Lee Fields y los últimos esplendores del ‘soul’ clásico
El músico estadounidense, que trabajó con B. B. King o Bobby Womack, publica nuevo álbum
‘’Creo que hoy el mundo necesita de música así’’, responde Lee Fields (Carolina del Norte, 1951) cuando se aplaude la eufórica pujanza de su nuevo álbum, It Rains Love. ‘’Hay demasiada hostilidad, esas noticias terribles en televisión. Se ha de empujar a la gente a sentirse positiva, a no estar enojada. Yo no lo estoy, soy feliz. Me estimula el mundo, que la gente se ame, que sean mejores personas. Soy muy optimista. Debemos confiar más en nosotros mismos y creer en lo que vemos, no en lo que nos cuentan. Hemos de salir a disfrutar del día y abrazar el amor, amarnos los unos a los otros, tener fe en Dios’’.
Dos peculiaridades conlleva entrevistar a históricos soulmen, gremio que en los últimos años ha vivido una revalorización gracias a figuras como Sharon Jones o Charles Bradley, fallecidos cuando finalmente encontraron a un público entusiasta tras décadas inactivos. Una, el abrupto acento que convierte la charla en una suerte de gozoso acertijo desbordante de vitalidad y bonhomía. Y dos, la muletilla religiosa que en muchas ocasiones usan para razonar sus intenciones, una muy respetable opción que no siempre redunda en claridad expositiva, aunque en Lee Fields la continua jaculatoria tenga una poderosa razón, como veremos.
¿Por qué sentirán muchos músicos afroamericanos esa comunión con sus respectivas iglesias? Posiblemente la educación moral que allí recibieron para mantenerse alejados de las calles que tanto mal hicieron a otros hermanos, propongo. Fields, balbuceante, disiente: ‘’No creo que tengamos más fe que los demás, solo que algunos se dejan engatusar por como les muestran las cosas. Lo importante es lo que sentimos, lo que vemos. Yo veo que Dios es real, que todos debemos amarnos, de lo contrario se impone el divide y conquistarás. Ahora mas que nunca, debemos estar unidos. No sé nada de política, solo sé lo que veo y escucho’’.
En activo desde 1969, Fields fue saludado como émulo de James Brown por su fiereza vocal y trabajó con B.B. King o Bobby Womack. La irrupción de la música discotequera le arrinconó, pero hubo algo más: ‘’Una historia que nunca he contado, me parecía demasiado personal’’. Y relata que, a finales de los setenta, su cuñada fue asesinada por su marido, que se suicidó, en presencia de su sobrino. Lo acogieron y creció junto a sus dos hijos; abandonó la carretera para educarle y trabajó en una inmobiliaria. ‘’Mi vida cambió por completo’’, confiesa. ‘’Era un buen amigo, jamás imaginé que haría algo así. La Biblia me dio fuerzas para superarlo y hoy no albergo rencor, pues mi sobrino es un joven respetable, un buen chico’’.
El problema de los supervivientes como Fields es que, por mucho que se desgañiten ante el micrófono, queda la razonable sospecha de si hubiesen podido encararse a los grandes, digamos Otis Redding o Marvin Gaye, inalcanzables para las nuevas generaciones. ‘’La música soul está en mejor forma que nunca’’, discrepa. ‘’Los jóvenes intérpretes de soul son dinamita. El consejo que les daría es que se agarren fuerte a su fe. El gospel habla del espíritu; el soul del aquí y ahora. Debemos cuidar lo que decimos y cómo lo decimos para que agrade a Dios. Y eso no lo sabremos hasta el día del juicio final’’.
Con la iglesia hemos topado, una vez más. Lo que no disminuye la experiencia de escucharle entonar supremos números de R&B sin diluir —las irresistibles Two faces, Love prisoner o Wake up— en una grabación sustentada por un robusto groove, acentuada por coristas y metales. La sabia producción de Leon Michaels afeita y equilibra la dramaturgia del género. Agradecido, él se considera un jubilado que hace turismo: le extraña verse en escena, conocer a tanta gente, disfrutar de un éxito largamente anhelado. Y su ímpetu y gusto desmontan cualquier prejuicio. Es, al fin y al cabo, un original impartiendo una clase magistral: ‘’Absorbí los estilos de mis ídolos Solomon Burke, Eddie Floyd o Wilson Pickett; fui recogiendo piezas de todos ellos hasta convertirme en quien soy’’.
La pertinente cuestión de la realidad afroamericana tras el milagro de Obama es nuevamente acogida con prudencia. ‘’Las cosas cambiaron para nosotros desde la muerte de Martin Luther King’’, zanja. ‘’Debemos en todo caso recordar lo bueno y lo malo, no olvidar el pasado para así evitar que se repitan aquellas atrocidades. Blancos y negros por igual’’.
Y otra revelación. El truco de su todavía rozagante garganta. El enjuague diario con Listerine. Tomen nota los aguerridos aprendices del neo-soul.
Babelia
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