Netflix, por favor, no canceles tu mejor serie
'Mindhunter' no está tan interesada en los asesinos en serie como podría pensarse, solo son el motor para contar historias más personales
Hollywood mantiene un largo idilio con los asesinos en serie. Los hay para elegir. Ed Kemper, El hijo de Sam, BTK, Wayne Williams, Charles Manson... Si a ellos siempre les gustó el protagonismo, al mundo del cine le apasionan sus cruentas historias llenas de traumas freudianos. Todos esos nombres aparecen también en la segunda temporada de Mindhunter, llenando escenas cautivadoras, agobiantes y brillantes. Pero, por suerte, esta historia sobre el origen de los asesinos en serie no está tan encandilada con ellos como podría esperarse. Esas figuras mitológicas son simplemente el motor con el que bucear en la profundidad de sus protagonistas, algo mucho más complejo de captar en un thriller. Ahí precisamente es donde reside la grandeza de la mejor serie de Netflix, con perdón de The Crown: coloca el drama de la rutina personal y profesional de los agentes frente a estos carniceros sin alma. Al final, solo querremos ver policías.
Igual que en Érase una vez en... Hollywood de Quentin Tarantino (comparten el actor que interpreta a Manson), David Fincher y su equipo no mitifican la voz del asesino, por muy carismática que esta sea. Incluso se ríen de esa obsesión cínica de su protagonista por los criminales. Es la personalidad de los agentes la que lo impregna todo, mientras que los encarcelados se vuelven mecanismos para contar la historia de la sexualidad reprimida del personaje de Anna Torv o las dudas paternales de Bill Tench —interpretado por Holt McNally, ese tipo duro al que te gustaría abrazar— con lo que le está pasando a su familia.
Tampoco es una serie policíaca al uso, gracias a la sobriedad por la que se caracterizan tanto Fincher, responsable de los primeros tres episodios, como Andrew Dominik, infravalorado cineasta con joyas como El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford en su filmografía. Un manejo de los tiempos como el de pocos narradores. Eso se traslada también a una estructura inusual que rompe. No hay un caso por episodio ni todo se resuelve a los 40 minutos. Como en las investigaciones reales, los casos vienen y van, lo que hace su propuesta extraña y particular. Una investigación es el centro de los primeros episodios, para luego quedar relegada sin conclusión. En la vida real, tardaron en encontrar al asesino décadas.
Así, en las tramas chocan hasta cuatro casos. Los asesinatos de Atlanta se presentan como menores, mencionados de pasada, para reaparecer convertidos en traca final, en un conflicto que va más allá de la simpleza del cluedo de encontrar al asesino. El asesinato de 28 niños en una de las ciudades emergentes más desiguales de EE UU sirve para hablar de lo humano, de lo social, de lo político y de los conflictos raciales todavía vivos allí. Mindhunter también dialoga sobre la dificultad de cerrar heridas y lo inconcluso de la existencia. En los cuatro episodios finales, dirigidos por Carl Franklin, su alma se traslada a esas madres coraje a las que nadie hizo caso, en paralelo al mencionado trágico conflicto del agente Tench. Las respuestas finales a cada caso aguardan en Wikipedia, claro, pero lo que allí se encontrará no tiene la cualidad de estos personajes, el drama cercano que desde siempre es lo mejor de la televisión.
Mindhunter no es una serie que simplemente cuente los hechos de manera ordenada, porque la realidad es mucho más enrevesada. Bien lo sabe John E. Douglas, agente especial del FBI, creador de perfiles y en cuyo libro se basa la serie y el personaje de Jonathan Groff. El veterano es conocedor de esta perversión de la ficción por los asesinos en serie que él definió. En él se basó Thomas Harris para escribir a Jack Crawford, el agente y mentor interpretado por Dennis Farina, Scott Glenn, Laurence Fishburne y Harvey Keitel en las versiones de la saga de Hannibal Lecter. Aunque su perfil lo ha salpicado todo: a Mandy Patinkin y Joe Mantegna de Mentes Criminales, y también el Will Graham de la serie Hannibal, lo que hizo que en esa ficción convivieran dos agentes inspirados en su trabajo. Douglas participó en la resolución del crimen de Atlanta, habló con Ted Bundy, John Wayne Gacy y Manson, fue consultado en el caso de los tres de West Memphis y ayudó a dar con el Unabomber (aunque su papel fue obviado en la frenética Manhunt, en Netflix).
Douglas ha sido una mina para Hollywood, creador de una fábrica de historias e ingresos para el thriller y el morbo del asesino en serie. Pero Mindhunter quiere demostrar que quizás lo más interesante (que no lo más llamativo) estaba al otro lado. Netflix, por favor, no canceles tu mejor serie. Incluso si esa falta de conclusión la definiría bien, todavía tiene muchas historias por contar.
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