José María Sert, franquista pero menos
La Universidad de Salamanca y la capitalidad cultural europea San Sebastián 2016 unen esfuerzos en una exposición-homenaje al pintor barcelonés
Es altamente probable que, como les pasa a tantos, como les pasa a demasiados, la del pintor José María Sert (Barcelona, 1874-1945) fuese una vida superada por las circunstancias. Ya saben, Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. O Spinoza negando nuestra absoluta seguridad de ser tan libres.
El caso es que Sert, un artista irreprochable en lo formal y menospreciado en general por tanto profesional del reduccionismo, se dedicó con afán y genio a lo que tocaba: lo mismo unos murales (Sociedad de las Naciones, Ginebra) como tributo a la solidaridad, la libertad y la justicia reivindicadas por la II República que una catedral (Vic) a la mayor gloria del franquismo triunfante. Lo mismo unos techos en la mansión madrileña del franquista March chequera Dios mediante, que los 17 lienzos sobre las hazañas del pueblo vasco en las bóvedas de San Telmo (1929, gracias a su amigo Ignacio Zuloaga, que fue quien sugirió a los monjes dominicos de Donostia el nombre de un tal Sert): 784 metros cuadrados de leyendas, pescadores, armadores, navegantes, ferrones y comerciantes. Una obra magna que puede contemplarse hoy en la iglesia del más que recomendable Museo de San Telmo de San Sebastián. Esta exposición sobre Sert se enmarca en el proyecto general 'Tratado de Paz' dentro de la capitalidad cultural San Sebastián 2016.
¿Qué más le daba la República o el Franquismo a alguien que se dedicaba básicamente a prolongar en lienzos decorativos la estirpe rococó de Tiépolo y la huella de Goya? ¿Qué le importaba a aquel personaje ambiguo y a aquel pintor bastante más vanguardista de lo que creemos suplantar a Diego Rivera en el Rockefeller Center de Nueva York porque al comunistón mexicano le habían retirado sus murales –eso sí, tras negarse a quitar el retrato de Lenin-? Nada.
Llegado el momento, José María Sert les vino bien a tirios y troyanos y él, que venía de una familia rica del textil catalán, se dejaba hacer. Y hay que pensar que esa serie de contradicciones en lo moral –que no en lo artístico- y probablemente esa capacidad de apostar en cada momento por aquello en lo que uno cree –un bien tan escaso- es también lo que la Universidad de Salamanca y la capitalidad cultural europea Donostia-San Sebastián 2016 han querido homenajear. Al acto de presentación de la exposición han acudido el vicerrector de la Universidad de Salamanca para la Conmemoración del VIII Centenario, Mariano Esteban de Vega; el director de la Fundación San Sebastián 2016, Pablo Berástegui, y la directora del Museo San Telmo de San Sebastián, Susana Soto.
Óptica y diplomacia de dos ciudades
Este homenaje a Sert llega a la Sala Cielo de los Patios Menores de Salamanca, según se deja la estatua de Fray Luis de León, a mano izquierda. La exposición 1936. José María Sert y la Sociedad de Naciones. Óptica y diplomacia permanecerá abierta hasta el 18 de diciembre. A partir del 13 de enero y hasta el 5 de marzo viajará al Museo de San Telmo de San Sebastián como parte integrante de la programación de la capitalidad cultural europea SSD2016… que como se ve incluye el 2017.
La muestra, comisariada por Patricia Molins, es pequeña, también reveladora y merece el viaje. En ella pueden verse lo mismo fotografías de Sert junto a Dalí o Diego Rivera que los paneles de San Telmo, que los del Rockefeller Center que las imágenes de la sala de Ginebra, aún hoy visitable. Como a los dos bandos de las dos Españas, a Salamanca y a San Sebastián les ha venido bien José María Sert.
Sert se inspiró en la vocación humanista de la Escuela de Salamanca y en concreto en la impronta moral e intelectual de Francisco de Vitoria –uno de los personajes más altos que parió este santo país- para sus murales de Ginebra. Fue Salvador de Madariaga quien intercedió ante la II República para que las izquierdas acabaran eligiendo a un nacionalista catalán de derechas –tan conservador en lo ideológico como complejo en lo intelectual- como artesano de los techos de la Sociedad de Naciones.
Ojo: corría el año del Señor de 1936, el del arranque de la Santa Cruzada. Y para entonces tanto Franco como la República maldecían a la Sociedad, germen de la ONU: los unos porque veían en Ginebra al mismísimo diablo, personificado en las compuertas abiertas a la tolerancia, la solidaridad entre los pueblos y la oposición a nuevas guerras tras el horror de 1914. Los otros, porque la Sociedad de Naciones no había tenido a bien condenar la agresión fascista contra la España republicana y legítima. Al año siguiente, la República exhibía en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París el Guernica de Picasso. Y enfrente, el pabellón del Vaticano mostraba las metralletas incautadas a los rojos en la Guerra Civil… junto al mural/homenaje a Santa Teresa y los mártires nacionales, obra de un tal… José María Sert, que acabaría proyectando un magno tributo a los mártires del Alcázar de Toledo con profusión de vírgenes y santurrones.
En la guerra, a Sert le mataron un amigo –Jaume Serra- y le quemaron una catedral con sus pinturas dentro –Vic-. Se hizo franquista. Pero antes había buscado y encontrado inspiración en los juristas y los teólogos que desde Salamanca inventaban para el mundo un nuevo orden moral vertebrado por el llamado Derecho de Gentes, pura semilla del Derecho Internacional, germen de libertad e igualdad entre los hombres. Francisco de Vitoria. Diego de Covarrubias. Melchor Cano. Martín de Azpilcueta. Gente que en el siglo XVI era mucho más moderna y temeraria que los brontosaurios del actual debate de investidura: 2016, siglo XXI.
Babelia
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