Anatomía de una grabación
Sony publica las tomas de estudio de la primera grabación de las 'Variaciones Goldberg' que realizó Glenn Gould, uno de los discos más vendidos de la historia
6 de junio de 1955. Un joven pianista canadiense entra en un estudio de grabación en Nueva York. Tiene 22 años y es, todavía, un perfecto desconocido. Un recital ofrecido en la ciudad pocos meses antes, el 11 de enero, había llamado la atención de los directivos de uno de los grandes sellos discográficos estadounidenses, que decidió ofrecerle a renglón seguido un contrato en exclusiva. Ninguna de las dos partes lo sabía, pero ese acuerdo cambiaría para siempre la vida del músico, Glenn Gould (Toronto, 1932-1982), y reportaría —sigue reportándole— unos ingresos inusitados a la compañía, Columbia Records (luego CBS y, hoy, Sony).
Si el programa de aquel recital neoyorquino —que incluía obras de Gibbons, Sweelinck, Bach, Webern, Beethoven y Berg— denotaba ya que este pianista llegado del norte era cualquier cosa menos convencional, la elección de repertorio para su primera grabación importante no resultaría menos reveladora de su inconformismo. Las Variaciones Goldberg, de Bach, la única obra que habría de ocupar todo el disco, era aún por aquel entonces prácticamente terra incognita, tanto en las salas de concierto como en los estudios de grabación. Si el recital lo había integrado una selección tan variopinta como sorprendente de piezas de varios de los compositores predilectos de Gould, su entrada en escena en el mercado discográfico internacional la hacía, en cambio, con una sola composición, a su vez un caleidoscopio de toda la sabiduría musical acumulada en su última década de vida por Johann Sebastian Bach, el faro que iluminó como ningún otro la vida y la carrera del pianista canadiense.
Aquella grabación, que se tradujo finalmente en 38 minutos y 36 segundos de música, se ha reeditado desde entonces en innumerables ocasiones, en multitud de formatos y presentaciones, y posee un estatus preferente en las discotecas de millones de personas de todo el mundo. También se habían publicado anteriormente algunas tomas descartadas, que no entraron a formar parte de la edición final, pero no ha sido hasta ahora cuando el imponente álbum que acaba de publicar Sony nos permite disfrutar de una radiografía completa, de un escáner exhaustivo de lo que sucedió en aquel estudio de la Calle 30 de Nueva York durante los cuatro días (10, 14, 15 y 16 de junio) en que Gould estuvo grabando el aria y, una a una, las treinta variaciones que integran la obra de Bach.
Lo que nos revela el material ahora desenterrado por Sony es lo que siempre habíamos sospechado: que la grabación que conocemos, y que conserva intacta su capacidad para sorprendernos, podría haber sido muy diferente, ya que Gould no cesó de experimentar con diferentes aproximaciones a cada una de las piezas, algunas de las cuales llegó a grabar hasta 13 veces, a menudo de maneras absolutamente dispares. Gould se increpa a sí mismo al final o en medio de las tomas ("esto necesito ensayarlo", "estoy gafado", "demasiado chapucero"), le oímos cantar la manera correcta de tocar un pasaje, conversar con su productor (Howard Scott) y sus ingenieros de sonido (Fred Plaut y Robert Waller) y, sobre todo, buscar resueltamente un ideal que probablemente estaba solo en su cabeza. Todo el Gould futuro, toda su peculiar idiosincrasia pianística —irritante para algunos, fascinante para muchos—, su actitud abierta y desprejuiciada hacia la música de Bach, al que sabe despojar de todo trascendentalismo vacuo, su avasalladora personalidad, en la que ya se adivina claramente que él mismo acabaría produciendo sus propias grabaciones (aquí lo hace en gran medida), se encuentran potencialmente agazapados en esta documentación sonora.
Sony la completa, además, con un lujoso libro, un auténtico objeto de coleccionista, en el que se reproducen las fichas con las anotaciones manuscritas del productor y en el que no queda aspecto alguno por escrutar, incluida la historia del diseño de la famosa portada del elepé original, integrada por treinta fotos del propio Gould, realizadas en el estudio por Dan Weiner el 10 de junio de 1955. Aparte de los cinco discos con todas las tomas desechadas, la edición incluye también una reproducción del elepé original en vinilo (incluidas las notas sobre la obra escritas por el pianista), su exacto equivalente en disco compacto y otro que incluye una interesantísima conversación con el crítico Tim Page sobre sus dos grabaciones de las Variaciones Goldberg.
La segunda grabación, realizada en 1981 y último disco publicado en vida, apenas cuatro semanas antes de su muerte, el 4 de octubre de 1982, es la que figurará en la primera entrega de la colección dedicada a Glenn Gould que empieza a publicar EL PAÍS a partir del próximo domingo, 12 de noviembre. Si una sirvió para saludar su llegada al gran mundo, la otra se convirtió en su despedida. Escuchar ahora a este Gould exultantemente joven y rabiosamente original encerrado en aquel estudio de grabación, en la antesala misma de su fama, encontrando su voz propia, contradiciéndose, reafirmándose, desdiciéndose, es lo más parecido a un documento sonoro que bien podría llevar por título, con permiso de Jaime Gil de Biedma (y de James Joyce), Retrato del artista en 1955.
En cinco capítulos en EL PAÍS
A razón de una entrega semanal, entre el 12 de noviembre y el 10 de diciembre, la colección que EL PAÍS va a dedicar a Glenn Gould se abrirá y se cerrará con obras de Bach: su segunda grabación de las Variaciones Goldberg y una selección del primer libro de El clave bien temperado. Entre una y otra, sonatas para piano de Mozart y Beethoven y piezas breves de Brahms. Los textos que acompañan a las grabaciones, escritos por especialistas como Pablo L. Rodríguez y Ramón del Castillo, ahondan en aquellas cualidades que hicieron del canadiense un pianista diferente a todos.
Babelia
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