Un ‘Crematorio’ ‘Irish’ y macarra
Donal Ryan reconstruye el estallido de la burbuja inmobiliaria en Irlanda en una trepidante novela que bebe de un oscuro y cruel John Steinbeck
El pueblo en el que transcurre Corazón giratorio (Sajalín) no es el tortuoso Knockemstiff de Donald Ray Pollock pero lo parece. En él no hay tipas que se llenen el bolso de barritas de merluza ni familias que vivan amontonadas en caravanas, pero hay tipos que parecen vivir en jaulas por el mero hecho de ser tipos y mujeres a los que sus hijos no invitan a sus graduaciones por miedo a que resulten demasiado monstruosas. Es Corazón giratorio, como lo fue Knockemstiff, un Winesburg, Ohio, el clásico de Sherwood Anderson, desatadamente noir, en el que el retrato del vecino lo hace el propio vecino, en un coro de voces que reconstruye, como si de ladrillos decididos a armar una casa se tratara, la vida en un pueblo que ha perdido toda esperanza.
¿Por qué ha perdido toda esperanza? Porque estamos en los años 10 del siglo XXI, y acaba de atravesarse una crisis devastadora, ligada a una burbuja inmobiliaria que nadie quiso creer que estallaría. “En pueblos como el mío, un pueblo cercano a Limerick, no había un solo hombre que no se dedicara a la construcción, así que cuando llegó la crisis, todos esos hombres se quedaron sin trabajo, y sin pensión, sin ningún tipo de servicio social, fue un desastre”. El que habla es Donal Ryan, irlandés, 42 años, antes funcionario, hoy escritor a casi tiempo completo, pues también da clases en la universidad. ¿Sus referentes? Doris Lessing y John Steinbeck. En especial, De ratones y hombres. Lee la historia de los trabajadores trotamundos George y Lennie una vez al año. ¿Por qué? “Es pura humanidad, me fascina”, dice.
En mi pueblo, hay muchos tipos que no usan gafas de sol por temor a que les llamen homosexuales. Es así de loco todo
Stephen King le hizo lector – “creo que nunca nada superará lo que sentí al leer Apocalipsis, fue la experiencia lectora que me hizo escritor, a los 16 años”, confiesa –, y, aunque su irrupción con, precisamente, Corazón giratorio, en el panorama de la narrativa anglosajona, allá por 2012, cuando se le nominó al Man Booker, hizo a la crítica hablar de su parecido con William Faulkner, Ryan confiesa que para entonces ni siquiera lo había leído. Tampoco ha leído a Sherwood Anderson. Lo único que ha hecho ha sido fijarse en lo que ocurría a su alrededor y escribir. Y lo que ocurría era que “todo el mundo estaba haciéndose rico, sin cotizar, en negro. Que se vendían casas de cartón sobre plano, y la gente hacía cola para comprarlas. Que se construían urbanizaciones con capital de dudosa procedencia y se dejaban a medias cuando el constructor huía, y se convertían en ciudades fantasma”. Se apostó al todo o nada, sabiendo que tarde o temprano sería nada.
“Fue una especie de delirio colectivo. Lo dejamos todo en manos del mercado sin atrevernos a admitir que el mercado siempre ha sido un monstruo Donal Ryan
“Fue una especie de delirio colectivo. Afectó a todo el mundo, no solo a Europa. Lo dejamos todo en manos del mercado sin atrevernos a admitir que el mercado siempre ha sido un monstruo que no piensa en nadie más que en sí mismo”, asegura. ¿Fueron, sus personajes, Bobby, Josie, Timmy, y todos los demás, víctimas, o también, en algún sentido, verdugos? “En cierto sentido todos somos víctimas del sistema, y en el caso de mis personajes, casi todos son víctimas de Pokey, que es quien les deja tirados, y quien les había contratado, pero a él a su vez le deja tirado el banco”, contesta, y se diría, que la culpable es la avaricia que genera el sistema y sin la que el sistema no existiría. “Lo peor es que no aprendemos, porque está volviendo a ocurrir: hoy en día, como en Dublín nadie puede permitirse una casa, está volviendo a repuntar la construcción, aunque se está teniendo un poco más de cuidado”, añade.
Desde el luminoso y pequeño ático de su editorial barcelonesa, Ryan admite que quizá lo único bueno de la crisis fue el hecho de que alguien como él pudiese llegar a publicar. Como en España, los despidos que tuvieron lugar durante la crisis, obligó a la gente del sector a buscarse la vida. Así, se crearon pequeños sellos que necesitaban de nuevos autores y que no tenían miedo a lo diferente. “Sí, hay una nueva generación de autores irlandeses, pero es triste pensar que eso es lo único bueno que ha pasado en todo este tiempo, porque mientras nosotros publicamos libros, los medios están intentando enfrentar a los trabajadores, y acabando con la clase media”, dice. “De hecho, ya no existe clase media. Los propietarios están arriba, y abajo, hay una gran base de consumidores”, asegura. “Toda esa gente, los trabajadores de la construcción, chavales en su mayoría, que sin estudios, cobraban 8.000 euros al mes, creyeron estar dentro de un sueño del que nunca iban a despertar, y al final, despertaron”, añade. Despertamos, se diría, todos, en una pesadilla, en la que “los servicios sociales habían sido desmantelados”.
Pero hay mucho más en Corazón giratorio que las consecuencias de la crisis. Hay una comunidad cerrada y asfixiada por la religión que impide a todo aquel que respira por sus nada amables calles ser quien es sin pensar en lo que pensarán los demás. Así, por ejemplo Bobby se alegra de estar casado, porque si no tuviera mujer, no podría ir al teatro. Ir al teatro no es de tíos, se dice Bobby, aunque le encante ir, y hasta rompa a llorar emocionado de vuelta a casa. ¿Estamos, de verdad, hablando del inicio del siglo XXI? ¿Aún existen comunidades así? “¿Que si existen? ¡Por supuesto! En mi pueblo, hay muchos tipos que no usan gafas de sol por temor a que les llamen homosexuales. Es así de loco todo. Yo mismo me avergüenzo un poco de ser escritor. Es como raro ser escritor. No es nada tío, y, por otro lado, estoy llamando demasiado la atención”, responde.
¿No se puede llamar la atención? “No, no se puede. Si algo me quedó claro cuando crecía era que, hiciese lo que hiciese, no montase un espectáculo, que pasase lo más desapercibido posible”, dice. Y por supuesto admite que es cosa de la iglesia, que sigue “ejerciendo mucho poder”, sobre todo, “en la manera de pensar de la gente”. ¿Y no está ayudando el movimiento #MeToo a que esos hombres, también, se liberen? “Es lento. Los hombres siguen sin poder mostrar debilidad y expresar emociones. Por eso sigue habiendo muchos más suicidios de hombres que de mujeres. No se les permite hablar de lo que sienten y cuando tienen un problema, prefieren quitarse de en medio porque se vuelven locos, no le ven salida a nada”, contesta. Otra cosa es el lamento por todo lo que no se ha hecho, algo que no solo recorre Corazón giratorio sino que está presente en toda su obra. “Creo que lo que no hacemos dice más de nosotros que lo que sí”, concluye.
Babelia
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