Un librepensador ante el piano
El compositor Nicola Piovani, que ganó el Oscar por la banda sonora de 'La vida es bella', recibe un premio y ofrece un concierto en Madrid
Nicola Piovani tiene un oscar, pero nunca lo ve. El hombre dorado podría dar un brillo único a su salón. Sin embargo, yace en una celda de aislamiento. “Me contaron que hay ladrones de oscars. Así que lo guardo en una caja fuerte”, relata el compositor, que obtuvo el galardón en 1999, por la banda sonora de La vida es bella. Su estatuilla sale rara vez del escondite. Para una muestra, un evento benéfico o un rodaje: en la comedia Boris, un Piovani ya sin fichas apostaba el premio en una mesa de póquer. Pero, aunque lo pierda contra cuatro reyes o lo aleje hasta de sus propios ojos, el galardón nunca le va a dejar. Ni los David, César o Globo de Oro que acumula. Por algo, le llaman “maestro”. A esa lista el pianista añade hoy el premio a toda una carrera, que le otorga el Festival de Cine Italiano de Madrid. El acto, con concierto del creador incluido, marca el arranque del certamen, que durará hasta el jueves 1 de diciembre.
Y eso que Piovani (Roma, 1946) últimamente parece menos ligado al séptimo arte. Su carrera empezó componiendo la música para una serie de noticiarios universitarios sobre las protestas estudiantiles de 1968. Su trayectoria da fe de sinfonías creadas para Monicelli, Moretti, los Taviani o Benigni, además de su larga relación profesional y de amistad con Fellini. Y su currículo cuenta que ha venido componiendo unas tres bandas sonoras al año. Ya acabó incluso con un frustrante malentendido: aprovechó el discurso de los Oscar para aclarar que él era real y no un seudónimo de Ennio Morricone, como algunos creían en EE UU. Pero sus palabras sugieren un alejamiento de los sets: “En Italia se hace poco cine, y la mayoría usa la música como papel de pared. No hay muchos directores que la conciban como una expresión artística. Ahora está de moda la banda sonora macedonia, con canciones de discos. Es legítimo. Algunos hasta ganan un oscar con ella…”.
Aunque las vías de la música son infinitas. Así que Piovani se centra en unas cuantas más. Compone cantate, ópera, lírica, melodías para ballets u obras escénicas y dirige orquestas. Sueña —en balde— desde hace años con abrir un teatro musical. Y no para de tocar el piano: “Me paso la mitad del año actuando en sitios distintos, encontrando todo tipo de públicos”. Las propias veladas pueden ser muy variadas. Ciertas noches, algo no cuadra, “algunas cosas se quedan inertes en el escenario”. Otras, en cambio, todo se alinea: su talento, el lugar, los espectadores, tal vez los planetas. “Lo demás desaparece. Lo importante es tratar de entender cuánto de lo que estás tocando logra llegar hasta la última butaca. La chispa se crea cuando hay una relación viva con el público y actúas con sinceridad”, reflexiona Piovani.
La pasión de Bigas Luna
Piovani es autor, entre otras, de la banda sonora de tres de los filmes más conocidos de Bigas Luna: Jamón Jamón, Huevos de oro y La teta y la luna. Así que el regreso a Madrid ha sido un golpe para el compositor, que se ha acordado, y mucho, del fallecido cineasta: "Es una emoción muy fuerte. Bigas era maravilloso. Estuvimos juntos algunas semanas, recuerdo su pasión extraordinaria por el cine, la política y la gastronomía y las conversaciones largas que teníamos".
A la vez, el músico recomienda a los espectadores dejarse llevar por las notas, centrarse en “el reflejo, la emoción que llega en directo”, y pasar a la interpretación solo en un segundo momento. Él se conmovió, por ejemplo, en un reciente concierto de Riccardo Muti en Ravena, donde jóvenes músicos japoneses e italianos, sin lenguaje en común más allá de un inglés chapurreado, se comprendían y actuaban como un conjunto gracias a las melodías.
Las notas pueden dar muchas satisfacciones más. “La máxima gratificación del narcisismo es que alguien te asegure que para él ha cambiado algo, aunque sea poco, gracias a ese concierto. Aunque me encanta también cuando me dicen que más que un músico soy un librepensador de la música”, relata Piovani. El compositor sonríe. Y se adentra en el campo de minas del ego con sinceridad y prudencia. Reconoce que, claro está, los halagos se agradecen. Pero valen hasta cierto punto. “A muchos grandes artistas el público los trata como divinidades. Quizás sea bonito. Pero el riesgo es que te lo creas de verdad”. Piovani reconoce que él mismo corrió ese peligro, pero lo sorteó. Y aprendió cómo comportarse ante los divos que se adoran a sí mismos: “Es facilísimo. Callas y hablan de sus vidas mientras, normalmente, un círculo de adoradores asiente”.
Piovani no hace nombres. Se limita a decir que hay muchos. Así como tampoco quiere posicionarse sobre el referéndum que centra estos días el debate político en Italia: "Se ha hablado de ello demasiado y mal". El músico considera que el presente italiano vive en la incertidumbre, así que resulta más fácil analizar el pasado. Es decir, los gobiernos de Silvio Berlusconi. “Han sido dos décadas terribles, de tierra quemada. La peor novedad fue que se jactaran de no tener cultura, de no ir al teatro o a los museos. Hubo ministros que dijeron que con el arte no se come o que la Divina Comedia puede servir para envolver el pan”. Si, en cambio, la hubieran leído, habrían descubierto estos versos de Dante: "Hechos no fuisteis para vivir como brutos, sino para perseguir virtud y conocimiento".
Babelia
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