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“La oscuridad no se puede combatir”

Andrea Camilleri, con 92 años y una ceguera que le impide leer y escribir sin ayuda, lamenta el estado de la política actual y cree que la corrupción ha terminado impregnándolo todo

Daniel Verdú
Andrea Camilleri se enciende un cigarrillo en la bilbioteca de su casa en Roma.
Andrea Camilleri se enciende un cigarrillo en la bilbioteca de su casa en Roma. Antonello Nusca

Hace dos años, Philip Morris dejó de fabricar los malditos cigarrillos. Rojos, cajetilla blanda, filtro sencillo. Llevaba décadas fumándolos. Él y Valentina, su asistente, escribieron una carta al director general de la compañía haciéndole notar que al maestro le hubiera gustado disfrutar de alguno más de aquellos pitillos. El ejecutivo también tiró de ironía: “alguno más” no bastaba para reflotar un producto que prácticamente solo consumía él. “Ahora estoy obligado a fumar esta porquería”, dice con una carcajada Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925), sentado en el sillón de la biblioteca de su casa, en el barrio romano de Prati, mientras busca a tientas el mechero sobre la mesa y enciende el quinto de la entrevista.

El padre del comisario Montalbano, inspirado en la obra de su amigo Manolo Vázquez Montalbán, ha perdido completamente la vista y ha sobrevivido a todos sus amigos de infancia: ”cada vez que iba a Sicilia faltaba uno”, bromea. Pero escuchando su voz grave y vibrante analizar el mundo y encadenar anécdotas, parece que el de los cigarrillos ha sido el mayor drama de los últimos años. Tiene dos novelas sobre el famoso comisario en el cajón —se resiste a liquidarlo—, acaba de publicar en Italia un libro precioso sobre sus recuerdos y en España se ha traducido El homenaje (Salamandra) y está a la espera de la llegada en primavera de La pirámide de fango (Salamandra).

Pregunta. ¿Qué espera uno de la vida con 92 años y más de 100 libros publicados?

Respuesta. Recordar todo aquello que vale la pena recordar. Algunas cosas se pierden. Otras, en cambio, vuelven a aparecer con prepotencia. Cuanto más viejo, más precisión se tiene de los recuerdos de juventud. Leonardo Sciascia [el gran escritor siciliano] lo llamaba la presbicia de la memoria.

P. ¿Cómo combate la oscuridad de la ceguera?

Si dejase de fumar, moriría inmediatamente. Los médicos ya no osan pedírmelo

R. La oscuridad no se puede combatir. No hay nada que hacer. Hay que agarrarse a la memoria, repasar. Pido que me lean algunas páginas de nuevas novelas, periódicos. Pero la lectura por parte de terceros no es igual. La relación que tienes con el libro se construye a través de los ojos y la palabra impresa. Es más íntimo. No hay intermediarios que te unan a través del oído a esa palabra. Hoy la lectura ya no es tan mía como cuando podía ver.

P. ¿Qué es lo peor?

R. La pérdida de los colores. Me provoca un gran disgusto y malhumor. A veces intento acordarme de cómo iba vestido un personaje en una determinada novela. 'Era blanco, con toques rosas', me digo. Y al día siguiente lo compruebo. También repaso mentalmente todas las obras de arte que me han gustado. Intento no perderlos completamente.

P. ¿Tiene alguna parte buena?

R. Sí, mis sueños se han convertido en una fantasmagoría de colores. Es como si el cuerpo, durante la noche quisiera recompensarme por esa carencia: es precioso. El otro día soñé que estaba en la estación de Milán corriendo para coger un tren vestido de payaso. De las ventanillas de los vagones salían las cabezas de centenares de payasos más que me decían: “¡Ven, Andrea, ven!”. [ríe a carcajadas]

“El Papa ha dicho las cosas más sensatas y de izquierdas”

Andrea Camilleri está profudamente decepcionado con la izquierda en Italia. Cree que es un animal que sobrevive por escisión y que tiene cada vez menos peso en un país de centroderecha. Pero al otro lado del Tíber, vestido de blanco, ha encontrado un elemento disonante en el panorama político. “Ha sido uno de los mejores papas que ha habido en mucho tiempo. Y por eso lo atacan. Una parte de la Iglesia cree que está más atento a los problemas sociales que los espirituales. Pero en los últimos dos o tres años, las cosas más sensibles, de izquierda y sensatas, las ha dicho él. Mucho más que cualquier político. Y continua haciéndolo sobre los refugiados, la pobreza, las desigualdades... Es importantísima también su postura contra el ensañamiento terapéutico.”

Algunos creen que Francisco no será capaz de llevar a cabo sus reformas. Sin embargo, para Camilleri el avance ya está hecho. “Creo que decirlo ya es muchísimo. El resto de la Iglesia se parapeta en el ático de 3.000 metros cuadrados. Ahí hay cierta resistencia a las innovaciones papales, y se entiende por qué. Se necesitará mucho tiempo”.

