_
_
_
_
¿QUIÉN REGARÁ LAS PLANTAS?
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Carpintería de ribera

Mientras visitaba el taller me di cuenta de que, como es habitual entre los urbanitas, había idealizado la vida rural

Eva Vázquez (EL PAÍS)

Siempre que viajo fantaseo con mudarme al destino que visito. Miro a las personas que pasean por la calle y me imagino siendo ellas. A veces me gusta lo que veo, otras no; otras me deprimo viendo caras tristes y parques feos y doy gracias por vivir en el distrito centro de Madrid. Hace unos días, estando de vacaciones en Ribadeo, Galicia, una anciana le dijo “Hola, pitín” a mi hijo en una tienda. El acento de la mujer me resultó cálido, como una estufa de leña, y pensé que podría estar bien mudarse allí, cerca de aquella voz.

Es fácil imaginarse viviendo en Ribadeo porque hay una casa de indiano enorme abandonada en la plaza más grande del pueblo. El edificio en ruinas se llama Torre de los Moreno y creo que todos los viandantes que nos hemos detenido alguna vez delante de su fachada vieja hemos fantaseado con reformar la casa y mudarnos allí. Es más sencillo imaginar frente a una torre antigua con las ventanas rotas que junto a un edificio de pisos moderno en donde no hay apenas pistas sobre cómo puede ser la vida en su interior.

La mañana en la que conocí a la anciana con voz de estufa decidí que, cuando me mudara a esta villa gallega, situaría mi despacho en la cúpula de la torre para trabajar con vistas a la ría del Eo. Por las tardes, cuando me cansara de escribir, saldría a navegar a vela con mi marido y con mi hijo en un barca de madera. Estos últimos pensamientos los debí de compartir en alto porque el señor que estaba sentado a mi lado en un banco en la plaza de España, me sugirió que visitara El Esquilo, cerca de Castropol, que ahí encontraría el astillero.

Más información
Consulta aquí la serie completa ¿QUIÉN REGARÁ LAS PLANTAS?

Mi marido, mi hijo y yo fuimos en coche hasta la carpintería de ribera que estaba al otro lado de la ría, en Asturias. “¡Qué bonito!”, decíamos, “¡construir barcos con las manos!” Y me imaginé reformando una casa abandonada envuelta en enredaderas que había muy cerca del astillero. Cuando llegamos al taller no vimos a nadie, sólo un mono de trabajo azul colgado de un gancho al lado de un bote de madera. Volvimos a pasar por el astillero unas horas más tarde y vimos a Martín, el carpintero, limpiando un barco. “¡Siempre quieren arreglar los botes en mitad de agosto! Que si a uno se le rompió un remo, que si al otro se le partió el mástil, que si no sé quién se dio un golpe con no sé quién… y ando… que ni estoy en el taller ni estoy fuera.” Martín nos enseñó la carpintería que había fundado su abuelo y las cicatrices que tenía en las manos de trabajar la madera.

Dentro del taller, el bebé, mi marido y yo estuvimos mirando con Martín el bidón en donde se hierve el agua en la que se sumergen las tablas de iroko para construir los botes. La madera sólo se puede trabajar mientras está caliente porque si se enfría, deja de ser maleable y se quiebra. “Me cuesta encontrar tablones largos, tablones curvos y puntas rugosas para clavar la madera”, nos contó el carpintero. “Me gusta mi trabajo, pero hay días en los que me desespero intentando conseguir lo que necesito. ¡Pierdo horas al teléfono con los proveedores! Esto se acaba porque los materiales que necesito para trabajar se están acabando”, nos confesó.

Mientras visitaba la carpintería de ribera me di cuenta de que, como es habitual entre los urbanitas, había idealizado la vida rural. Creía que ser artesano era una vocación, pero Martín me confesó que él querría haber sido capataz forestal. Preparó las oposiciones, pero como estuvieron dos años sin convocar plazas, al final se quedó trabajando con su padre y con su tío en el astillero. Esto fue hace veintitrés años. A Martín le gustaría que la carpintería siguiera abierta mucho tiempo, pero si el gobierno asturiano no considera su oficio como bien de interés cultural, como sí lo es en Galicia, por ejemplo, éste desaparecerá. “Ahora mismo, ya casi no trabajo para los pescadores de la zona, casi todos mis encargos son botes de recreo”. A día de hoy, el astillero de El Esquilo da un pintoresco servicio de lujo para veraneantes urbanitas como yo, que fantasean con tener un bote de vela para pasear por la ría del Eo.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_