El mar no siempre es cruel
Rumbo a Formentera bajo el signo de Conrad y Nicholas Monsarrat
Como cada verano, he embarcado en el ferry para el largo viaje a Formentera —incluidos escala y cambio de barco en Ibiza— con Lord Jim y las abarcas debajo del brazo. Dado que la novela de Conrad me la sé prácticamente de memoria (llevo 25 años leyéndola y releyéndola durante el trayecto, a veces incluso creo que la he escrito yo y hasta me planteo salvar a Jim al final), esta vez me he llevado otro libro para la travesía. No puedo dejar de leer Lord Jim, pues albergo la supersticiosa convicción de que ese relato sobre la derrota en el mar y en la vida, paradójicamente, nos mantiene a flote a mí y al ferry durante las oscuras horas del cruce. Pero pensé que no les iba a importar a las aguas, a Conrad, ni al barco que compaginara esta vez la lectura de Lord Jim con una historia del gran Nicholas Monsarrat, que tanto tiene en común, en su amor al mar y al oficio de marino con el viejo Konrad Korzeniowski.
Descarté, aunque me gusta mucho, la obra magna de Monsarrat, la famosa novela Mar cruel, que me pareció tentar excesivamente a la suerte —la corbeta HMS Compass Rose se hunde tras el ataque de un submarino alemán y la mayoría de la tripulación muere en las aguas heladas del Atlántico— y me llevé HMS Marlborough entrará en el puerto, que no había leído y sonaba como más animoso. En realidad un relato largo, resultó tener muchos puntos de contacto con Mar cruel, lo que no es raro porque Monsarrat (1910-1979) fue capitán de corbetas y fragatas de la Royal Navy durante la II Guerra Mundial.
Resultó que el HMS Marlborough, un sloop, un baqueteado patrullero en escolta de convoyes, sufre lo indecible en el relato. El buque recibe un torpedo que lo deja casi para el arrastre, con la tripulación diezmada, y luego es cañoneado por el mismo U-boot alemán. Cualquiera hubiera ordenado abandonar el barco, pero no su capitán, un marino de raza, eficiente y parco. A lo largo de 13 días infernales, con el buque destrozado, lleno de agua, sin sistemas de navegación ni radio, con solo 31 tripulantes, en aguas turbulentas y con 70 cadáveres pudriéndose en el amasijo de hierro en que se ha convertido el castillo de proa, el capitán trata de llevar su barco a puerto, hacia la salvación, contra toda lógica y esperanza. Un relato emocionante y bellísimo. Una historia de coraje, pericia náutica, y sobre todo de amor: el de un marino por su barco. La acabé a la vista ya del puerto de La Savina, donde ingresamos sin novedad (a excepción de unos italianos mareados y un ligero retraso al cruzar imprudentemente nuestra proa Vincent en el balandro del Beso), sanos y salvos todos o como dirían en la Navy, all hands.
Babelia
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