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Jean Sibelius, visto de cerca

El compositor finlandés y su obra han sido pasto de clichés que conviene desterrar por falsos y simplistas

Sibelius, en torno a 1890
Sibelius, en torno a 1890

El pobre Sibelius vivió en tiempos difíciles que convirtieron su música en algo que no era. Nació en Rusia y hablaba sueco, algo muy duro de admitir para los finlandeses. Al fin y al cabo, es nuestro héroe nacionalista. Hoy día incluso los populistas liberales escuchan su música al tiempo que abrazan la bandera finlandesa y ven partidos de hockey sobre hielo.

Cuando Sibelius llegó de la periférica Hämeenlinna a la ligeramente menos periférica Helsinki, un puñado de intelectuales se habían inventado la gran idea de algo llamado Finlandia. Como a Sibelius le encantaban la buena comida y las bebidas alcohólicas de primera (nunca bebía cerveza ni nada barato), se sentaba siete días a la semana en el único restaurante de Helsinki, el Kämp, y se veía obligado a escuchar la propaganda nacionalista.

En lo más profundo de su mente sabía que todo aquel parloteo no era para él. A los 10 años ya se había dado cuenta de que era un genio. En aquella época, genio era sinónimo de artista. Si querías ser un artista internacional, eras un genio, así que se tuvo por un genio con toda naturalidad y, finalmente, todos los demás hicieron lo propio.

A Sibelius siempre le preguntaban de qué trataba su música. “Música pura”, respondía, como Brahms

Y era un genio. Como compositor, eso significa que puedes crear música que suena como algo único. La música de Sibelius es reconocible; tiene ese sabor personal distintivo. Lo mismo sucede con todos los genios, de Beetho­ven a Bartók. Ser único significa haber creado algo universal. Pero eso no encaja con el papel de un compositor nacionalista. La función de Sibelius fue inventar la música finlandesa, mostrar al mundo qué intelectual y civilizada era la recién nacida nación surgida de los bosques. Como nunca hubo rivales para Sibelius, cualquier cosa que componía se ajustaba a este propósito.

En Helsinki se celebró una gala benéfica en 1899. Tres de los comensales del restaurante Kämp escribieron una historia muy imaginativa sobre la historia del pueblo finlandés y pidieron a Sibelius que escribiera alguna música para acompañarla y él lo hizo como persona complaciente que era. La última escena contaba la valiente historia del futuro de los finlandeses. Por algún motivo, los escritores pensaban que la tecnología moderna era la clave para un brillante futuro. Como Sibelius había admirado siempre los trenes, la música se concentró en describir una locomotora de vapor mientras salía de la estación. Para la sección B escribió un emotivo himno.

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Algunos años después, la pieza se bautizó como Finlandia. No fue idea de Sibelius pero, como pensaba que no era una de sus mejores obras, accedió. Finalmente, Finlandia se independizó y tuvo que vérselas con su nuevo vecino, la Unión Soviética. Durante la Segunda Guerra Mundial, Sibelius se vio obligado a aceptar el texto patriótico para el himno de Finlandia. “No estaba pensado para cantarse”, susurró, pero nadie le escuchó. Es su obra más famosa, por supuesto. Ha sido el himno nacional de Biafra, es un himno religioso popular en muchas iglesias y por algunos sitios de Europa oriental la cantan en los brindis. Muy flexible, siempre eficaz. Pero nada que ver con el misterio de ser finlandés.

A Sibelius siempre le preguntaban de qué trataba su música. “Música pura”, respondía, como Brahms. Luego querían saber cuál era la inspiración de la música. Todos los creadores saben que la inspiración como tal no existe. Hay que crear la obra. A veces todo brota con fluidez, pero la mayor parte del tiempo no es más que trabajo duro. Sibelius componía de noche, ya que de día sus cinco hijas armaban un barullo tremendo y él no tenía un estudio propio. Para dar una respuesta, decía que su inspiración era la naturaleza. Era una manera generalmente aceptada de hablar del proceso creativo, utilizada por los artistas ya en tiempos de Goethe. Para un artista romántico, la naturaleza era algo que podían admirar cuando se hallaban cómodamente sentados en casa.

Era un genio. Como compositor, eso significa que puedes crear música que suena como algo único. La música de Sibelius es reconocible; tiene ese sabor personal distintivo

Los finlandeses han vivido siempre en medio de la naturaleza, al lado de un oso, frente a los ojos de un alce. Como el clima de Finlandia es insoportable 11 meses al año, estar en la naturaleza significa luchar contra las fuerzas superiores. Cazamos, pescamos, cogemos setas y bayas y vivimos de la naturaleza. Sibelius, no. Era todo lo urbano y centroeuropeo que se podía ser. Le compraron sus primeras botas de goma a los 80 años y jamás se las puso. Iba vestido siempre como un auténtico dandi y, cuando disfrutaba de la atmósfera de la naturaleza, se sentaba en su silla Biedermeier debajo de un pino y fumaba un puro.

Para mí, Sibelius es perfecto. Me siento a gusto en ciudades urbanas, igual que él. Odio la naturaleza si tengo que estar en estrecho contacto con ella. Pero puedo sentir las fuertes emociones de la música de Sibelius. No son ni patrióticas, ni finlandesas, sino profundamente humanas y universales. ¡Qué maravillosa coincidencia que seamos los dos finlandeses!

Minna Lindgren, musicóloga y escritora finlandesa, ha publicado este año Tres abuelas y un cocinero muerto y Tres abuelas y un joyero de ida y vuelta (Suma de Letras), las dos primeras entregas de su Trilogía de Helsinki.

Traducción de Luis Gago.

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