Yoni, el malogrado héroe de Entebbe
Recordado en varias películas, el oficial de fuerzas especiales israelí fue sujeto de una controvertida biografía de Max Hastings y su última aventura la ha recreado Saul David
Fue ver bailar el otro día a la Batsheva Dance Company y ponerme a pensar otra vez en Yoni, Yonatan Netanyahu, el joven, heroico y malogrado coronel israelí de operaciones especiales, la Sayeret o Ha Yehida, la Unidad, como la llaman, que cayó alcanzado por un francotirador ugandés en Entebbe (fue el único militar israelí que murió en el ataque). Lo que es lógico –vincular la danza y a Yoni- porque la Batsheva es también de Israel y una de las coreografías emblemáticas de su director Ohad Naharin, su hipnótica versión de la canción tradicional judía Echad Mi Yodea, la baila sorprendentemente la compañía en la última película sobre la audaz operación de rescate de rehenes en el aeropuerto de Uganda (7 días en Entebbe, 2018). El meollo del filme son los 51 minutos de vértigo del ataque de los comandos israelíes (paracaidistas de la Unidad y miembros de la brigada de élite Golan) tras aterrizar en la madrugada del 4 de julio de 1976 a bordo de sus aviones C-130 Hércules en una muestra de excelencia de las operaciones especiales, si se puede calificar así una acción en la que murieron 35 personas: tres rehenes, los seis terroristas, veinte soldados ugandeses, cuatro controladores aéreos ejecutados luego por Idi Amin, que también hizo desaparecer a una rehén que estaba internada en un hospital, y Yoni, Ha Mefaked, “el comandante” del raid. Los atacantes de paso destruyeron la entera fuerza aérea ugandesa (11 cazas Mig).
Durante años, desde que vi la primera versión cinematográfica de aquellos dramáticos hechos, Victoria en Entebbe (1976) mi personaje favorito era Wilfried Bose, Boni (¡Boni contra Yoni!), el atormentado terrorista alemán reclutado por el Frente Popular para la Liberación de Palestina que lideró el secuestro del vuelo 139 de Air France (246 pasajeros y 10 tripulantes) y al que encarnaba en el filme Helmunt Berger, entonces aún en la cresta de la ola después de sus trabajos con Visconti. En la película también salía Burt Lancaster, por cierto. En realidad el casting era la repera porque aparecían asimismo Elizabeth Taylor, Anthony Hopkins (como Yizhak Rabin) y la ex niña de El exorcista, Linda Blair, a la que le hubiera venido bien el padre Merrin para vérselas con Idi Amin. El hecho de que en otra producción inmediatamente posterior, Operation Thunderbolt (1977), al terrorista alemán lo interpretara mi por entonces venerado Klaus Kinski, no hizo sino aumentar mi interés por el personaje. En un tercer filme, Raid on Entebbe, también de 1977, el secuestrador era el menos conocido –pese a formar parte de los legendarios 7 magníficos- Horst Buchhollz-, pero claro le hacían sombra Peter Finch (Rabin) y el sólido Charles Bronson, como el general que dirigió la operación, Dan Shomron. En la nueva película del año pasado el actor que hace de Bose es Daniel Brühl.
El personaje que con el tiempo ha llegado a interesarme más es sin embargo Yoni, como le llamaba todo el mundo, incluidos sus soldados, Yonatan Netanyahu (hermano mayor del actual primer ministro israelí, Benjamin Bibi Netanyahu). Es fácil que me pasara por alto al principio porque en Victoria en Entebbe lo interpretaba con remarcable falta de épica y en un caso evidente de miscasting, ¡Richard Dreyfuss!, el mismo año de La chica del adiós.
Al arrojado jefe de comandos me llevó el buen amigo Max Hastings, autor de la biografía Yoni, Hero of Entebbe (Weidenfeld and Nicolson, 1979). La leí compulsivamente buscando entender cómo se gesta un carácter así y esperando descubrir también las fracturas y debilidades de un hombre con el que, inicialmente, no me identificaba más que en que a él también le encantaban el pastel de limón y leer a Alistair McLean. Israel encontró en Yoni (y en su sacrificio) una excelente figura para promocionar a sus fuerzas armadas. Un Ari Ben Canaan (el protagonista de Éxodo, de Leon Uris, encarnado en el cine por Paul Newman) de carne y hueso, un verdadero sabra que esencializaba las viejas virtudes del Palmach y el ideal de kibbutznik. Prototipo del guerrero introspectivo y amante de su patria, Yoni era atractivo -incluso tenía rizos-, valiente y antes de entrar en combate les recordaba a sus soldados las hazañas de los Macabeos. Con su muerte ejemplificó además el principio fundamental del ejército israelí de que los oficiales deben ir siempre en cabeza, aunque les cueste la ídem (“iba el primero y cayó el primero”).
