Renace el Fulgor de Fellini
La sala de cine que se hizo célebre en la película ‘Amarcord’ reabre en Rímini, 25 años después de la muerte del cineasta
Cuando al terminar la II Guerra Mundial, Federico Fellini regresó por primera vez a su Rímini natal, el director se encontró con una ciudad completamente destruida por los bombardeos de los aliados. La Rímini que lo vio crecer ya no existía. “¿Y el cine Fulgor?”, le preguntó a Titta Benzi, su amigo de toda la vida, nada más llegar. “Destruido”, le contestó. Esa noticia, cuenta Benito Merlino en Fellini (Gallimard), le provocó una inmensa pena. Allí, en una calurosa sala oscura donde se mezclaban el olor a cigarrillo y a desinfectante, sentado junto a su padre, Fellini, con tres años, vio su primera película: Maciste en el infierno de Guido Brignone (1923). Las imágenes amarillentas de mujeres voluptuosas proyectadas en la pantalla lo marcaron para siempre, convirtiendo al Fulgor en un elemento indisociable del imaginario felliniano como queda retratado en Amarcord (1973). Un lugar de culto que, tras numerosas reestructuraciones y diez años de cierre, ha vuelto a la vida este año en el que se cumplen los 25 años de la muerte del director, fallecido el 31 de octubre de 1993.
“¿Cigarrillos de exportación?” pregunta con un fuerte acento romañolo y un escote voluntariamente exagerado, una actriz disfrazada de la tabacalera de Amarcord a los espectadores congregados en la entrada del Fulgor. Un aperitivo espera al público que asistirá a la proyección de la cinta con la que Fellini hizo entrar a la ciudad de Emilia Romaña en la historia del cine. La expectación en el número 162 del Corso d’Augusto es palpable. La mayoría confiesa haberla visto más de una decena de veces, pero, en opinión de Domenico Bucci, de 60 años y que solía frecuentar el cine de pequeño, no hay nada como verla allí. “Aquí, Amarcord está en su casa, en su santuario” ahonda, emocionada, Mara Betti, de 62 años, en medio a la alegre cacofonía.
“Queremos devolver Fellini al mundo”, explica a EL PAÍS el alcalde de la ciudad, Andrea Gnassi. La remodelación del histórico cine —que supuso una inversión de ocho millones de euros— se completará en los dos próximos años con un pequeño museo donde se expondrán sus dibujos, y una sala con sofás, abierta 24 horas al día, “en la que cualquiera que esté de paso por Rímini pueda ver las películas del maestro”, detalla. El político socialista asegura que la reapertura del Fulgor solo es el primer eslabón del futuro Museo Federico Fellini que abarcará también al Castillo de Sismondo y la plaza Malatesta con el objetivo de ser el mayor espacio del mundo dedicado al cineasta. La inauguración de este “Guggenheim felliniano”, en palabras de Gnassi, está prevista para 2020, cuando se cumplan cien años del nacimiento del genio italiano.
Del antiguo Fulgor solo queda la fachada del edificio con el letrero en tipografía liberty, ya no de color violeta sino marrón. Por dentro, Dante Ferretti, gran escenógrafo del mundo del cine y fiel colaborador de Fellini, ha transformado la sala en una auténtica joya art déco al puro estilo “hollywood-romañolo”. En el cine, compuesto de dos salas bautizadas Federico y Giulietta, en memoria de Giulietta Massina, la mujer del director, —y de la única actriz que consiguió emocionar hasta las lágrimas a Charlie Chaplin—, la madera tallada a mano, el terciopelo rojo, y las altas vidrieras decoradas han sustituido al desgastado suelo de madera y las butacas de color salmón. “Ferretti se ha inspirado en el cine americano de los años 20-30 con el que Fellini creció para rendir un homenaje al cine con mayúsculas”, explica Elena Zanni, la nueva gestora de la icónica sala abierta en 1914 por la familia Massa, frente a la escalera que conduce al balcón de la sala Federico, apodada la scala Gradisca por su forma sinuosa.
“El Fulgor siempre ha sido una parte importante de la identidad de la ciudad, donde la gente se encontraba, peleaba, se amaba. Era un lugar lleno de vida”, cuenta Zanni. Un pacto sellado entre el joven Fellini y el dueño, Carlo Massa, al que el cineasta entregaba caricaturas de actores famosos a cambio de poder entrar gratis, lo convirtió en un asiduo de la sala. Aunque no por el amor al séptimo arte sino más bien por la fascinación que ejercía sobre él esa “cloaca de todos los vicios”, como la describió el mismo en Fare un film (Einaudi). “A mi tío, lo que realmente le gustaba era ese ambiente mágico lleno de humo donde nacían los sueños y las fantasías”, cuenta a este diario su sobrina, Francesca Fabbri Fellini, sentada en la terraza de un café de la plaza Tre Martiri, cuya semejanza con la plaza de Amarcord es evidente. La autora del documental Ricordando a Fellini (1995), que muchos en Rímini llaman La Fellinette, aún recuerda ver al zio Chicco reconstituyendo ese pequeño mundo hecho de recuerdos e invenciones en el teatro cinco de Cinecittá donde se rodó la cinta que ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1975.
En esas ensoñaciones que proyectaba la mente de Fellini, Carlo Massa era clavado al actor estadounidense Ronald Colman, y “lo sabía”. El impermeable del que no se separaba nunca, su bigotito, y su empeño en mantenerse constantemente inmóvil para no perder el parecido con el actor, inspiraron al cineasta uno de los personajes más graciosos de Amarcord. De la misma manera, el director plasmó en la película su intento fallido de seducir a Gradisca, la mujer más cortejada de la ciudad. Al entrar en la sala oscura, resulta casi imposible no recordar a Titta, el joven protagonista, persiguiendo a la voluptuosa Gradisca (interpretada por Magali Noël) dentro del cine, acercándose lentamente, de butaca en butaca, hasta conseguir sentarse al lado de la que todo el pueblo considera la encarnación del deseo erótico, poniendo la mano sobre su muslo, mientras ella, absorbida por la película y rendida al encanto de Gary Cooper, se gira lentamente y le pregunta con tranquilidad: “¿Estás buscando algo?”.
Babelia
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