Thomas Ostermeier: “El teatro nunca ha aportado cambios al mundo”
El director de la Schaübuhne, la mítica compañía alemana fundada por Peter Stein, presenta en Madrid su versión de la película de Fassbinder 'El matrimonio de Maria Braun'
Con solo 30 años heredó las riendas de una compañía de leyenda, la Schaubühne de Berlín, que revolucionó la escena alemana en los setenta bajo la dirección de Peter Stein. Bullían todavía las ideas de Mayo del 68 y el colectivo invocaba directamente el espíritu de Bertolt Brecht: el teatro como práctica política, frente al teatro complaciente burgués. Stein dejó su puesto a mediados de los ochenta y desde entonces la Schaubühne ha navegado en distintas aguas, aunque sin perder nunca su compromiso político inicial.
A mediados de los noventa, cuando ya la Schaubühne se había convertido en la mayor institución teatral privada de Alemania, un entonces jovencísimo Thomas Ostermeier (Soltau, 1968) empezó a destacar como la cabeza más visible de una nueva generación de directores empeñados en repolitizar el teatro. Sus primeras propuestas deslumbraron y en 1999 fue llamado para formar parte del equipo de dirección artística de la Schaubüne.
Al frente de esta compañía Ostermeier ha abordado textos de pesos pesados de la dramaturgia del siglo XX (Ibsen, Brecht, Maeterlinck, Büchner), pero desde el principio apostó también por nuevos autores (Sarah Kane, Martin Krimp, Mark Ravenhill). La próxima semana presenta en los Teatros del Canal de Madrid uno de sus montajes más aplaudidos, su adaptación de la película El matrimonio de Maria Braun, la gran parábola de Rainer Werner Fassbinder sobre la reconstrucción de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, un espectáculo que lleva paseándose por todo el mundo casi diez años. En vísperas de su viaje a España, el director se aviene a charlar por teléfono con EL PAÍS sobre su trabajo y su visión del teatro.
PREGUNTA. ¿El teatro tiene aún la fuerza suficiente para cambiar algo?
RESPUESTA. El teatro nunca ha aportado cambios al mundo. Mire el caso de Alemania. El dramaturgo y director alemán más influyente del siglo XX fue Bertolt Brecht, que vivió durante la época en la que Hitler llegó al poder y no pudo hacer nada al respecto. La única manera de conseguir cambios políticos es a través de los movimientos sociales, personas saliendo a la calle para manifestarse, una concienciación solidaria y la acción política.
P. Entonces, ¿nunca ha servido para nada el teatro político?
R. El teatro es un lugar donde las personas pueden reflexionar sobre la situación social, incluso sobre toda la condición humana, que es algo mucho más profundo y más complejo. Puesto que yo soy un ciudadano político, es normal que en mis obras se perciban críticas y pensamientos políticos, pero no soy tan estúpido para creer que mis espectáculos puedan conseguir algún cambio político. Como mucho, es posible que animen a la gente a mirar el mundo de forma distinta.
Pasión por Angélica Liddell
Thomas Ostermeier mantiene una constante relación con España no solo porque suele ser invitado aquí para presentar sus espectáculos (sobre todo en Barcelona y el festival Temporada Alta de Girona, donde en 2015 llevó El matrimonio de María Braun), sino también porque se confiesa fan de varios creadores españoles. Angélica Liddell es una de las dramaturgas más extraordinarias del mundo, quizá la mujer más importante en el teatro europeo actualmente", opina. Afirma ser también admirador de Rodrigo García: "Tiene una voz muy individual dentro del teatro europeo, muy especial, llamativa y decidida. Le hemos invitado varias veces a la Schaubühne. Y también a Álex Rigola". Curiosamente, Liddell y García han emigrado a Francia y Rigola dimitió hace unos meses como director de los Teatros del Canal de Madrid.
P. La protagonista de El matrimonio de Maria Braun renuncia al amor para sobrevivir en la posguerra. ¿Entiende usted así la historia de su país? ¿A qué ha renunciado Alemania para lograr su ‘milagro’?
R. Efectivamente, esta obra es una gran parábola. Alemania tuvo que renunciar a sus emociones y reemplazó el fascismo por esa fascinación por el poder económico como una manera de olvidarse de su historia. Intentó convertirse en otra cosa e intentó reemplazar esa ideología metafísica y el fascismo con un mundo materialista. Era una manera de eludir la realidad, porque no hay que olvidarse de que mucha gente sacrificó sus vidas por el fascismo.
P. Cuando estrenó este espectáculo, en 2009, el mundo se hundía en una de sus crisis económicas más profundas, pero Alemania supo mantenerse a flote mejor que otro país. ¿Le resonaba la historia de Maria Braun especialmente en ese contexto?
R. Me resonaba fuerte y claro. Y también resonó en todos los países europeos donde lo estrenamos, porque la obra ayuda a entender el alma, si existe, de la nación alemana.
P. Ha abordado personajes femeninos muy poderosos, como Maria Braun o la Nora de Casa de muñecas. ¿Le interesa especialmente el papel de las mujeres en la historia?
R. Me gustan mucho los personajes femeninos porque tienen que ser mucho más conscientes de cómo funciona la sociedad para poder tener éxito. Deben buscar fórmulas distintas a las de los hombres blancos y normales, lo que, por supuesto, me resulta mucho más interesante.
P. Usted pertenece a ese grupo selecto de directores que mueven sus espectáculos por todo el mundo. ¿Qué piensa del teatro europeo?
R. No creo que haya una forma globalizada de hacer teatro, ni tampoco una manera especialmente europea. Lo que me preocupa de Europa, en realidad, es que la cultura es un tema marginal en la política continental. No existe ningún artículo en la UE sobre la cultura o las artes. Gastamos solo un 0,7% de nuestro presupuesto en cultura. Eso es ridículo y una gran pena, porque cada vez que Europa se ve amenazada, la gente le pide a gente de la cultura como yo que ayudemos a restablecer el espíritu de la UE. Estoy harto de eso, porque para restablecer ese espíritu lo que hay que hacer es gastar mucho más dinero en cultura, fomentar el intercambio de las artes. Quizá así podamos convertirnos en una sola Europa con regiones locales. Yo, por ejemplo, me identifico mucho más con Berlín que con el resto de Alemania. Comparto más cosas con Londres, París o Madrid que con buena parte de mis país. Así que deberíamos dejar de hablar ya de las naciones.
Babelia
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