‘Euphoria’: Un presente incómodo
Esta serie arranca con una premisa incómoda: existe gente que nació después de los atentados del 11 de septiembre de 2001
Uno de los principales errores que se comete a la hora de afrontar la crítica cultural, ya sea musical, literaria o audiovisual, es cuando el autor asume que todos sus lectores tiene su misma edad. De este desajuste son víctima casi siempre los productos creados por gente joven, o simplemente protagonizados por gente joven. Se tiende a valorarlos bajo parámetros que nada tiene que ver con su realidad y, lo peor, son calibrados con respecto al efecto que provocan sobre la memoria del crítico, quien aún no parece haber asumido que, al contrario de lo que le prometieron, su generación no ha sido la última.
Euphoria, la serie de HBO protagonizada por Zendaya, dirigida por Sam Levinson y coproducida, entre otros, por el rapero Drake, tiene todos los números para irritar a todos aquellos que siguen pensando que el audiovisual adolescente es un género en sí mismo, uno que se creó hace medio siglo y sobre el que solo se pueden acometer ligeras variaciones temáticas y estilísticas, pero nunca realmente generacionales.
Euphoria lo pone todo patas arriba, hasta el punto de que, si se es un espectador de cierta edad, hay que hacer un esfuerzo empático más que considerable para entenderla y si se tiene la edad de sus protagonistas, casi mejor callarse cuando alguien de cierta edad pregunta si todo eso realmente está pasando en los colegios, en las redes sociales, en apps de citas, en los hoteles baratos, en todos esos sitios en los que es mejor correr las cortinas, ya sean reales o metafóricas. Para algunos espectadores, los que se quejan del exceso de drogas, penes (más de 30 se avistan en los primeros cuatro capítulos) y soluciones estéticamente agresivas en el rodaje de esta serie -si aún cree que como La Diligencia, nada, olvídese de esto-, parece más fácil aceptar un producto en el que una mujer da a luz a tres dragones y un tipo con un corte de pelo horrible resucita muertos que uno situado en la actualidad en el que los adolescentes hacen cosas que poco tiene que ver con las que hacían ellos de adolescentes.
Esta serie arranca con una premisa incómoda: existe gente que nació después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Como Rue, la protagonista, personaje encarnado por una descomunal Zendaya, quien a toda velocidad en una secuencia de escenas que son pura adrenalina narra cómo llegó a ser esta adolescente enganchada a las drogas que es hoy. Un padre muerto, una madre sufridora y un camello amigo secundado por un infante con grandes dotes para la contabilidad forman el primer círculo del infierno de Rue. El segundo, lo definen unos compañeros de Instituto. Aquí, a diferencia de en otros productos ambientados en estos centros de tortura, los alumnos se caracterizan por una desubicación generalizada. Esta generación parece definirse por tratar mejor a sus compañeros que a sí mismos. (Ya estamos en la Generación Z, los millennials siguen en Starbucks terminando de redactar su currículum)
Y ahí, más que en su factura, más que en su forma de mostrar el sexo y las drogas -el hueco para la moral queda vacío, lo puede rellenar el espectador si gusta, pero no es muy recomendable entregarse a eso- se encuentra uno de los elementos más especiales, distintivos y atractivos de Euphoria: la empatía. Aquí las chicas guapas se llevan bien con las feas, las flacas comparten confidencias con las gordas -el desarrollo del personaje de Kat Hernández y su forma de ganar autoestima sexual y poder económico es fabuloso-. Aquí, los arquetipos tradicionalmente descastados, ya sean camellos, pobres o transexuales -el delicioso personaje de Jules, interpretado por la modelo y activista trans Hunter Schafer- son incluidos en la hermandad, en esa idea de que todas y todos los que valen la pena, tarde o temprano deberán enfrentarse juntos y juntas a todos los que no valen una mierda.
Con una banda sonora fabulosa -suena incluso Malamente de Rosalía-, un estilo que logra que incluso las apuestas más frívolas y estetas sean útiles para la trama -el cuarto episodio recuerda en su factura y estructura a Magnolia de Paul Thomas Anderson- y con una Zendaya que es de no creerlo, Euphoria es la serie de hoy, porque a todos sus personajes ayer les queda lejos. Y mañana, bueno, mañana, podrían estar muertos.
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