La discusión sobre los hechos que triunfa en Broadway
El largo duelo entre un escritor y un verificador sobre la importancia de la verdad factual es interpretado por Daniel Radcliffe y Bobby Cannavale
Si la cartelera de Broadway con frecuencia sirve de heterodoxo termómetro para medir el ambiente, las modas y debates en los que está volcada la opinión pública en EE UU, una producción en el teatro Studio 54 ha establecido esta temporada un diálogo particularmente pertinente con el momento presente. Lifespan of a Fact (ciclo de vida de un hecho) reúne en el escenario a tres conocidos rostros: Daniel Radcliffe, el actor que creció bajo la capa de mago de Harry Potter; Bobby Cannavale, de la serie Boardwalk Empire; y la veterana Cherry Jones, una de las intérpretes de la adaptación televisiva de El cuento de la criada. A lo largo de una hora y media este trío se enzarza en un tira y afloja sobre qué es exactamente la verdad, en qué debe consistir la no ficción y cuál es la manera más efectiva de contar una historia.
Cabría pensar que estos asuntos no son precisamente un entretenido respiro para el público de Broadway e imaginar que una obra como esta encontraría su sitio en algún circuito alternativo, y, sin embargo, la sala de más de 300 butacas está atestada desde el estreno a mediados de octubre, la obra seguirá en cartel hasta mediados de enero y luego emprenderá una gira por el país.
La producción está basada en un peculiar libro del mismo nombre que publicó la editorial WW Norton en 2012, Lifespan of a Fact, y que recoge el intercambio de correos electrónicos entre el ensayista John D’Agata y Jim Fingal, la persona encargada de verificar los datos de uno de sus textos. La discusión dio mucho de sí: siete años de cruce de opiniones. Un adolescente de 16 años, Levi Presley, había saltado desde el mirador de un casino en Las Vegas en 2002, y D’Agata escribió una pieza que al final la revista Harper’s decidió no publicar por las licencias factuales que el escritor se tomaba. Cuando el texto aterrizó en otra publicación, The Believer, estaba claro que había que ir con tiento antes de llevarlo a imprenta.
El verificador Fingal se empleó a fondo y sólo en la primera frase encontró tres datos dudosos, es decir, inexactos, pero D’Agata dejó claro desde el principio que iba ser complicado que diera su brazo a torcer. “¿No le preocupa su credibilidad ante el lector?”, inquiere Fingal ante su negativa a corregir un dato a pesar de reconocer que no era correcto (el número de muertes por infarto en Las Vegas el mismo día del suicidio no era ocho sino cuatro). “No, realmente no. Yo no me presento a las elecciones de un cargo público. Lo que intento es escribir algo que resulte interesante de leer”, zanja el autor en el arranque de una discusión que pronto pasó a ser más filosófica que factual.
Aquel texto sobre el suicidio acabó siendo publicado por la revista y la trágica historia del adolescente Presley también apareció en el libro Sobre una montaña de D’Agata. “Cuando más adelante me habló de la correspondencia que había mantenido con el verificador y me propuso publicarla, el proyecto me intrigó”, explica en conversación telefónica Jill Bialosky, editora de Norton. “En aquel momento la popularidad de programas de posgrado dedicados a la no ficción literaria iba en aumento, y esas reflexiones e ideas que intercambiaron me parecían un documento muy interesante”. La propuesta del autor, profesor en el reputado taller de escritura de la Universidad de Iowa, llegó incluso con la maqueta diseñada: en el centro de la página aparecía el texto en disputa, rodeándolo en los márgenes, estaban las anotaciones y los correos que verificador y autor se cruzaron. Era una rareza, pero tuvo una excelente acogida y ya va por la sexta edición. “Este es el último libro que habría imaginado que llegaría a convertirse en una obra de Broadway”, dice Bialosky. “Pero la discusión sobre las fake news y los hechos alternativos en EE UU probablemente lo ha vuelto aún más pertinente. Me consta que Daniel Radcliffe estaba empeñado en interpretar al verificador”.
La versión teatral escrita por Jeremy Kareken, David Murrell y Gordon Farrell condensa los siete años de conversación en una agitada semana en la que el verificador (Radcliffe) emprende una lucha contrarreloj tratando de convencer a D’Agata (Cannavale) de la importancia de ser exacto con los hechos factuales. El árbitro en la batalla es la editora de la revista interpretada por Cherry Jones. “Los números y las estadísticas solo llegan hasta un determinado punto a la hora de ilustrar quién es una persona o qué ocurre en una comunidad. En un momento dado, debemos como escritores dar un salto para meternos en la piel de una persona o una comunidad para tratar de encarnarlos. Esto es obviamente un proceso increíblemente violento”, argumenta D’Agata que defiende que su texto es un ensayo, algo que está por encima de los hechos. “El momento en el que empezamos a juzgar un arte a partir de su valor moral dejamos de hablar de arte”. Pertinente todo esto, sin duda, pero no deja de resultar curioso que ésta encendida discusión sobre la verdad acabe convertida en una ficción interpretada por actores. Quizá el escenario sea el camino más corto para reflexionar sobre los hechos de la realidad.
‘Matar a un ruiseñor’ en versión Sorkin
El clásico más popular del siglo XX en EE UU, Matar a un ruiseñor, novela leída y adorada por millones de escolares desde su publicación en 1960, e interpretada por Gregory Peck en el cine, ha llegado a Broadway envuelto en polémica. El proyecto para la nueva adaptación de Aaron Sorkin (guionista de El ala Oeste de la Casa Blanca, entre otras obras) fue autorizado por Harper Lee en 2016. Pero sus herederos han pleiteado al ver el resultado alegando que el personaje de Atticus Finch ya no es un "modelo de sabiduría e integridad". Sorkin dice que ha tratado de crear a un héroe real, con claroscuros. Y el productor, Scott Rudin, llegó a ofrecer hacer una función en el juzgado. Al final, se alcanzó un acuerdo y Atticus, interpretado por Jeff Daniels, seguirá en cartel hasta septiembre.
Babelia
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