Donita Sparks: “Se echa en falta nuestra rabia expresada con humor”
Entrevista con Donita Sparks, fundadora de la banda L7, cuya historia recupera el documental 'Pretend We’re Dead'
El grupo L7 fue uno de los más tremendos y ruidosos del mal llamado grunge de los noventa. Eran cuatro chicas de Los Ángeles (Donita Sparks, Suzi Gardner, Jennifer Finch y Dee Plakas), pero si les llamabas “grupo de chicas” te arriesgabas a un pisotón en el testículo. Eran fieras y feministas y fiesteras. Donita Sparks, guitarra y voz del grupo, lanzó un tampón al público de Reading 92 y poco después enseñó el trasero en televisión; a menudo se ennegrecía un diente para que pareciese mellado, y tenía una voz como Bonnie Tyler después de hacer gárgaras con decapante. Daba algo de miedo. L7 eran colegas de Nirvana y Mudhoney, y a menudo hacían más escandalera que ambos. Durante su existencia (1985-2001) grabaron seis elepés, tres de los cuales son una maravilla, y legaron al mundo un buen puñado de hits para headbanguear y desnucarse. Sparks nos cuenta su versión.
PREGUNTA. Aún se las describe como “chicas salvajes” del grunge, “chavalas peligrosas”… ¿No son un poco engorrosas esas expectativas de salvajismo constante?
RESPUESTA. No les culpo, porque sí éramos salvajes. Nuestros conciertos eran y son muy físicos, tanto en el escenario como en el público. Siempre nos hemos vestido de un modo extremo, estábamos más politizadas y éramos más divertidas que muchos de nuestros coetáneos. Siempre fuimos atrevidas. Dicho esto, hoy día ya nos hemos hecho mayores y no tenemos nada que probar. Somos así, y punto. Esa presión ha disminuido.
Ver que un camión se lleva tus amplificadores es como ver morir tus sueños. Nos dimos cuenta de golpe de que ya no molábamos
P. En L7 decidieron afearse. Sus maquillajes y looks estaban a menudo diseñados para no ser sexy.
R. Creo que era una rebelión: contra la idea que se tenía de nosotras, contra la prensa, contra nuestro mánager, contra el sello… Y contra la belleza convencional. Pero la mayoría de veces iba solo de ser punk rocker y buscar jarana. Muchas cosas parecían de cachondeo, pero acarreaban ideas profundas. Alguna gente decidía ver solo la parte payasa y majara de L7 y se perdía el mensaje de nuestra locura. A veces no estaba del todo definido. En una escuela de arte se te enseña a definir tu arte, pero la mayoría de punks no habíamos ido a esos sitios.
P. Y sin embargo había un lado arty en L7. La mezcla de friquis poetas y punks fiesteras era interesante.
R. Cierto. En nuestros comienzos yo pertenecía simultáneamente a L7 y a una troupe de arte performance. Suzi venía del mundo de la poesía. Estábamos allí por accidente, porque éramos jóvenes y vivíamos en Echo Park, una parte bastante arty de Los Ángeles, y trabajábamos en el LA Weekly, que era un núcleo cultural para artistas. Soundgarden, por decir un ejemplo, no venían de un mundo así; eran punk rockers de Seattle. Nosotras pertenecíamos a dos mundos, sin estar a la vez metidas del todo en ninguno.
P. Eran demasiado raras para el mundo del rock o del metal.
R. Sí, pero con los años el metal nos ha acogido. Tocamos continuamente en festivales metaleros. A ellos solo les importa si rockeamos. La consecuencia es que nos sentimos más queridas en esa escena que en la de los festivales más indie o eclécticos, que jamás nos invitan. Nos confunde un poco, porque nosotras venimos del underground. Pero no estamos invitadas a esa fiesta.
P. Nunca les dio reparo infiltrarse “en las masas”. No eran elitistas. Querían llegar a los botellones de los parkings, sonar en la radio…
R. Por supuesto. Cuando yo era niña vi a David Bowie en un programa de variedades que presentaba Cher. También le vi en una tertulia matutina. Me dije: “¡Hostias! ¿Quién coño es ese tío y qué hace en ese programa para viejos?”. Me pareció un acto valiente y subversivo. Algunos grupos decidieron no firmar por multinacionales, pero nosotras queríamos llegar a mucha gente. En el documental aparece gente como Allison Robertson, de The Donnas, que nos descubrió en MTV. Nos vio allí vestidas con harapos, sin maquillaje, haciendo cosas que ella ni imaginaba que fuesen posibles. Si vives en una gran ciudad, puedes ver a mil grupos, pero en aquella época pre-Internet, la televisión era la única forma en que gente como nosotras podía llegar a los pueblos.
P. Su desparpajo les ocasionaría algún desencuentro con la escena punk circunspecta. Por ejemplo, cuando llegaron a Washington DC para el Rock for Choice (festival a favor del derecho a decidir) y sacaron el baile de fuego aquel.
R. A ver: Ian MacKaye era muy fan de L7, le chiflaban nuestras canciones y nuestro rollo político. Recordemos que L7, y no Fugazi, empezaron el Rock for Choice [ríe]. Pero mucha gente de esa escena no bebía alcohol, y nadie quería firmar por una multinacional. Nosotras éramos distintas. Nos encantaba el mundo de Fugazi, pero también el de Gwar. Nos gustaba la farra, y también ponernos serias. Nos gustaba hacer conciertos benéficos, pero también el baile del fuego de Gwar. Eso ocasionaba que no encajáramos en ninguno de los dos sitios: éramos demasiado políticas para unos y demasiado farreras para otros.
P. Se vieron obligadas a vender el equipo de gira y llevar miles de cedés a un vertedero. Una “lección en humildad”.
R. Suzi [Gardner] se había largado sin decir ni adiós, y Dee [Plakas] y yo tuvimos que vender el equipo. Ver cómo el camión de un tío se lleva tus cajas de amplificadores es como ver morir tus sueños. Nos dimos cuenta de golpe de que ya no teníamos un grupo, que no molábamos [ríe]. Como dice aquella canción de Frank Sinatra: “You’re riding high in April / Shot down in May” [Cabalgas alto en abril, te derriban en mayo]. Después de aquello intenté montar un grupo en solitario y no salió bien. Saqué un disco, a nadie le importó una mierda. Fueron años duros. Por suerte, en L7 volvimos a reconectar, nos fuimos de gira otra vez, sacamos un disco, y ahora otro. Creo que el clima político ha provocado que mucha gente nos abrace. Se echa en falta nuestra rabia expresada con humor.
‘Pretend We’re Dead’, de Sarah Price, se estrena en el festival In-Edit. Sesiones en Barcelona: Aribau Multicines, lunes 29 de octubre (18.45) y domingo 4 de noviembre (21.30). Sesión en Madrid: Cinesa Proyecciones, domingo 4 de noviembre (19.00). 6,60 euros.
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