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Crítica | El insulto
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La disculpa imposible

Interesantísima parábola político social de Ziad Doueiri, que ha sido reciente candidata al Oscar a la mejor película de habla extranjera

Adel Karam (izquierda) y Kamel El Basha, los agraviados de 'El insulto'.
Adel Karam (izquierda) y Kamel El Basha, los agraviados de 'El insulto'.
Javier Ocaña

EL INSULTO

Dirección: Ziad Doueiri.

Intérpretes: Kamel El Basha, Christine Choueiri, Adel Karam, Camille Salameh.

Género: drama. Líbano, 2017.

Duración: 110 minutos.

No pocas veces las vidas se hunden por una nimiedad. Un pequeño accidente, una discusión absurda, una casualidad, un malentendido. Un golpe del destino que, por culpa de nuestro orgullo, de nuestra terquedad, y de un equivocado planteamiento hacia el fácil arreglo, va degenerando en un problema más grande, mucho más complicado de erradicar, que revela prejuicios, traumas interiores, resentimientos del pasado.

El insignificante chispazo de El insulto, interesantísima parábola político social de Ziad Doueiri, reciente candidata al Oscar a la mejor película de habla extranjera, lo produce el canalón de una casa. Uno de esos conflictos vecinales donde el absurdo cotidiano puede llevar a la perdición. Un chorro de agua mal encauzado desde el balcón de la casa de un cristiano libanés, que acaba cayendo sobre el capataz de una obra, y palestino. Un cuento de horror histórico y religioso, una tragedia familiar, un drama judicial que, desde lo más pequeño, alcanza lo más grande. Una disputa de corto alcance que trasluce un ancestral combate entre pueblos. Y, como toda fábula, con una enseñanza moral: la disculpa es una muestra de decencia y no un motivo de debilidad.

Expuesta de un modo sencillo y explícito, y partiendo del ámbito social, la película de Doueiri adquiere, sin embargo, una enorme trascendencia en múltiples vertientes. En la política, con cargos electos que solo se implican en los problemas reales de la gente cuando no hay temor a mancharse. En la histórica del conflicto entre palestinos e israelíes, y su influencia en países vecinos, como Líbano, con una frase insultante como detonante —“Ojalá Ariel Sharon hubiera acabado con todos los palestinos” —, y variadas tragedias detrás: del Septiembre Negro jordano, en aquel mes de 1970, a la masacre de Damour, durante la guerra civil libanesa, en enero de 1976. En la judicial, con algo tan actual y tan universal —también aquí, en España— como el delito de odio, su necesidad, y también su peligro: “¿Qué será lo próximo, penar los pensamientos, castigar los sueños?”. E incluso en una vertiente perteneciente a la filosofía del Derecho: la violencia como hecho natural, o como hecho histórico.

Doueiri, con películas importantes alrededor del conflicto de Oriente Medio —West Beirut, de 1998; El atentado, de 2012— expone su relato de un modo en el que todos los personajes, en su ideología, en su formación, en su religión, acaban encontrando razones convincentes para su comportamiento. Y, más allá de su evidente humanismo y de su voluntad regeneradora, deja que sea el espectador el que, en su vaivén emocional, acabe siendo juez. El árbitro de las pequeñas grandes tragedias de nuestra existencia

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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