Paciente labor del objeto
Las sublimes formas a ras de suelo y dispuestas sobre la pared de Ángel Bados configuran una exposición imprescindible sobre escultura hoy
¿Qué sentido puede tener todavía la escultura hoy? Si bien los objetos artísticos son aún moneda de cambio, la idea misma de escultura se encuentra en recesión o a merced de la visualidad, la lógica del proyecto y la inflación discursiva. En ese marco, se habla también filosóficamente de un retorno a la ontología de las cosas y la materia. Podemos sin embargo convenir que tiempos pasados fueron más proclives a hablar de escultura como un lenguaje propio, autónomo y diferencial. La obra de Ángel Bados (Olazagutia, Navarra, 1945) constituye una respuesta, serena y elegante, a este debate. Esta segunda exposición individual en lo que va de década muestra a un artista cuyo silencio no está sobrevalorado: cuanto menos se muestra públicamente mayor es la expectación que levanta. Las esculturas hablan aquí con franqueza, en el suelo o en la pared. Piedras, telas, vasos grandes, fotocopias dobladas, plomo, madera y pintura son los materiales. Se envuelven sobre sí mismas, se asocian, pliegan, reúnen y anudan como fragmentos de un mundo de las cosas en busca de sentido. Las fotocopias y ampliaciones permanecen veladas, y su conversión en material escultórico es un contrapunto a la información y a la imagen del consumo.
Cada una de estas piezas interroga al espectador en su radical diferencia. A pesar de su estatismo, la realidad material está sumida en una lenta y agónica transformación. No se mueven, permanecen calmas, durmientes, seguras de sí. Son, eso lo sabemos, objetos inertes. Empero alojan en su interior el germen del cambio. Hay movimiento en toda estasis, así como una suspensión del significado que permanece flotante, libre a ser aprehendido a cada instante. Movimiento en la calma, y quietud en el dinamismo. Como buen seguidor de una estética, digamos, clásica, en Bados las formas han de durar. Nos tienen que durar. O ser duración. Hay un pequeño libro de Peter Handke que nos habla sobre esto, Poema a la duración (1991). La duración para Handke exige un poema. La duración para el artista, diríamos ahora, parece exigir una escultura.
Toda duración es igualmente espera: en el taller, en el estudio. Es ahí donde se produce el diálogo, la conversación con el material. En esta temporalidad las esculturas se van haciendo hasta que ellas mismas parecen declamar: estoy finita ya. Pero no, estas esculturas no son seres. Son no obstante realidades que merecen ser tomadas con seriedad, pues remiten al mundo de las cosas, lo ordinario, que es también una forma de historia. El clasicismo moderno en Bados quisiera estirar el legado de las formas, aun en su contingencia y caprichosidad. La novedad de esta escultura está en que parece atemporal, siendo a su vez radicalmente contemporánea. Parece ofrecer a su vez una resistencia a la falta de duración de los objetos posmodernos en la sociedad de consumo.
La escultura reciente de Ángel Bados parece no obstante más connotada, algo más referencial. Sin duda, los tejidos y las sedas incorporan un sensualismo oriental o árabe. Los vasos de cristal sobredimensionados y vasijas estilo Savoy conectan con lo cotidiano. Pueden entresacarse dos constantes propias de un repertorio; la caja o el cubo, y la yuxtaposición amorosa de dos entidades (o más) en comunión y tensión a la vez. Un escrutinio minucioso de los materiales proporciona un aspecto entre dandi y obrero. Subyace en este paisaje desplegado una objetualidad poética irreductible. La responsabilidad de su lectura recae en quien mira. Es posible sentirse atraído o dar la espalda. No hay problema porque esta obra irradia un ethos abierto a la diferencia, al antiautoritarismo. Escultura como una forma-de-vida. Me pregunto si no ha llegado el momento de dejar de justificar esta escultura dentro de la sempiterna lógica de la llamada Nueva Escultura Vasca. Las piezas aquí presentes hablan, son ellas mismas, el lenguaje de lo universal.
‘Para ambos lados de la frontera’. Ángel Bados. Galería Carreras Mugica. Bilbao. Hasta el 9 de diciembre.
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