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Pepe Soto, un largo romance con la pintura

El artista sevillano falleció tras unos meses de enfermedad que le había impedido colgar una exposición que acababa de completar

Pepe Soto en su exposición Campos de color en Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en 2012.
Pepe Soto en su exposición Campos de color en Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en 2012.Pérez Cabo

Inesperadamente se nos ha ido Pepe Soto tras unos meses de enfermedad que le había impedido colgar una exposición que acababa de completar. Hubiera sido su tercera muestra en los últimos cuatro años, después de casi 40 de abandono, no de la pintura, sino de su práctica.

José Soto Reyes, nacido en 1934, pertenecía a esa generación que desde mediados los años cincuenta apostó en Sevilla por el arte moderno. No era tarea fácil pero aquellos jóvenes, Carmen Laffón y Teresa Duclós, Paco Cortijo y Luis Gordillo, Jaime Burguillos, José Luis Mauri y Juan Romero, se empeñaron en una forma de ver y hacer arte apenas admisible en los cerrados cánones de la ciudad. Contaban con el magisterio de Miguel Pérez Aguilera, paisano y amigo de José Guerrero, y con algún otro profesor, como Rafael Martínez Díaz que cruzó el universo cerrado de aquella Escuela de Bellas Artes el tiempo suficiente para sembrar inquietudes.

El grupo se dio a conocer en el Club la Rábida pero sobre todo en la galería La Pasarela (1965) que, vinculada estrechamente a la de Juana Mordó, expuso en Sevilla las obras del Grupo El Paso y las de los autores vinculados a Cuenca y a Fernando Zóbel. En 1970 algunos de estos jóvenes artistas sevillanos, Soto entre ellos, comenzaron a trabajar con una mujer, nueva galerista, Juana de Aizpuru, que se apresuró a mostrar fuera de Sevilla la obra de estos sus primeros pintores.

Soto fue siempre un enamorado de la pintura. Marchó a París en 1958 sin otro apoyo que el trabajo que pudiera encontrar y sin más afán que ver arte. Con el mismo empeño gastaría más tarde sus vacaciones recorriendo media Europa. Pero en este proceso hubo un encuentro decisivo: el que gracias a Fernando Zóbel tuvo con la pintura de los neoexpresionistas abstractos, especialmente con la de Mark Rothko y Barnett Newman. Por entonces, compartía estudio con Carmen Laffón y el propio Zóbel, y comenzó a hacer una pintura abstracta, cercana a la llamada de campos de color, aunque prestando especial atención a la geometría y al ritmo que la construcción pudiera incluir en el cuadro.

Fueron años fértiles, con una producción corta pero potente que interesó a más de un coleccionista. Pero el proceso se interrumpió. En 1975, Soto decide dejar de pintar. No abandona la pintura, porque a partir de ese año se convierte en una persona en la que se puede confiar, por sus conocimientos, su rigor, su sensibilidad y su honradez. Pintores de sucesivas generaciones lo buscan para que vea su trabajo, organice alguna exposición o simplemente para intercambiar impresiones. Soto, excelente en la conversación y exigente en cuestiones de arte, se convierte en referencia silenciosa en una ciudad que, con frecuencia, se deja llevar en exceso por el ruido.

De esta vida de pintor latente lo saca una exposición, la que organiza Juana de Aizpuru en Madrid, en 2010, 40 años después de iniciar su andadura en Sevilla. La muestra reúne obras de algunos de aquellos primeros autores: Laffón, Soto, Gerardo Delgado y José Ramón Sierra. Debo confesar que el rincón de Soto en aquella muestra brillaba con luz propia. Algo parecido debió pensar Juan Antonio Álvarez Reyes, director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla (CAAC) porque propuso a Pepe Soto reunir sus abstracciones fechadas en los setenta y exponerlas. Fue un estímulo poderoso, tanto que Soto decidió volver a coger los pinceles. Los grandes cuadros, hechos expresamente para la muestra eran una vibrante continuación de su obra anterior y juntos trazaban un romance con la pintura al que Soto nunca había renunciado.

Los nuevos cuadros no fueron una nube de verano al año siguiente de su exposición en la Cartuja, 2013, colgó nuevas obras en La Caja China, galería en la que también iba a mostrar las obras que aún están en su estudio.

Las pinturas se expondrán pero nos va a faltar, no el autor, sino el amigo con el que comentar, consultar y discutir, y la persona que durante años y de muy variadas formas ha asegurado en silencio la presencia rigurosa del arte en Sevilla.

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