Stephen Shore; sin normas
El MoMA dedica una retrospectiva a este pionero del color, una de las figuras más destacadas de la fotografía americana contemporánea
Sostiene el crítico Quentin Bajac que la norma que prevalece en la obra, visualmente dispar, de Stephen Shore (Nueva York, 1947), parece ser precisamente la ausencia de normas. Quizás, sea esta constante un patrón establecido en su fructífero quehacer artístico que le ha servido para llegar a ser reconocido hoy en día como uno de los fotógrafos más influyentes de su generación, y paradójicamente uno de los más evasivos. Enemigo de lo previsible, ha marcado su propio camino a lo largo de cinco décadas desbrozando día a día nuevas sendas: “Cuando quiera que me encuentro copiándome a mismo -haciendo fotografías cuyos problemas ya he resuelto- me entrego a nuevos propósitos”, señala el artista, de ahí la falta de un estilo claramente identificable. Sin embargo, cada una de sus imágenes encierran todo aquello que solo podría definir a Shore; su propio sello.
La fotografía trata básicamente de tomar decisiones para este fotógrafo autodidacta que a los catorce años consiguió sorprender a Edward Steichen, ya anciano y al frente del departamento de fotografía del MoMA, quien le compró tres fotografías, y a quien con solo veintitrés años el Metropolitan Museum dedicó una exposición individual. Es el MoMa quien exhibe ahora la mayor retrospectiva que se ha realizado sobre el autor, que acaba de cumplir los setenta, y brinda la oportunidad de disfrutar de su singular visión de la fotografía, tanto a través de sus series más famosas como de obra inédita y poco conocida.
Cuando en los años setenta Shore se convirtió en pionero de la fotografía en color -junto con Joel Meyerowitz y William Eggleston – hacía tiempo que había entablado amistad con Andy Warhol. Durante casi dos años, de 1965 a 1967, el pintor le dio acceso a documentar el creativo y exclusivo trasiego de la Factory -lo hizo en blanco y negro-, abriéndole los ojos a nuevas formas de ver el mundo. El trabajo en serie, así como la mirada desmitificadora y mundana que caracteriza al fotógrafo, bien podría encontrar sus raíces en aquellos días, pero también en su admirado Walker Evans, a quien descubrió en su infancia. Junto con Robert Frank y Dave Heath, fue una de sus primeras influencias. La larga tradición americana de elevar lo simple y lo común encontró en el artista un fuerte aliado. “No hay épica en las imágenes de Shore”, escribe Bajac, comisario de la muestra, en el catálogo que la acompaña, “sino más bien la poesía de lo ordinario y lo cotidiano y un rechazo a crear un efecto sin motivo, que hace reverberar el deseo de Walker Evans de desvelar “la profunda belleza de las cosas tal y como son”. “Ver algo ordinario, algo que ves a diario y reconocerlo como una posibilidad fotográfica- eso es lo que me interesa”, señalaba el artista en una entrevista con The Guardian.
American Surfaces y Uncommon Places son dos de sus series más significativas y famosas, obras de referencia del movimiento conocido como New Color Photography en los Estados Unidos. Realizadas en los años setenta, la primera no se publicó hasta 1999, y la segunda fue recibida con grandes reparos por la crítica, debido en parte a la distancia y neutralidad con la que Shore acostumbra a abordar su obra. Paul Strand le llegó a alertar de que de exponer sus imágenes en color le perjudicaría profesionalmente. Su obra pasaría inadvertida durante los 80 y gran parte de los 90, cuando se convirtió en un verdadero renovador de la fotografía documental, tanto en Europa como en Estados Unidos. “Sintetizó la historia de la fotografía local con la influencia de varios movimientos artísticos, como el conceptual, el pop o incluso el foto-realismo”, apunta el comisario. El verdadero descubrimiento del que fuera un precoz talento de la fotografía llegaría después de haber cumplido los cincuenta, y en gran parte debido a sus admiradores alemanes. Desde sus comienzos Shore ha manifestado un interés por las formas democráticas y populares de producir y diseminar su obra, utilizando cámaras de aficionados, como la Mick- a -Matic, con cabeza de Mickey Mouse utilizada por los niños, o la Rollei 35. Así pues, no es de extrañar que desde 2004, el grueso de la obra de este maestro de lo cotidiano haya sido producida a través de Instagram.
“En vez de intentar unificar su obra, deberíamos aceptarla en toda su diversidad”, propone Bajac, “observándola no como el resultado de un estilo sino simplemente de unas reglas o prácticas”. Entre estas se encuentran la búsqueda de una máxima claridad, el respeto por la luz natural, la ausencia de retoque o reencuadre y, por encima de todo, una férrea disciplina, un muy limitado número de disparos, y muy poca edición. Pero, es el propio Shore quien nos desvela sus normas cuando se refiere a su afición favorita, la pesca: “La pesca como la fotografía, es un arte que requiere inteligencia, concentración y delicadeza”.
Stephen Shore. MoMA, Nueva York. Hasta el 28 de mayo
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