De Aldeburgh al cielo
El pianista Pierre-Laurent Aimard protagoniza una jornada irrepetible en el festival Interpretó el célebre 'Catalogue d’oiseaux' de Messiaen
Si se tiene la fortuna de dormir frente al mar, al otro lado de la playa de guijarros de Aldeburgh, la contrapartida es que, antes incluso del amanecer, bandadas de gaviotas inician sus furiosos graznidos. Tras el primer estruendo, que puede prolongarse durante horas, no resulta fácil volver a conciliar el sueño, aunque tampoco cabe imaginar mejor preludio para la experiencia histórica que el director artístico del Festival de Aldeburgh, el pianista Pierre-Laurent Aimard, regaló a sus afortunados oyentes el pasado domingo.
Más temeraria incluso que imitar el vuelo de los pájaros parece la proeza de remedar su canto, algo que hizo durante gran parte de su carrera el compositor francés Olivier Messiaen, que aunque empezó a interesarse por él y a transcribirlo, papel pautado y lápiz en mano, con paciencia franciscana y precisión notarial, en 1923, no lo utilizó en una composición hasta su famoso Cuarteto para el fin del tiempo, escrito y estrenado en un campo de concentración en 1941. Muchos años después, en su tarjeta de visita, debajo de su profesión (“Compositeur de Musique”) y de los dos trabajos que desempeñó durante décadas (profesor de Análisis y Composición del Conservatorio de París y organista titular de la iglesia de la Sainte-Trinité), figuraba también de manera prominente: “Ornithologe et Rythmicien”.
De entre las numerosas obras de Messiaen protagonizadas en mayor o menor medida por el canto de los pájaros ocupa un lugar principalísimo su Catalogue d’oiseaux, más de dos horas y media de música que describe no solo las trece aves que prestan su nombre a los títulos de otras tantas piezas, sino también muchas otras retratadas consecutiva o simultáneamente. Y Messiaen va más allá: se atreve además a poner música al amanecer, al oleaje batiendo contra las rocas, al reflejo del sol sobre las salpicaduras del agua, al anochecer, al calor de un paraje desértico, al vuelo a cámara lenta del busardo. Todo es susceptible de ser recreado en las 88 teclas de un piano por un músico que reinventó y redefinió radicalmente el instrumento. Y la propuesta de Aimard no ha sido menos extrema: tocar las trece piezas en el mismo día, en cuatro conciertos repartidos desde el amanecer hasta el filo de la medianoche, en paralelo a las mismas horas que van recorriendo las distintas piezas de Messiaen.
Así, menos de seis horas después de concluida la Pasión según san Mateo la noche anterior, a las cuatro y media de la mañana, empezaba a sonar La collalba rubia en el piano dispuesto en el café de The Maltings, con las sillas del público orientadas hacia los ventanales para poder contemplar el alba. Y el Dios en que creía fervorosamente Messiaen, o el viento que soplaba desde el mar, nos regalaron la visión fugaz del sol rojizo despuntando lentamente hasta quedar cubierto por las nubes. El concierto del atardecer, el tercero, se celebró al aire libre con el público sentado o tumbado sobre la hierba, en medio de la indescriptiblemente hermosa reserva natural de Minsmere, que atesora la mayor riqueza de diferentes especies de aves de todo el Reino Unido. Y en el cuarto, de vuelta en The Maltings, el público se sentó o tumbó en el suelo alrededor del piano, situado en el centro del Britten Studio en total penumbra.
Los conciertos se han visto precedidos o intercalados con un paseo guiado por Minsmere, conferencias, documentales, un brillante diálogo entre el compositor Julian Anderson y el propio Aimard sobre la obra de Messiaen o encuentros entre ornitólogos y compositores, como Sally Beamish, que afirmó que “todos los compositores robamos ideas, y lo más evidente de robar es el canto de los pájaros”. Pero todo ello no pasó de ser un mero aditamento para el milagro obrado por Aimard. Si tocar completo el Catalogue d’oiseaux es ya una proeza solo al alcance de los elegidos, hacerlo en un mismo día, y en las franjas horarias y los lugares elegidos por el francés, ha sido una experiencia insólita para todos, incluido el propio pianista.
Los ritmos diabólicamente intrincados, los arcos de tiempo, los acordes macizos, los pasajes frenéticos, los remansos de paz, las armonías sobrenaturales, los halos de color, las cascadas de notas, los largos y súbitos silencios: Aimard, que estudió con Messiaen y con su mujer, Yvonne Loriod, quien dio a conocer el Catálogo en 1959, tradujo la obra como le gustaba a Messiaen, que quería “oír todas las notas”, sin emborronamientos, con la familiaridad y la naturalidad aparentes de quien toca un minueto de Mozart. La media hora final de El zarapito real, un catálogo en miniatura en sí mismo, fue el corolario de un viaje temporal y espiritual avasallador.
A pesar de lo muy exigente de la propuesta, las entradas para los cuatro conciertos llevaban meses agotadas. Y los rostros felices y exhaustos que se alejaban de The Maltings bajo la lluvia pasada la medianoche reflejaban claramente que nadie podrá olvidar fácilmente este regalo llegado desde el cielo de Aldeburgh.
Babelia
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