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crítica | clásica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Casi repóquer

El director de orquesta francés plantea un programa de influencias encadenadas

Luis Gago
El director de orquesta François-Xavier Roth durante un concierto.
El director de orquesta François-Xavier Roth durante un concierto.Getty Images

Lo primero que llamaba la atención del programa con que el director de orquesta francés François-Xavier Roth se ha presentado en Ibermúsica es que el apellido de los tres compositores elegidos empezaba por B. No se trataba, sin embargo, de la trilogía tantas veces citada, símbolo de algún modo de la supremacía germánica en la música occidental durante casi dos siglos: Bach – Beethoven – Brahms. Esta otra tríada era más internacional, más inesperada, más polisémica, y cuesta creer que haya sido elegida al azar: Beethoven – Bartók – Boulez. La secuencia esconde un encadenamiento de influencias, ya que el húngaro fue un beethoveniano confeso, mientras que el francés fue un ardiente defensor de la música del autor de El mandarín maravilloso. Como director nos regaló versiones imprescindibles de muchas de sus obras y como compositor acusó indirectamente su huella, sin ir más lejos en el Livre pour cordes que dio comienzo al concierto.

Boulez, Beethoven y Bartók bajo la batuta de Roth

Boulez: Livre pour cordes. Beethoven: Concierto para piano núm. 2. Bartók: Concierto para orquesta. Orquesta Gürzenich de Colonia. Dir.: François-Xavier Roth. Auditorio Nacional, 8 de febrero.

La obra tiene su origen en dos movimientos del Livre pour quatuor, una de esas composiciones de atribulada historia, con constantes idas y venidas, infinitamente revisadas y revisables, tan características del catálogo de Boulez. Pero la metamorfosis del cuarteto en una gigantesca sección de cuerda, plagada de divisi, hasta el punto de incluir hasta 30 partes independientes (superando con creces las 23 de las Metamorfosis de Richard Strauss) dificulta identificar sus mucho más modestos orígenes en una primera escucha. Más perceptible es quizá, aunque eso depende mucho del enfoque interpretativo que se adopte, la huella de la Música para cuerda, percusión y celesta de Bartók, al tiempo que la música avanza en ocasiones con un ímpetu de impronta muy beethoveniana. Roth tuvo el inmenso mérito de conseguir que la Orquesta Gürzenich tocara una partitura tan exigentísima, y a la que acaba de enfrentarse por primera vez esta misma semana en su ciudad, Colonia, como si llevara años familiarizada con ella. En el debe solo cabe señalar que, puntualmente, Roth podría haber ampliado algo más el espectro dinámico, apurando, por ejemplo, toda la potencia de esa indicación fortissimo cinco compases antes del final, pero es un reparo mínimo en una interpretación concebida y realizada con la naturalidad y el aplomo de quien aborda un clásico de siempre.

A sus 25 años, Benjamin Grosvenor es la última joya de la escuela pianística británica. Su trayectoria hasta ahora revela que no solo tiene dedos (no se arredra ante las obras más difíciles y exigentes técnicamente), sino también muy buena cabeza. Beethoven no es, o no suele ser, compositor para jóvenes, pero Grosvenor nos ha dejado una extraordinaria impresión con una versión madura, limpia y clara del Concierto núm. 2 del alemán. Es, sin duda, el menos interesante de los cinco que compuso, pero, sin cargar jamás las tintas, y con un acompañamiento fluido, atento y cargado de buenos detalles por parte de Roth, Grosvenor logró resaltar todas sus virtudes, especialmente en un modélico movimiento lento y en un rondó final tocado realmente Allegro molto, como indica la partitura, sin temor a descarrilar. Los más que merecidos aplausos le hicieron tocar en solitario un preludio de Bach, añadiendo con ello una cuarta B (una B que es realmente una alfa) al programa diseñado por Roth, que escuchó la propina discretamente sentado en el suelo detrás de los contrabajos. Todo un gesto de su ausencia total de divismo.

En la segunda parte, el Concierto para orquesta de Bartók, una obra que radiografía y, en muchos casos, desnuda a cualquier conjunto que decida ponerla en sus atriles. En este palíndromo en cinco partes tan característico del húngaro confluyen elementos enfrentados: el dolor del exilio y la enfermedad, el humor en ambos scherzos, la interacción entre el todo y las partes, la inteligibilidad en medio de un mar de complejidad, la búsqueda de un lucimiento orquestal muy americano teñido por doquier de nostalgias y elementos europeos, una afirmación de la vida y el presentimiento de una muerte que se adivina cercana. Fue una obra predilecta de las orquestas estadounidenses en un tiempo en el que las dirigían músicos obligados, como Bartók, a huir de Europa (Arturo Toscanini, Leopold Stokowski, Dmitri Mitropoulos, Eugene Ormandy, Bruno Walter) y encargada por el ruso Serguéi Kusevitski para su Sinfónica de Boston, que la estrenó pocos meses antes de la muerte del compositor. Roth huyó de lo bombástico, de cargar las tintas tramposamente, y se concentró en la transparencia, en la hondura, en el trazo largo, en el tremendo dolor escondido en la Elegía, en cubrir el humor de acerba ironía y en dar libertad a sus instrumentistas para lucirse cuando les llegara la ocasión. Tan solo los trombones demostraron estar un escalón por debajo de otras secciones, pero la histórica Gürzenich ha exhibido maneras de orquesta compacta, seria y disciplinada. Con Roth de director titular (lo es desde 2015), que prescinde de batuta, à la Boulez, pero irradia musicalidad, es fácil augurarle una clara línea ascendente.

Tras presentar con gran simpatía, y en español, a un nuevo contrabajista madrileño de la orquesta, Roth anunció “una sorpresa” como propina. El vivo ritmo danzable inicial hizo pensar fugazmente en una de las Danzas húngaras de Johannes Brahms, para así completar la quinta B del repóquer, pero no: fue la última de las Danzas eslavas op. 46 de Antonín Dvořák, inspiradas, eso sí, abiertamente en el modelo previo del alemán. El Bartók postrero y testamentario tendrá continuación -resignada y dolorosa- el próximo martes, cuando Javier Perianes interprete, también en el ciclo de Ibermúsica, el Concierto para piano núm. 3 del húngaro. Y habrá que esperar al arranque del verano para volver a oír a este extraordinario director francés en el segundo concierto del Festival de Granada, esta vez al frente de Les Siècles, la orquesta creada por el propio Roth, que toca con instrumentos de época, entendida en este caso como las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. Vendrá con música de Debussy en el año de su centenario, una de sus grandes especialidades y un músico idolatrado en igual medida por Bartók y Boulez: el círculo se cierra.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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