José Tomás, deslumbrante y estudiada personalidad
El diestro cortó dos orejas, y Perera, extraordinario toda la tarde, indultó un noble toro de Jandilla
José Tomás, traje verde botella y oro, delgado de carnes, casi huesudo, andares inseguros y pasos cortos en el paseíllo, bajó del cielo de Estepona, donde vive, su recóndito salón del trono, y se hizo visible para los humanos. Más de 11.000 personas se reunieron para rendir pleitesía a su dios del toreo, y lo recibieron con una clamorosa ovación. Aficionados locales, agradecidos al torero y ávidos de milagros taurinos, y muchos otros seguidores tomasistas -adinerados, se supone- procedentes de distintas zonas patrias y de Francia, Italia, México, Colombia, Perú…
Y Tomás obró el milagro. No se vestía de luces en España desde el 9 de septiembre de 2016 en Valladolid, pero mantiene esa deslumbrante personalidad que lo hizo grande. Tan deslumbrante como estudiada para que la deidad siga viva en el sueño de casi todos a pesar de sus intermitentes desapariciones y el misterio que envuelve su vida terrenal.
Es verdad, no obstante, que guardó la ropa con mimo. Se anunció en Algeciras, plaza de tan grande aforo como de rebosante generosidad, eligió tres toros de diseño de Núñez del Cuvillo, uno de sus hierros favoritos, y contó con la benevolencia de sus muchos creyentes.
DEL CUVILLO, JANDILLA/TOMÁS, PERERA
Tres toros de Núñez del Cuvillo, correctamente presentados, mansurrones, nobles y blandos; y tres de Jandilla, correctos y nobles; el cuarto, de nombre Libélula, y 493 kilos de peso, fue indultado.
José Tomás: bajonazo (dos orejas); estocada trasera (palmas); dos pinchazos, un descabello y el toro se echa (vuelta al ruedo).
Miguel Ángel Perera: pinchazo y casi entera trasera (oreja); (dos orejas y rabo simbólicos); pinchazo y media estocada (ovación). Los dos toreros salieron a hombros por la puerta grande.
Plaza de Las Palomas. Algeciras. Tercera y última corrida de feria. 29 de junio. Lleno.
Recibió a su primero con un manojo de verónicas suavísimas y una media -de frente, con los pies juntos- de auténtico cartel. Y la piel de los presentes se volvió ya de gallina. Galleó a continuación por chicuelinas y una larga interminable dejó al toro en la jurisdicción del picador. Un picotacito, de esos que no dan para un análisis de sangre, y un quite por tafalleras que llevó el delirio a los tendidos. ‘Ya hemos pagado la entrada’, gritaba un fervoroso seguidor.
Agotado llegó a la muleta tan privilegiado animal; consumido, pero bueno y conciliador como un cordero comprometido con el sacrificio. Y Tomás lo toreó con extremosa suavidad, tan templados los muletazos que se esfumó la emoción. Bajaron entonces los ánimos al tiempo que el toro mostró sus flaquezas. Así las cosas, el torero asentó las zapatillas, se negó a mover un dedo de los pies, e impávido dibujó muletazos por delante y por la espalda en un corto palmo de terreno. Y volvió la luz, el misticismo y la grandeza de este torero. Mató mal, de un infamante bajonazo, lo cual no fue obstáculo para que paseara las dos orejas.
No fue obediente el tercero, tan elegido como el anterior, pero traidor a la cusa tomasista. Salió suelto del caballo, permitió que José Chacón clavara dos extraordinarios pares de banderillas, y aceptó con malos humos que Tomás lo citara, sin mover un músculo, por gaoneras que destacaron más por su quietud que por su largura. Pero el animal huyó con descaro del engaño, se refugió en tablas, y el dios se hizo humano; es decir, que no se repitió el milagro, y todo su afán quedó en un deseo volátil.
Y la piel de gallina volvió en el quinto, un toro áspero que robó el capote al torero y le hizo morder el polvo sin mayor consecuencia. Valentísimo e inteligente, Tomás comenzó por ceñidísimos estatuarios y ofreció una brillante lección de toreo al natural antes de fallar con los aceros. Dio una muy emocionante vuelta al ruedo, y no sin razón fue despedido a los gritos de ‘torero, torero’.
No quiso ser convidado de piedra Miguel Ángel Perera, y ofreció en Algeciras un curso de exquisita torería, valiente en todo momento, consumado profesional, dominador y también artista. Brillante y variado se exhibió con el capote, verónicas, tafalleras chicuelinas, gaoneras… Sobrado de facultades, dibujó ceñidos naturales ante su primero, que olisqueó los muslos del torero. Volvió a lucirse con el capote ante el bonancible cuarto, con el que sobresalió en una faena de muleta larga, honda y rebosante de empaque torero. Buen toro, obediente, repetidor y nobilísimo, y un gran torero en plenitud de facultades. Al final, al toro se le perdonó la vida, aunque careció de méritos para ello por su desigual pelea en varas y su intención de rajarse en algún momento del tercio de muleta.
El quite por saltilleras al sexto, ajustadísimo, fue sencillamente extraordinario. Brindó a Tomás, y volvió a demostrar que es torero grande ante un toro mansurrón y de broncas embestidas.
Babelia
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