P. ¿Cómo se afronta la página en blanco desde la ceguera?

R. Pues no se ve. Pero nunca he tenido ese problema. Para mí no ha existido nunca. Si me pasase sería el final de mi capacidad narrativa. [se enciende el segundo cigarrillo]

Ver a Berlusconi dictar leyes otra vez sería lo peor que podría pasarme a punto de morir”

P. Veo que sigue fumando igual.

R. Si lo dejase moriría inmediatamente. Los médicos ya no osan decirme que lo deje.

P. ¿Qué escribe ahora?

R. Estoy revisando cosas de hace tiempo. Y veo que mi escritura ha sufrido con los años una evolución. Estoy obligado a reescribir cualquier libro que haya tenido en una caja sin publicar si quiero que vea la luz. De hecho, lo estoy haciendo con una novela de Montalbano que dejé apartada.

P. ¿Los cambia mucho?

R. Muchísimo. La construcción de las frases, la búsqueda de las palabras. Es un lenguaje que se enriquece cuando envejece. Una novela de hace 15 años me parece pobre respecto a cómo escribo hoy.

P. No me dirá que es usted mejor escritor que hace 15 años.

R. Estoy seguro. Entre otras cosas, por ejercicio cotidiano. Es algo que le va bien a los atletas, a los pianistas. También a los escritores.

P. ¿Esa novela que retoca es el final de Salvo Montalbano?

Manuel Vázquez Montalbán y Andrea Camilleri en 1999.
Manuel Vázquez Montalbán y Andrea Camilleri en 1999.MARCELLO MENCARINI

R. Es la penúltima. La del fin de Montalbano también la he reescrito. La primera versión era de hace 12 años. Pero todavía esperará uno o dos años en salir. Si de aquí a mayo no me viene otra a la cabeza, sigo con el plan previsto.

P. Los periódicos que le leen a diario hablan de una situación política en Italia extraña. Populismo, retorno de viejos fantasmas, xenofobia...

R. Estamos ante la constatación del fracaso de los viejos partidos. La concepción del partido, como la sentía yo en mi juventud, ya no funciona. Aquí existe la formación de un movimiento que es más dependiente de un núcleo restringido de poder que de un poder horizontal. Si usted mira al Movimiento 5 Estrellas, en realidad reciben órdenes del cómico y de una empresa. Un partido que tiene un jefe, un directivo. Lo mismo siempre fue Berlusconi.

P. Por cierto, ¿cómo es posible que siga todavía en pie y pueda ser decisivo en las elecciones?

R. Ver a Berlusconi dictando leyes otra vez sería la peor de todas las cosas nauseabundas que podían pasarme a punto de morir. Fue condenado en vía definitiva por fraude fiscal cuando era presidente del Consejo. En un país normal debería desaparecer de la política. En cambio, sigue contando. Y esto ha llegado a un punto en que pienso que la culpa no es de Berlusconi, sino de los que le votan, los que creen en él. O son delincuentes o son bobos. No hay otra.

P. ¿Dónde está la izquierda política en Italia?

R. Se reproduce como algunas células, por escisión. Y cada vez disminuye de peso. Y eso, en realidad, sucede cuando un país no es de izquierdas, como Italia. No hemos tenido las grandes y graves experiencias de otros pueblos. De la guerra entre el norte y el sur, por ejemplo, nacen los EE. UU. De la Revolución Francesa, nace una nueva concepción del estado y de la relación de sus ciudadanos. Son fenómenos que maduran una nación y a nosotros nos faltan experiencias fundamentales. Nunca ha habido un punto de inflexión, porque el fascismo no fue una revolución.

P. Bueno, tuvieron el caso Mani pulite y la revuelta contra la corrupción a principios de los noventa.

Antes los partidos recibían pagos de miles de millones, ahora te compras un pequeño asesor con 10.000 euros. La corrupción se ha pulverizado"

R. Fue fundamental, sí. Descubrimos la corrupción. Eliminamos unos cuantos corruptos. Pero el resultado es que mientras antes los partidos recibían pagos de miles de millones, ahora te compras un pequeño asesor con 10.000 euros. La corrupción se ha pulverizado. Como cuando explota una bolsa de cocaína en una habitación cerrada. Y eso aleja mucho a la gente de la política.

P. La forma de corrupción por excelencia en Italia ha sido la mafia. ¿Qué sintió el otro día cuando murió Totò Riina?

R. Para mí estaba muerto desde hacía tiempo. Era un hombre acabado desde que empezó a concebir una guerra contra el estado. Pero al margen de él y de Provenzano, la mafia había perdido su poder. En Sicilia se atenuará mucho tras su muerte. Habrá un poco de guerra para el nuevo capo, pero la percibo desunida. Hoy quien es potente en Italia es la 'Ndrangheta.

P. ¿Cree que Sicilia se liberará un día de la mafia?

R. Sí, lo deseo y pienso que está cerca ese día. Pero llegará otra forma de corrupción más moderna. Hasta que haya pobreza y la posibilidad de que un individuo te de trabajo en sitios de tanta desocupación, habrá organizaciones mafiosas. El problema es que el estado italiano nunca ha querido ir a fondo con el crimen organizado.

P. Dígame, ¿qué echa más de menos en este punto de su vida?

R. Boh… No siento que me falten cosas. Tengo buenas amistades, grandes afectos, noto que hay gente que me quiere. Si me voy ahora con 92 años no sentiré carencias, tampoco pienso en el pasado. En mis tiempos estaba la guerra y las bombas, siempre es mejor lo que pasa hoy. Echo de menos gente, algún amigo en Sicilia. Ahora que volveré seré el último. De mis 15 amigos de infancia, solo quedo yo. ¿Y qué voy a hacer? Pues a respirar el aire de mi puerto.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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