Antonio Giménez Rico, contador de historias
El director y guionista recuerda sus problemas con la censura
Este director de 77 años se aficionó al cine desde niño, aunque como precisa “no era una afición, sino una pasión”. Pero Antonio Giménez Rico jamás pensó en que podría dedicarse a ello “siendo como era un chico de provincias sin contactos con nadie”. Hasta que vio una película que fue para él “como la conversión de san Pablo de Tarso”: Plácido,de Berlanga. “Comprendí que se podía hacer un cine cercano que no tenía que ser como el de John Ford, popular sin ser vulgar, divertido sin necesidad de ser chabacano, crítico sin ser solemne. Así que me fui a Madrid a intentar meterme en el cine. Tenía claro que lo que tenía que hacer era aprender el oficio y traté de meterme en un rodaje”.
Y eso hizo: en 1963 se enroló como meritorio en la primera película de Antonio Mercero, Se necesita chico, e hizo tantos méritos que fue ascendido a ayudante de dirección para Los cien caballeros, de Cottafavi. De ahí a dirigir su primera película sólo había un paso. Y esa fue El hueso, que proponía una coña sobre El Cid Campeador, burgalés como él. “Tuve muchos problemas con la censura, incluso me prohibieron rodar en los escenarios naturales para que no se reconociera la historia. La película no fue un gran éxito pero tuvo una carrera comercial normal y pude hacer la siguiente, El cronicón”. En esa ocasión a Giménez Rico no le fue mejor con la censura, ya que en clave de farsa pretendía tomar a chufla a los Reyes Católicos y el descubrimiento de América. “Lo mío era derribar mitos de la cultura española”, admite. No le dejaron que los personajes fueran los reyes, sino sólo unos condes imaginarios, ni que el marido fuera impotente porque, según un censor, “estaba prohibida toda clase de aberraciones sexuales”. El cronicón irritó a la censura. “El humor les molestaba y así se lo dije a Berlanga cuando me reprochaba no haber seguido ese camino. Yo estaba de acuerdo en que el humor es un instrumento penetrante e incisivo y que la ironía es el mejor bisturí para analizar la sociedad, pero tuve tantos problemas con la censura que decidí hacer desde entonces dramas y melodramas”.
Películas de encargo
Entre otras películas, adaptó al cine novelas de Miguel Delibes como Retrato de familia (basada en Mi idolatrado hijo Sisi) y El disputado voto del señor Cayo; Las ratas, de Felipe Trigo; Jarrapellejos y Primer y último amor, ambas de Torcuato Luca de Tena, y también ha dirigido historias originales, una de ellas, Soldadito español, escrita con Rafael Azcona: “Con nadie he aprendido tanto. Su obsesión era construir bien la historia, que las películas tengan una sólida estructura y que la acción vaya en progresión. Es lo que me enseñó. Al espectador hay que entretenerlo con habilidad narrativa”.
Reconoce que nunca ha hecho las películas que quería “sino las que podía aunque, eso sí, nunca las que no quería. De los 17 largos que he dirigido casi todos han sido de encargo. Me motivan especialmente las que no me gustan, son como una especie de reto a ver si con mi estilo, mi forma personal de contar, puedo hacer que me interese, como hacía Buñuel en su época mexicana con los melodramas que le encargaban”.
Un proyecto insólito en la carrera de Giménez Rico fue el docudrama Vestida de azul. Lo recuerda con mucho cariño: “En los años de la Transición proliferaron los travestis y había un local en Madrid, Centauro, donde iba todo el mundo a tomar una copa y ver las imitaciones de Lola Flores o la Pantoja que hacían. Pensé que con lo escaso que estaba entonces el trabajo, la decisión de convertirse en mujeres complicaría aún más su vida, y decidí hacer una película de ficción. Contacté con ellas y me sorprendió que se abrieran sinceramente y me contaran sus vidas; entonces resolví que era mejor hacer un documental y que lo contaran ellas mismas. Seleccioné seis historias, las rodamos de forma barata durante mucho tiempo y el resultado tuvo tanto éxito que se ha convertido en una película de culto; cada vez más me llegan revistas de países remotos con análisis de la película. Unos 10 años después los productores me propusieron hacer una secuela, pero al volver a vernos me encontré con historias muy patéticas, trágicas incluso, y decidí no hacerla”.
Expresidente de la Academia de Cine y profesor en la Escuela de Madrid, este hombre parece tener tiempo para todo. Su última película, El libro de las aguas, de 2008, apenas se ha visto ya que “la productora ajustó mucho el coste, le llegó solo para la producción y ahora no tiene dinero para promocionarla. Pero ya se verá”. Seguramente veremos también Inquietud en el paraíso, el proyecto basado en la novela de Óscar Esquivias en que viene trabajando desde hace varios años. “Iba a hacerla TVE pero un buen día me llamó su entonces presidente para decirme que como era un proyecto que trataba de la Guerra Civil, aunque de manera tangencial, él no era partidario de volver a tocar ese tema. Literalmente me dijo: ‘Estoy de la Memoria Histórica hasta los cojones’. Pero como la novela es espléndida, el guion tiene mucho interés y no pasa de moda puede que dentro de un tiempo, si cambian los aires para este tipo de proyectos, pueda hacerla, aunque lo malo es que ya me coja en silla de ruedas”.
Y mientras tanto escribe, “pero como no sé si podrá ser una película, lo voy a convertir en novela, aunque para eso no tengo el oficio. Para hacer un guion sí que lo tengo”. Y aún más, con las enseñanzas del maestro Azcona.
Babelia
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