La añeja modernidad
Más que acartonada, lo que quizá sea este 'thriller' es una película sin tiempo, habitante única en la cabeza de Garci
"En el pasado nadie te da la lata”. La frase, pronunciada en un diálogo de la parte final de El crack cero, tardía tercera entrega en forma de precuela de la saga iniciada en 1981 con El crack, y continuada en 1983 con El crack dos, ambas magníficas, ejemplifica a la perfección el espíritu cinematográfico de José Luis Garci. Un halo de nostalgia que además queda redondeado por las particularidades del personaje que declama la afligida sentencia sobre un tiempo que ya nunca volverá: la dice el barbero Rocky, interpretado por Manuel Lorenzo en las dos películas de los años ochenta y que aquí hereda Luis Varela; un hombre atrapado por su propio pasado de vivencias en Nueva York, historias de boxeo junto al Madison Square Garden relatadas con minuciosidad y pasión, pero que nunca se sabe si son reales o inventadas.
EL CRACK CERO
Dirección: José Luis Garci.
Intérpretes: Carlos Santos, Miguel Ángel Muñoz, Patricia Vico, Luisa Gabasa, Pedro Casablanc.
Género: thriller. España, 2019.
Duración: 89 minutos.
Garci, autor de ocho obras estupendas ambientadas en su contemporaneidad, las ocho primeras, entre Asignatura pendiente (1977) y Asignatura aprobada (1987), y de diez discutibles películas de época, de retorno al pasado, las diez siguientes, entre Canción de cuna (1994) y Holmes & Watson. Madrid Days (2012), también parece un habitante del pretérito. El crack cero es una película de otro tiempo. Una reliquia meticulosa y calmada, dotada de esa placidez que otorga su montaje con innumerables encadenados y fundidos a negro, con la que parece que el cine no ha ido hacia adelante sino hacia atrás en estos últimos 35 años, y en la que el director madrileño se copia a sí mismo y a sus cracks en la estructura: prólogo que define a Areta frente a las ratas de alcantarilla en todas sus formas, presentación del conflicto en forma de encargo, investigación, muerte de alguien cercano y resolución final. Un relato en el que, junto a una teoría de la venganza, se añaden esos toques de historia de España tan característicos de la saga: la colza en El crack dos; el caso Almería, aquí.
Carlos Santos, carisma, dicción, brío tranquilo, vuela a la altura del mito de Alfredo Landa. Como Pedro Casablanc, recogiendo el memorable testigo de José Bódalo. Ambos son buenísimos en registros naturalistas, y también lo son en el estilo Garci. Del resto, en un reparto raro e intransferible, algunos salen vivos de sus complicadas situaciones y diálogos (Luisa Gavasa, Raúl Mérida) mientras otros poco pueden hacer para salvar el acartonamiento de ciertas frases.
Sin embargo, más que acartonada, lo que quizá sea finalmente El crack cero es una película sin tiempo, habitante única en la cabeza de Garci, compuesta para la nostalgia de los fanáticos de los dos anteriores cracks. Un ideal melancólico con el que revivir a unos personajes míticos, Areta, El Moro, El Abuelo, Rocky, y donde quedarse a seguir soñando. Con sus momentos ridículos, que alguno hay, y con sus estallidos de brillo en blanco y negro. Donde pueden convivir unos sonrojantes diálogos sobre los perfumes de las mujeres y un par de innecesarios y extrañísimos cambios en el punto de vista, junto a una bella recreación del instante en el que el ciudadano medio se enteró de la muerte de Franco, de profunda sencillez en sus sentenciosas frases. Un momento en el que Garci entronca con otra fabulosa secuencia de ese histórico santiamén en Asignatura pendiente, también en una cama, también con la radio de fondo.
El crack cero es una película tan deliberadamente antigua, tan suya, tan insólita, tan valiente, tan suicida, tan desigual, tan personal, que se da la vuelta: igual es lo más fresco, por distinto, por ajeno a las imposiciones comerciales y artísticas, que se ha hecho en el cine español reciente. En el pasado nadie te da la lata.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.