En su biografía, para la que entrevistó a la familia, a los amigos, a los mandos y a los soldados del personaje, además de recorrer los lugares de sus batallas y leer su correspondencia, Hastings sigue la vida de Yoni desde su niñez hasta su agonía en la pista del aeropuerto de Entebbe, con 31 años, tras haber arengado a sus hombres diciéndoles que esa noche iban a ser los mejores y recordándoles el factor esencial de las operaciones especiales: “¡Velocidad, velocidad!”. Nacido en Nueva York el 12 de marzo de 1946, Yoni era el mayor de los tres hijos (los tres sirvieron en la Unidad) de un intelectual judío comprometido con el sionismo más radical y que apoyó al Irgun. Desde la cuna estuvo destinado a la aventura y luchar por Israel pues su padrino fue nada menos que ¡el coronel John Henry Patterson!, el matador de los leones devoradores de hombres del Tsavo y comandante de la Legión Judía, el germen de la Haganá y el Tzáhal.
En 1964 Yoni entró en el ejército israelí para cumplir el servicio militar y se apuntó a los paracaidistas, donde no tardó en destacar por sus aptitudes físicas y su valor. Participó en enfrentamientos con los fedayín y en la Guerra de los Seis Días (1967) luchó en el Sinaí y fue herido en los Altos del Golán al rescatar a un herido. Volvió a los EE UU para estudiar en Harvard pero regresó a la vida militar ya como teniente en una unidad de la Sayeret, el recio cuerpo de operaciones especiales israelí. Luchó en misiones contra las guerrillas palestinas y en la guerra del Yom Kippur protagonizó acciones heroicas contra los sirios y ganó la codiciada Medalla de Servicios Distinguidos. En 1973 se reinventó como tanquista aprovechando las plazas libres en el arma que había dejado la sangrienta guerra del Yom Kippur (es sabido que los comandantes de tanques israelíes van siemper con la cabeza fuera de la torreta), y comandó una compañía de los legendarios carros Centurión, de donde saltó a mandar una unidad de paracaidista. Y de allí, a Entebbe, donde le esperaba la bala disparada desde la torre de control del aeropuerto que le atravesó en oblicuo el torso, desgarrándolo órganos y arterias y saliéndole por la espalda. Yoni, Aquiles de la Sayeret, cayó precisamente por detenerse un momento y convertirse en blanco para los francotiradores ugandeses.
Hastings no niega que fuera un hombre muy valiente, pero también observa algunos puntos oscuros en su capacidad de mando
Hasting traza en su libro sobre Yoni el retrato de un tipo complejo, pero da la sensación de no acabar de rematar la faena y algunos elementos quedan solo sugeridos. Lo que se explica muy bien si se recuerda el calvario que pasó con esa biografía. Lo cuenta en el capítulo que le dedica a Yoni en sus propias memorias Going to the wars (Macmillan, 2000). La familia y el ejército israelí se echaron atrás (en el ínterin había caído el Gobierno de Shimon Peres) y desautorizaron de manera amenazante la biografía; el editor se arrugó y el libro solo pudo ver la luz bastante expurgado de materiales que pudieran afectar a la seguridad nacional y a la imagen del héroe. Hastings considera ese uno de los capítulos más negros de su vida.
El Yoni que él descubrió -y que le gustó menos que Avigdor Kalahani, la estrella de los tanquistas, quemado como El paciente inglés en Khan Yunis en 1967 y al que destaca en su compendio de grandes combatientes Warriors (Harper Collins, 2005)-, era un hombre cultural e intelectualmente limitado, que abandonó sus estudios en Harvard no solo por sentido del deber sino por falta de aptitudes y rechazo al ambiente liberal de la época hippy; que fue soldado porque le era más fácil que ser cualquier otra cosa; que tuvo una agitada vida sentimental, se separó de su mujer, mantuvo numerosas relaciones de aquí te pillo y cuando murió estaba liado con una ayudante militar de 19 años. Hastings no niega que fuera un hombre muy valiente, pero también observa algunos puntos oscuros en su capacidad de mando y que no era tan querido por sus hombres como mantiene la versión oficial. Para el historiador, que además sugiere que la familia y especialmente el político Bibi han sacado buen partido de la popularidad del primogénito, Yoni es “una figura trágica”, adoctrinado toda su vida para responder al ideal de sionista militante de su padre y tomar las armas como él no lo hizo, y que solo conseguía hallar la paz interior en la guerra. El año de Entebbe se sentía en un impasse y en un estado melancólico que era su segunda naturaleza. A mí, sinceramente, ese retrato me gusta más que el del soldado de una pieza y la hagiografía. Pero, claro, yo no soy Bibi Netanyahu, a Dios gracias.
Finalmente, recomendar el espléndido libro de otro viejo amigo, Saul David, el especialista en la guerra zulú y en general las guerras victorianas, que ha escrito la versión más emocionante a mi parecer sobre la operación, 7 días en Entebbe (Península, 2018), y que fue asesor militar de la película. David ofrece un relato pormenorizado de la exitosa operación (sin la que probablemente no se hubieran realizado luego otras muchas, como la de matar a Bin Laden; el historiador señala que la Delta Force se creó a partir de entonces), y con su característica amenidad nos mete en el fregado como si lo estuviéramos viviendo. A retener la imagen del paracaidista corriendo por la pista de Entebbe entre las balas con una azafata cargada al hombro vestida solo con una camisa y unas bragas rojas...
Babelia
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