Ricardo Cases: “Una buena fotografía es aquella que no se puede definir”
Una exposición nos acerca el rico universo visual del artista levantino, representante de la fotografía española más vanguardista
Fue curiosamente el desarraigo el factor que estrechó los lazos de Ricardo Cases (Orihuela, 1971) con el Levante español, su tierra. De regreso a casa, tras unos años fuera, surgió el choque emocional y el paulatino reconocimiento del lugar. De ahí surgió una obra que lo ha consolidado como una figura de referencia dentro de la fotografía actual. Un rico y particular universo urdido por la luz, el color y la textura que dibuja un lugar donde el caos y el absurdo conviven con una realidad tan precaria y mancillada como luminosa y desconcertante. Un paisaje que sintetiza una parte del espíritu de la España contemporánea.
Así, con la fascinación de un antropólogo y el ojo adiestrado de un artista, Cases se adentró en una geografía que ha desembocado en Estudio elemental del Levante, una exposición que recoge cinco series realizadas, desde 2010, por el alicantino galardonado con el Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid 2017, y que se exhibe en la Sala Canal de Isabel II dentro de la programación de PHotoEspaña 2018.
La exhibición comienza con Paloma al aire (2011), serie que parte de un modesto fotolibro encuadernado en gusanillo con una espiral de libreta escolar, cuyas imágenes de palomas pintadas se convierten en evocadores cuadros abstractos. “Ha sido reconocido como una magistral apoteosis de luz y color en movimiento y a toda página”, escribe el comisario de la muestra, Horacio Fernández, en el catálogo (su atrevido diseño poco tiene que ver con aquellos publicados por los centros institucionales y nos alerta de las cotas de creatividad que rodea a la fotografía española en la actualidad) diseñado por Natalia Troitiño. La muestra ha sido planteada de modo “que el espectador tenga una idea de cómo Cases ha trabajado en los fotolibros, que es lo que le ha dado prestigio. Y que por otra parte es la manera en la que hoy en día trabajan los fotógrafos”. De esta forma, “el libro queda planteado en formato expositivo de una manera bastante especial, sin repetir el modelo de presentación de la obra”, explica el comisario. La exposición en su globalidad encierra una gran riqueza de interpretaciones que implica aislar, multiplicar, abstraer, explotar, deconstruir, monumentalizar las imágenes, pero siempre respetándolas como imagen fotográfica, y refleja con éxito el gran potencial del artista a la hora de difuminar las fronteras del medio fotográfico. La palabra instalación bien podría aplicarse a la muestra.
Su encuentro con la fotografía fue un flechazo. “Me volvió loco, literalmente, hasta hoy”, dice Cases, mientras recuerda, con el entusiasmo de un novato, sus primeros días en el cuarto oscuro de la facultad de Periodismo de Bilbao. ”Hice todo tipo de fotografía: bodas, bodegones, comuniones, trabajos como paparazzi, hasta llegar a trabajar como fotoperiodista en El Mundo, lo que me proporcionó una gran formación en el medio”. Se plantea cada serie como una pura necesidad: “No soy un fotógrafo que haga una reflexión previa sobre lo que hago”, continúa. “Voy improvisando muchísimo, y si acaso hay una parte racional en el proceso es al final, que es cuando voy tomando decisiones”. Son las propias fotografías las que me dicen lo qué tengo que contar. Tomo notas. Esas notas son mis interpretaciones, y esas imágenes van destilando un discurso”. Otras veces el concepto está más claro desde el principio como ocurrió con Sol, donde, como si se tratase de un juego infantil, decidió representar al astro de todas las maneras posibles que se le ocurrían. “La ejecución del trabajo era bastante sencilla, pero lo que no tenía claro era cómo contarlo. En esto el componente emocional es fundamental”, explica el autor. “Me muevo mucho por símbolos locales y clichés. Me sirven como la excusa narrativa, de la cual tiro: una llanta de un Ford o una naranja en el suelo puede convertirse en un motivo para buscar otra capa de información y desarrollar el trabajo con más riqueza”.
