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Oda de Quique González a la supervivencia

El músico publica ‘Me mata si me necesitas’, un disco de rock vitalista Nos muestra su universo emocional en su cabaña entre montañas pasiegas de Cantabria

Fernando Navarro
Quique González, en una imagen tomada en el pueblo cántabro de Puente Viesgo el pasado viernes.
Quique González, en una imagen tomada en el pueblo cántabro de Puente Viesgo el pasado viernes.Pablo Hojas (EL PAÍS)

Deben de ser más de las cuatro de la mañana cuando Quique González (Madrid, 1973) vuelve a poner su canción preferida de Bob Dylan en el reproductor de su casa, una cabaña perdida en una de las montañas de la comarca del Pas-Miera (Cantabria). Mientras atardecía se dejaban ver los frondosos bosques de roble y haya a través del gran ventanal de la sala, una auténtica morada musical, su “santuario”, con fotografías en las paredes de madera del propio Dylan, Elvis Presley o Neil Young y habitada por una colección de guitarras, dos pianos —entre ellos, un Wurlitzer eléctrico, regalo de "los chicos de la banda"—, y un armonio, que al tocarlo suena “muy Tom Waits”.

Ahora es noche cerrada y, entre copas, al otro lado del cristal, cuelgan estrellas, como adornos perfectos para la melancólica canción de Dylan. “Puedes rendirte o luchar lo mejor que puedas en primera línea”, dice el músico, parafraseando uno de los versos de Workingman’s Blues #2. “¡Cómo lo canta! Es ternura y sabiduría”, añade, mientras poco importa ya la cuenta de los tragos y cigarros.

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Crítica del disco de Quique González, por JUAN PUCHADES

En este santuario, González ha configurado mucho de su nuevo disco, Me mata si me necesitas, que sale a la venta el 4 de marzo. Pero algo más importante: en este santuario, en esta cabaña, patrimonio del pueblo de Villacarriedo, donde vive con sus dos perras Dallas y Kima —“como la poli dura de The Wire”—, se refugia un músico que se ha labrado su propio y ejemplar camino artístico desde que hace más de una década decidió romper con las discográficas tradicionales por saberse robado. "No sé cómo deben dar la leche las vacas desde que yo vivo aquí y me paso los días haciendo tronar las guitarras”, dice entre risas. 

Me mata si me necesitas llega tras su “etapa Nashville”, cuando se fue a grabar a EE UU sus anteriores álbumes Daiquiri blues y Delantera mítica. Pero, sobre todo, llega bajo el paisaje emocional de dos hechos importantes: una relación sentimental, “la más verdadera” en diez años y que acabó, y la muerte de su padre. “La gente te ve desde fuera, pero tú vas de otra forma por dentro”, confiesa al tiempo que revuelve entre sus discos, de los que pondrá canciones de Neil Young, los Rolling Stones, The Band, John Moreland, John Mellencamp y Stephen Stills, con el que se detiene especialmente después de que José Ignacio Lapido le descubriese We Are Not Helpless, incluida en su álbum de debut en solitario y de la que reconoce que "no puede salir" desde hace días.

Esa “otra forma”, tan personal y real como “una navaja con todas las hojas abiertas” como canta en Sangre en el marcador, es el alma de su nuevo álbum, compuesto en apenas un año, “más rápido que ninguno” de los nueve de su discografía en estudio. “A la banda y a mí nos ha pillado en caliente tras la anterior gira. Creo que eso se transmite”, asegura. Los chicos de la banda, Los Detectives, en lo alto de los créditos junto a él, convierten a Me mata si me necesitas en un trabajo lleno de nervio, repleto de matices, como esas estocadas eléctricas y de órgano de Relámpago, esos coros de Se estrechan en el corazón o esas filigranas de mandolina de Charo, en la que canta Caroline Morgan, “nuestra Lucinda Williams” en ese “diálogo a lo Grease”, pero en el que planea el ambiente campestre de Your Still Standin’ There, de Steve Earle con Lucinda Williams.

Ese aire de campo, de vivir a pulmón abierto, ya forma parte de González, que afirma que lo que quiere en su vida "es estar apegado a la tierra” y que se siente hijo adoptivo de Villacarriedo, donde le pidieron que diese el pregón. El músico se mueve entre valles y montañas con su furgoneta GMC Vandura, un impresionante trasto comprado en Alemania y como salido de una película de los hermanos Coen. Y tiene un sitio reservado en el restaurante Las Piscinas, donde cuelgan carteles de sus giras, y le esperan siempre Fonso, “el Tony Soprano de Villacarriedo”, y Chus, su familia, que, aparte de tener “las mejores albóndigas del mundo”, cuidan de él en este pequeño pueblo donde el caudal del río Pisueña parece guardar el secreto del verdadero folk. De hecho, al igual que su cancionero está plagado de referencias a su "vida pasiega", la hija pequeña de Fonso le dio sin saberlo el verso, a modo de estribillo, más cortante y definitivo de La casa de mis padres, la demoledora canción que cierra el disco, en homenaje a sus padres fallecidos.

Quique González toca su armonio en su casa.
Quique González toca su armonio en su casa.F.N.

Huele a tierra mojada en lo alto de la montaña. El músico sabe que esa canción es tal vez la más desgarradora que ha escrito en su carrera, que más habla de él, sin medias tintas. Pero también destaca Cerdeña, esa declaración de amor en la que el protagonista creyó que podía ocurrir "algo grande", y un verso de ella: “Hay música por encima de la música”. “Ese momento cuando pasa algo que no controlas”, dice. “Ese momento que es lo más jodidamente grande de la vida”.

En Me mata si me necesitas, esos momentos, los jodidamente grandes, los jodidamente tristes, adquieren una extraña y contagiosa épica emocional con el acompañamiento de una banda que arropa cada palabra con telones instrumentales como banderas y reminiscencias folk-rock de The Jayhawks, Traveling Wilburys o Big Star. “Pese a ser un disco duro, creo que no hay lamentación. Hay celebración de la vida”, asegura. “Me gustaría que el oyente sintiera que ya no lo estás intentando, que ya lo estás haciendo, que es posible la supervivencia”.

Suena Workingman’s Blues #2, con esa voz cosida de Dylan, cuando deben ser más de las cuatro de la mañana. Hay noches, como canciones, en las que las estrellas parecen al alcance de la mano. “Creo que es una gran enseñanza del tío Bob. Hay que luchar lo mejor que se pueda en primera línea”, dice en plena madrugada, mientras entona en inglés el estribillo de la canción. Y, poniéndose de pie, como si estuviese con su guitarra en el escenario, remata: “El puto show de la vida está pasando y no, no vamos a rendirnos”.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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