_
_
_
_
FOTOGRAFÍA

Alfredo Jaar: “Todo arte es político”

25 años después del genocidio de Ruanda, el autor retoma uno de sus proyectos. Un ataque frontal a la indiferencia de occidente ante una masacre, que resuena con fuerza.

The Silence of Nduwayezu, 1997.
The Silence of Nduwayezu, 1997.Alfredo Jaar/ Cortesía Goodman Gallery

Un millón de diapositivas se amontonan sobre una mesa de luz. Al observarlas con una lupa, dispuesta para el espectador, uno se percata de que se trata de la misma imagen repetida un millón de veces. Son los ojos de un niño tutsi de cinco años, Nduwayezu, a quien Alfredo Jaar (Santiago de Chile, 1956) fotografió mirando directamente a su cámara. Lo encontró sentado en las escaleras de un colegio improvisado en un campo de refugiados en Rubavu, Ruanda. Testigo de cómo sus padres fueron masacrados con un machete enmudeció durante cuatro semanas.

Bajo el título The Silence of Nduwayezu (1997), la obra se erige como pieza principal de la exposición Alfredo Jaar: 25 Years Later, y se exhibe en la Goodman Gallery de Londres. La muestra está compuesta por siete instalaciones, seis pertenecientes a uno de los proyectos más conocidos del artista chileno, The Rwanda Project, 1994-2000. Se trata de una conmemoración del genocidio ocurrido 1994, instigado por el régimen hutu del presidente Habyarimana: durante cien días murieron al menos 800.000 personas, mayormente pertenecientes a la minoría tutsi, pero también perecieron hutus moderados y opositores al régimen del Frente Patriótico Ruandés. La ONU y el resto de los actores internacionales dejaron el país a su suerte.

The Silence of Nduwayezu, 1997.
The Silence of Nduwayezu, 1997.Alfredo Jaar/ Cortesía Goodman Gallery

La historia de Nduwayezu está narrada en una línea de luz situada antes de entrar en una sala donde uno se enfrenta con la enorme mesa de 6 x 8 metros cubierta de imágenes. Se crea un equilibrio entre la información que ofrece el texto y la poesía de ver estos ojos repetidos un millón de veces. “Esos ojos que vieron lo que nosotros no pudimos ver”, apunta el artista durante una conversación telefónica. “El millón de diapositivas es una metáfora simbólica para representar a los muertos en Ruanda.” El artista llegó a Ruanda a principio de agosto de 1994. “El genocidio ya estaba acabando. Yo estaba bien informado sobre los acontecimientos, y viendo que el mundo no reaccionaba, en un momento de rabia decidí partir a ser testigo de esta barbarie y expresar mi solidaridad con el pueblo ruandés”. Tras varios intentos fallidos por conseguir un visado consiguió uno a través de la ONU, asumiendo su propia responsabilidad ante todo lo que le pudiera ocurrir. “Durante tres semanas investigué como si fuera un periodista - de hecho, soy un periodista frustrado-. Recopilé una cantidad enorme de información y más de tres mil quinientas fotografías con una pequeña Canon, una cámara ridícula comparada con las que llevaban los fotoperiodistas. Yo prefería estar conversando con los empleados de la ONU y con los sobrevivientes que estar sacando fotos. Llevaba tiempo en vez de tecnología”, recuerda.

Regresó a Nueva York, donde lleva instalado desde 1982. Dispuesto a trabajar con “las imágenes más horribles que he visto en mi vida tuve un bloqueo psicológico. No supe qué hacer durante un buen tiempo. Me di cuenta de que no servía para nada mostrar imágenes que eran muy similares a las que habían sido publicadas en la prensa. Tenía que cambiar de lenguaje, crear una nueva estrategia de representación”, cuenta. “Terminé creando 25 proyectos en seis años. Mi experiencia en Ruanda me cambió la vida. Me sentí avergonzado como ser humano al ver la crueldad humana en esa dimensión. Uno se quiere suicidar. Me curó el arte. Mi fotografía, que era más espontanea, se volvió más crítica y cuestionadora”.

Sin título, (Newsweek). 1994.
Sin título, (Newsweek). 1994.Alfredo Jaar/ Cortesía Goodman Gallery

El artista que se dio a conocer en Chile, con Estudios sobre la felicidad (1975), una serie de fotografías y encuestas donde manifestaba el posible estado de ánimo de la población durante la dictadura de Augusto Pinochet. “¿Es usted feliz?”, preguntaba un texto anónimo escrito en carteles, ubicados en distintos lugares de la ciudad de Santiago de Chile, compitiendo con la publicidad de productos de consumo. Desde entones no ha dejado de apuntar aquellas cuestiones incómodas que agitan la consciencia del espectador, a través de sus instalaciones. Gold in the Morning, un viaje al infierno de las minas de oro en Sierra Pelada, Brasil, consolidó su prestigio de autor en la Bienal de Venecia de 1986. Entre sus obras más destacadas se encuentra The Sound of Silence, valorada como una de las obras más influyentes del arte contemporáneo en las últimas décadas, donde analiza el poder de la imagen y sus efectos. Considera que el arte y los espacios de la cultura son “los últimos lugares” de libertad en nuestra sociedad.  Desde allí, motivado por la curiosidad, despliega su obra como un acto de resistencia. “Soy artista porque no entiendo el mundo”, afirma.