Desde su introducción en la escena internacional no han dejado de abundar las comparaciones con el británico Martín Parr. “Yo me siento más un heredero, o mejor dicho groupie, de Cristóbal Hara. Martin Parr sin duda es una personalidad en la fotografía del siglo XX, pero no deja de ser un inglés. Su respuesta es diferente”, señala el fotógrafo. Tampoco se siente cómodo con la utilización de la palabra kitsch con referencia a su obra; encuentra el término peyorativo y dice empatizar con lo que retrata sintiéndose parte de ello. En cambio, se identifica con el absurdo: “Forma parte de la vida. Uno no sabe de qué va esto. El absurdo lejos de ser un problema es una cosa simpática, son esas contradicciones que existen en el paisaje y también en la gente. ¡Fíjate lo que hemos hecho de este país!”. “El azar y el encuentro es fundamental en mi obra”, explica Cases. “A mí lo que me gusta es ser fotógrafo, lo otro es un complemento. Salir con la cámara, no saber dónde vas a ir a parar, con quién vas a hablar y con qué situación te vas a encontrar”.
“Hara, Koudelka y Cases son fotógrafos de una estirpe especial, buscadores de oro capaces de atravesar desiertos por la intuición de una promesa inconcreta, insegura y a menudo falsa”, escribe el comisario en el catálogo. A Cristóbal Hara lo descubrió a través de Blank Paper, un colectivo de fotógrafos rebeldes que abrió un nuevo discurso dentro de la fotografía española sin ningún tipo de ayuda institucional, y del que Cases fue fundador en 2003. “Para mí Blank Paper fue la gran escuela de fotografía, Con ellos aprendí a hacer una foto, a leer la luz y también la historia de la fotografía”. Allí entabló relación con Antonio M. Xoubanova y Óscar Mozón, quienes complementan la exposición con una videoinstalación, El ojo del pintor (el fotógrafo no puede evitar emocionarse al referirse a ellos), así como a Sonia Berger, su editora al frente de la editorial Dalpine, quien también colabora con un texto que se incluye en el catálogo.
“Uno no es consciente muchas veces de su intención. Al final la autoría no es más que una toma de decisiones ”, explica el fotógrafo. “En esas decisiones muchas veces hay una respuesta accidental, pero también emocional. El fotógrafo se pasa toda la vida detrás de una foto que al final no existe, pero se la imagina”. ¿Y qué definiría esa buena fotografía?: “Lo maravilloso de la fotografía es la falta de un manual de cómo hacerla. Para mi una buena fotografía es aquella que no se puede definir. La fotografía tiene unas dificultades de comunicación que no tiene la palabra y en esas dificultades está la virtud”.
La sala dedicada a la serie El porque de las naranjas (2014) reproduce la imágenes al mismo tamaño que el libro, y el espectador debe acercarse para poder observar. Es la parte más convencional de la exposición. La serie Sol (2017), donde parte de las imágenes están montadas sobre unas estructuras minimalistas como atriles, “es violencia cromática, deformación, perspectiva, primitivismo feísmo… puro expresionismo…pero también la miseria gritando y los aullidos del arte, pidiendo ayuda”, destaca Fernández. “Es un lamento de los tiempos en que se prepara que- conviene recordarlo- eran los de los recortes sociales de la última crisis”. En la parte dedicada a la serie Estudio elemental del levante (2018), que da nombre a toda la muestra, cambia por completo el montaje. Un montaje feista que evoca los cambios en el mundo rural, la fricción entre lo urbano y lo rural no exenta de contradicciones. Allí quedan reflejados los estragos del escarabajo picudo, que llegó en una importación de palmeras desde Egipto. La destrucción de las naranjas y las palmeras se une a una banda de músicos, que como un segundo elemento tocan una música elegiaca. Las copias son pálidas, impresas sobre papeles de baja calidad, incluyen recortes, arrugas, manchas, a veces se tornan en collages “Rompen con la imposición de una foto como si fuera oro”, destaca el comisario. Contrasta con el montaje austero y museístico de Podría haberse evitado (2011), un fotolibro con unos textos más bien policiacos que intentan dar pistas sobre situaciones que no sabemos las que son. Utiliza la elipsis como proceso narrativo.“Cases salta en el espacio y el tiempo del relato”, explica el comisario “prescinde de las claves necesarias. Oculta datos que tendrán que ser descubiertos por el lector. Guarda celosamente el misterio y da curso libre a la imaginación”.
“La fotografía es una cosa que está por descubrir”, destaca el autor. “Yo creo que estamos en un momento vibrante. En la historia del medio no ha habido un momento tan especial como este. Cada año aparece un nuevo discurso, un fotolibro nuevo que te deja boquiabierto, no por su diseño sino por su planteamiento fotográfico”.
La fotografía sigue renovándose. Prueba de ello y del vigor con el que la nueva generación de fotógrafos españoles afronta este reto es esta indispensable muestra.
Ricardo Cases. Estudio elemental del Levante. Sala Canal Isabel II. Madrid. Hasta el 29 de julio
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