con razón. Tienen derecho a saber qué se va a hacer con su imagen, pero entonces eso no lo pensaba nadie. Yo era amable, pero ahora la gente está resabiada. Una vez vinieron unos editores de Estados Unidos que querían hacer algo sobre España y me contrataron. Me sorprendió que me dijeran ‘haz la foto a aquella mujer, pero antes hay que pedirle un permiso firmado’. Yo les decía, dejadme hacer la foto y luego le pido el permiso, porque si no, se pierde la espontaneidad. Siempre he sido muy discreto trabajando, procuraba no llamar la atención y pocas veces entablaba confianza con la gente. Era más bien un robador de imágenes.
P. ¿Cómo fue lo de Magnum?
R. Fui a París y les enseñé fotos. Me dijeron: ‘Está muy bien, pero necesitamos un reportaje’. Volví a Terrassa y le pedí a mi padre que me subvencionara, y me dijo que ni hablar. Ahí quedó todo.
P. En 1960 hizo su foto más célebre, de la que acabó harto, la del cura con sotana que se estira a lo Casillas para intentar detener un chut.
R. Todo el mundo me pide la foto del cura… Fue un reportaje que me encargaron del seminario de Madrid. Estaban esos curas con sotana jugando al fútbol y salió…
P. A comienzos de los sesenta le encargaron las imágenes para dos libros con textos de Miguel Delibes e Ignacio Aldecoa.
R. Delibes tenía el texto de Viejas historias de Castilla la Vieja y yo reflejé ese mundo. Fui a Valladolid y con un 600 recorrimos Tierra de Campos y me presentó a gente. Con Ignacio el proceso fue al revés para Neutral corner, sobre boxeo. Me dijo: ‘Yo hago los textos después de ver tus fotos’. Yo era aficionado y él me enseñó gimnasios y el ambiente. La relación con los dos fue muy buena, pero no me gustaba ir más allá para no meterme en su trabajo.
P. ¿Por qué dejó en 1965 la fotografía y se pasó al cine y la televisión?
R. Fui siempre director, no cámara. Hice cosas como el documental El que enseña, sobre un profesor. Una película, Topical Spanish (1970), una coña sobre grupos musicales. Y había en Televisión Española un programa de música y sin texto para el que me propusieron hacer algo. Hice la isla de Lanzarote con música de Luis de Pablo, pero cuando lo vio Adolfo Suárez [entonces director general de Radiotelevisión Española] llamó al director de TVE y le dijo: ‘Como vuelvas a hacer una mariconada así, te echo’… y tenía razón [risas].
P. Cuando volvió a la fotografía a comienzos de los ochenta ya fue en color.
R. Me llegó una proposición de la editorial Lunwerg para hacer libros sobre España. La verdad es que no noté diferencia con el blanco y negro, quizás mis fotos fueron más entonces por la huella del hombre en el paisaje y menos por la parte humana. Me recorrí España en 40 días, una paliza, aunque siempre he sido un gran vago. Mi mentalidad ha sido: me dan un trabajo y con ese dinero puedo estar tres meses sin hacer nada. Trabajaba como una mula para poder ser luego un vago.
P. No le ha interesado montar exposiciones, aunque hay obra suya en el Reina Sofía, la Academia de Bellas Artes…
La fotografía no tiene por qué exponerse, sino verse en libros
R. Es verdad. Solo cuando me las ofrecían. Para mí, la fotografía no tiene por qué exponerse, sino verse en libros. Los que hacen las cosas para que se vean en los museos no son fotógrafos que me gusten. Mira, el problema de la fotografía es que se pueden sacar copias y eso hace que se devalúe. En el arte, lo que se valora es la exclusividad y eso no está en la fotografía. Claro que me gusta que se exponga mi obra, pero yo no soy un artista, soy un artesano.
P. En 1999 llegó su gran retrospectiva, en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid. A partir de ahí empieza a dejar la fotografía.
R. Se me pasaron las ganas, tengo las cámaras, pero las voy a vender. Antes iba por la calle mirando qué foto podía hacer, ahora, por mi edad, voy mirando al suelo para no darme una hostia [risas]. Ya no tengo la fotografía en mi cabeza, es como cuando pierdes la fe.
P. ¿Qué fotógrafo español le gusta más?
R. El mejor que hay es Chema Madoz. Su fotografía es inteligente.
P. ¿Y qué le parece la fotografía actual?
R. Lo veo un mundo confuso, hay mucha paja. No, estoy para nada en contra de lo digital, pero una cámara es un aparato que tú dominas. En mi época, era más fácil destacar, había menos fotógrafos y si valías, salías adelante. Hoy, cuando doy una conferencia y me piden un consejo a los jóvenes fotógrafos les digo que lo dejen y se hagan aviadores... u otra cosa".
El retrato a Franco
"Unos arquitectos iban a remodelar la Caja de Ahorros de Huelva y querían fotos de la provincia para decorarla. Entregué el trabajo y al cabo de un tiempo me llamaron para decirme que al director de la Caja le gustaría tener un retrato mío de Franco y que me iban a llamar del Pardo. Yo no tenía interés ninguno, pero fue una foto que no pude rechazar", dice Masats. "Fui a hacerlo un día que pasaban las nubes y el sol, así que yo tardaba en hacer las fotos porque tenía que tomar la luz muchas veces. Entonces, Franco me dice ‘póngase usted a la cámara y yo le aviso’. Me decía ‘que viene una nube’, y yo cambiaba el diafragma, ‘que viene el sol’, y otra vez lo cambiaba, así estuvimos…".
Babelia
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