Cada mañana se dedica a analizar con detalle la prensa buscando a qué conflicto responder. “Estudié arquitectura, de ahí que mi racionalidad me lleva a buscar un equilibrio entre la información y la poesía.” La primera pieza de la muestra, Sin título (Newsweek) (1994), se compone de 17 portadas (del 11 de abril al 1 de agosto) de la revista americana. Montadas sobre cajas de luz y colocadas en orden cronológico van acompañadas de un texto donde Jaar relata lo que estaba ocurriendo en ese momento en Ruanda. “Muestro la indiferencia criminal”, destaca el autor, “cómo se ignora la muerte de casi un millón de personas durante 17 semanas. Es una obra que se enfrenta al periodismo actual de una manera frontal”. No fue hasta el 1 de agosto cuando la publicación dedicó su primera portada al genocidio.

And Yet, 2019. Neón.
And Yet, 2019. Neón.Alfredo Jaar/ Cortesía Goodman Gallery

“El arte no transforma las cosas de manera directa e inmediata, pero sí crea modelos de pensar el mundo”, señala Jaar. “Cuando tienen éxito, se introducen en la sociedad y producen cambios. Aunque es verdad que, dadas las condiciones de estos tiempos oscuros donde soplan vientos de fascismo, la situación se ha vuelto muy compleja”. La muestra incluye también una obra actual, And Yet (2019), basada en un poema de la poetisa Anna Akhmatova. “Refleja un estado de ánimo de absoluta tristeza con el que me siento muy identificado. Y sirve como una buena introducción a lo que ocurrió con Ruanda. Es una protesta ante la realidad a la que nos enfrentamos, ante la cual hay que responder con responsabilidad. Hay que seguir viviendo y actuando en el mundo”.

Rechaza la etiqueta de artista político. “Todo arte es político”, afirma. “Es un término conveniente para algunos, para aislarnos, para controlarnos. Es imposible crear una obra que no contenga una concepción del mundo, que no reaccione al contexto o realidad que nos toca vivir. Por lo tanto, toda creación tiene una dimensión política, por lo que no tiene sentido, dentro del mundo del arte, hablar de artistas que hacen política, o no. Hay obras donde prima el aspecto estético, donde no hay una dimensión crítica. A eso lo llamamos decoración”.

Six Seconds, 2000.
Six Seconds, 2000.Alfredo Jaar/ Cortesía Goodman Gallery

La ética de la representación, la política de las imágenes, es un tema que siempre le ha interesado. “Desde niños nos enseñan a leer, pero nadie nos enseña a ver. No hay una cultura de estudio de lo visual y eso es fundamental”, destaca. “Cuando el niño sale a la calle está rodeado de imágenes que tratan de instalar modelos de ver el mundo. No son inocentes y nadie nos ha enseñado a traducirlas. Las redes sociales no han hecho más que complicar esta situación. Anestesiados por una sobredosis visual, las imágenes que tratan de comunicar algo importante se ahogan en un mar de consumismo. Ya no se sabe cuál es la realidad, lo verdadero, lo exacto. A esto lo llaman la posverdad y es una situación dramática, de confusión, con una neblina mediática que complica muchísimo más las cosas. Vivimos un momento sin precedentes y aún no hemos creado los modelos necesarios para enfrentar esta realidad”.

Six seconds (2000) muestra una caja de luz donde se ve una chica de espaldas desenfocada. “La vi en un campo de refugiados. Estaba realmente mal no podía hablar. La hice una pregunta. Me miró y se fue. Saqué la foto rápido, sin mirar”, recuerda. “Mientras realizaba los otros proyectos, estuve observando la imagen. Me impresionaba mucho, pero pensaba que no podía usar una imagen fuera de foco”. Finalmente, decidió que “la imagen era quizás, la más importante del proyecto. Descubrí que uno no se puede penetrar la realidad de otra persona y contársela a una tercera. Una dificultad enorme que no se supera como artista. Así, descubrí que todo lo que hago, o hice, sobre Ruanda esta forzosamente fuera de foco”.

Una selección de imágenes de la exposición seleccionados en esta fotogalería.

Alfredo Jaar: 25 Years Later. Goodman Gallery. Londres. Hasta el 11 de enero.

 

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_