Lienzos como espejos del arte
El Prado propone una novedosa aproximación a su colección en ‘Metapintura’
Les gustaba no solo pintar sino también demostrar lo mucho que sabían. Jan Brueghel, el Viejo, y Pedro Pablo Rubens atesoraban una sólida formación cultural y una reconocida excelencia con el pincel. El cuadro La vista, perteneciente a la serie Los sentidos, es una buena prueba de ello. La precisión de la pincelada del primero se complementa con la expresividad de las figuras del segundo. Además, ambos plantean en esta colaboración una prueba de conocimientos culturales para gusto de los muy pocos que entonces, en 1617, cuando se pintó, podían concursar en un juego de este tipo, los cortesanos. El lienzo propone identificar los diferentes instrumentos musicales representados, las esculturas y las pinturas. Se trata de una especie de examen de historia de las artes, que revela también cómo se había consolidado la idea renacentista de la conciencia artística, en virtud de la cual, la pintura y la escultura ya no eran los productos de un oficio artesanal sino las creaciones de una actividad artística. El artesano se transforma en artista.
La vista está rodeada de otras pinturas del Museo de Prado, pero no son las vecinas habituales, porque ahora forma parte de un nuevo recorrido por la historia del arte y por la notable colección de la pinacoteca, incluyendo algunas de sus obras maestras. Metapintura. Un viaje a la idea del arte es el nombre de esta muestra de tesis, alejada de las alharacas de las exposiciones mediáticas, que propone una reflexión sobre el propio arte hecha desde dentro. No en vano, su eje vertebrador es la autorrepresentación del arte, particularmente en la pintura, siendo los autorretratos y los retratos los exponentes más evidentes de este enfoque, si bien su alcance va mucho más allá, al explorar las múltiples referencias y relaciones que el artista establece consigo mismo, con otros creadores, con la historia del arte y con la sociedad en que se inscribe. La selección del centenar de obras, procedentes en su mayor parte del Prado, alberga cuadros de Tiziano, Durero, el Greco, Velázquez, Zurbarán, Murillo o Goya, y abarca el periodo comprendido entre los siglos XVI y el XIX. La muestra se inaugura el 15 de noviembre y se podrá ver hasta el 19 de febrero.
“No es muy habitual dentro de los estudios tradicionales de la historia del arte emplear el término metapintura, pero sí es muy común en la filología, por ejemplo, y en otros campos. El Quijote suele definirse como metaficción, una novela de novelas, cuya segunda parte alude a la primera. Y se nos ocurrió la idea de promocionarlo proponiendo unas salas sobre el arte en la propia historia del arte dentro del Prado”. Podía haber añadido el comisario Javier Portús que una exposición así en un museo así, que forma parte de cualquier canon, la convierte es una suerte de metaexposición. Pero el jefe de Conservación de Pintura Española (hasta 1700) del museo, no se detiene en juegos de palabras y continúa recorriendo la muestra. Explica desde el detalle de la firma de Goya que incluía la palabra amigo en el retrato que le dedicó a su colaborador Asensio Juliá —“con el paso de tiempo el retrato va cambiando su contenido, haciéndose más íntimo”—, obra del Museo Thyssen también presente, hasta el contexto histórico que ayuda a comprender la permeabilidad de las influencias entre los artistas, como evidencian los guiños, las copias de unos a otros. No se puede hablar de escuelas nacionales hasta que se fundan y extienden los grandes museos y surge la necesidad de ordenar sus colecciones.
En este punto, Portús señala Las hilanderas o la fábula de Aracne, de Velázquez. Sostiene que “solo quien conozca la obra El rapto de Europa” de Tiziano que copió Rubens en Madrid podrá disfrutar completamente de esta obra icónica. En ella, Palas y Aracne discuten ante un tapiz de la obra de Tiziano, lo que supone incorporar una cita histórica artística. Entonces, la fábula de la mortal Aracne compitiendo con la diosa Palas se interpretaba como una prueba de que la pintura era un arte liberal y que, como tal, podía progresar infinitamente. El genio sevillano rinde homenaje a esa competencia entre Tiziano y Rubens, emulándola a su vez. A su lado, una estampa de Carducho, autor del pionero Diálogos sobre pintura, alude a esa capacidad infinita de arte, mientras que en una obra de Valdés Leal un angelote lanza pompas de jabón burlándose del citado tratado de 1633, un ejemplo de la sofisticación del pensamiento del Barroco español, donde los juegos metapictóricos tenían su correlato literario en las obras de Cervantes, Lope de Vega y Calderón.
El recorrido expositivo arranca, no obstante, antes del Siglo de Oro de la cultura española, en los relatos mitológicos y religiosos sobre el carácter mágico de las imágenes artísticas, la única forma de competir con el talento divino. Y avanza por diversas etapas, siendo una de las más llamativas la que aborda la relación de lo pictórico y el espacio real, en la que los personajes salen de los límites del lienzo y del marco, como el famoso trampantojo de Huyendo de la crítica, de Pere Borrell (de 1874, propiedad del Banco de España). El final del viaje concluye con una referencia a la inauguración del museo del Prado en 1819, tras el impulso que se dio tras la Revolución Francesa a la creación de estas instituciones, lo que supondría la entronización definitiva del arte.
Otra lectura de la colección
Miguel Falomir, director adjunto de Conservación e Investigación del Prado, calificó ayer 2016 como un año excepcional en cuanto a las muestras que se habían podido ver en el museo madrileño. "Entre Ingres, Georges de La Tour y El Bosco suman más de un millón de visitantes". Pero sin minusvalorar el otoño expositivo que queda en el centro, con la primera monográfica de una mujer en el Prado, Clara Peeters; la selección de dibujos de Ribera que se inaugura la próxima semana y Metapintura. Esta última se inscribe en la serie de exposiciones que organiza el Prado para releer y recontar sus colecciones, una aproximación a los fondos de manera distinta, como fueron Goya en Madrid o La belleza encerrada.
"Ahora hemos movido unas 50 obras de su sala habitual para ir a la exposición. Esos huecos se han cubierto con otros cuadros, lo que permite que los visitantes disfruten de pinturas que normalmente no ven, que están en almacenes", explicó Javier Portús, comisario de Metapintura. El paseo que propone la exposición —"probablemente la más intelectual y ambiciosa de las de este año", afirmó Falomir— está libre de los corsés cronológicos y de escuelas nacionales. Es un recorrido que empieza con el pintor reivindicando su figura de autor a través de obras de Zurbarán como Cristo crucificado contemplado por un pintor o La santa faz en la que se identifica a Cristo como el primero que se autorretrató, al plasmar su rostro en el paño. Pasando por el eje de la muestra que son dos hitos del Siglo de Oro como Las meninas y el Quijote. Hasta la pieza final en la que el escultor Agapito Vallmitjana toma como modelo para representar a su Cristo yacente (1872) el rostro del pintor Eduardo Rosales. Un creador prestando su cara a Cristo en un momento en el que ya se había inaugurado el Prado y como explica el comisario "era junto al Palacio Real el edificio más imponente de Madrid". El museo había tomado el espacio público, el arte se había institucionalizado.
En la misma sala que esta última obra el punto de fuga de la exposición autorreflexiva: un trampantojo conseguido gracias a una fotografía de la galería principal del entonces Museo Nacional de Pintura tomada por Laurent y Cía. en torno a 1879, una suerte de cierre del círculo en el que la muestra devuelve al visitante a esta pinacoteca pero en el siglo XIX.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.