Vicente Verdú se libera de la sintaxis con una explosión cromática
El escritor y pintor expone en una galería madrileña sus cuadros de los últimos años
El silencio del pintor se titulaba la columna que Vicente Verdú publicó el pasado 15 de abril en este diario. Ahora él es el dueño de ese silencio, pues es el artista, autor de las obras que se exponen en la galería madrileña David Bardía. Pero no, no lo usa. Es difícil que alguien capaz de sacarle punta a algo tan insignificante o inapreciable como una pelusa o el olor de un dormitorio —como hace en Enseres domésticos— se mantenga callado frente a tanto color.
No habla del proceso, no puede explicar cómo pinta. Relata las sensaciones finales, que no son las mismas con las que comienza, sobre todo porque cuando empieza no tiene nada. Ni al pintar, ni al escribir hace bocetos o esquemas. “Algunos amigos me lo reprochan, pero cuando escribo, una palabra me lleva a otra y una frase a la siguiente. Igual que cuando pinto, a un trazo le sigue una forma o un color. Voy al estudio cuando me apetece, sin ideas previas. Escribir es más artificial, en el sentido de que hay unas reglas más estrictas. No te puedes inventar la sintaxis si te quieres hacer entender”, explica el pintor, escritor y periodista. “La desinhibición en la escritura solo es posible en poesía”, género que le gusta cultivar, publicará un libro de poemas el próximo año.
Verdú (Elche, 1942) disfruta de la íntima conversación que mantiene con el lienzo en blanco. “Entre los dos hacemos el cuadro. Lo acabo cuando se emancipa, cuando llega a ese punto en el que siento que ya no me pertenece”. Recurre a Stefan Zweig y a la conferencia que este dio en Buenos Aires, El misterio de la creación artística, para explicar esa sensación de sentirse espectador ajeno a la obra, como si no fuera suya, y ni siquiera es capaz de reproducir el proceso por el que ha llegado a ese resultado. “He aportado un objeto al mundo”, manifiesta sin querer parecer un creador arrogante, solo un intermediario.
Interiores y Pormenores —que se puede ver hasta el 7 de enero— se caracteriza por los brillantes y llamativos colores de sus obras realizadas en los últimos años y que, según Verdú, parecen haber llegado al lienzo por azar. Composiciones abstractas que va desgranando y que dejan de parecerlo cuando las explica. Al ponerse frente a Interiores muestra la profundidad que tiene, señala hacia el fondo del cuadro como si por allí fuera a aparecer José Nieto, el aposentador de la corte que Velázquez representó en Las meninas. Pero de todas las obras, si tiene que elegir, se queda con la serie de tonos más apagados, no por la pintura, sino por el soporte, ya que es cartón sobre el que realiza sencillos collages con cintas adhesivas y papeles pegados. Una suerte de juego de niños que defiende a la hora de crear: “Las circunstancias de alrededor no pueden ser perturbadoras, hay que permanecer en un estado de bienestar infantil”.
Verdú defiende la emoción como motor para crear. Explica su trayectoria entremezclando la escritura, la pintura y el periodismo, como no podía ser de otra forma. Salta de una anécdota a otra, pasando de una pintura de su nieto a dos obras suyas que le vendió al ex primer ministro británico Gordon Brown. Algunas de estos episodios han marcado su manera de pintar: esas mañanas en el estudio de José María Cruz Novillo, viendo cómo trabajaba lentamente; o las clases que recibió en su pueblo de niño y, sobre todo, el desencadenante de que hoy sea pintor. Se encaprichó de una obra que vio en una exposición de pintores valencianos, el autor vivía en Alcoi y allí fue a comprársela. El pintor no se la vendió, no hasta que no acabara la muestra. Verdú volvió a Madrid sin el cuadro. Sin embargo, el pintor se la acabó llevando a Madrid protegida por dos tableros de tablex. "Tableros apetecibles", especifica Verdú. Fue en uno de ellos donde perdió el respeto al óleo. “Era grande y gasté mucho material. Hacía poco que había fallecido mi mujer y pinté con la angustia que tenía”. Desde entonces esa tabla lleva más de una década colgada en su estudio y todavía hoy hay quien le dice que es de lo mejor que ha hecho.
Un observador de la realidad
Tras una vida dedicada al periodismo, Vicente Verdú no se puede definir de otra manera que no sea un “observador de la realidad”, a la que sigue pegado. Recuerda cuando la política “era” un arte: “El arte de la persuasión, de la convocatoria, del liderazgo. Ahora es un término desgastado”.
Se ha adaptado a las redes sociales, del que es usuario. Escribe a diario en su blog y si se le pregunta por la supuesta muerte de la pintura, la crisis del periodismo o el fin de los libros de papel, materias a las que se dedica, contesta: “¿Qué otra cosa podría hacer?”
Babelia
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