Cada época tiene su ‘Mujercitas’
La adaptación de Greta Gerwig revalida la vigencia del clásico protofeminista de 1868 de Louisa May Alcott
Louisa May Alcott tenía 35 años cuando, a través de su padre, el trascendentalista Bronson Alcott, recibió el encargo de escribir un “relato de chicas”. Roberts Brothers, el sello que se lo encargaba, estaba al tanto de su “habilidad literaria” —alrededor de 1865, Alcott había publicado varios thrillersbajo seudónimo— y quería que la pusiera a disposición de un fin mayor: “formar a mujeres” haciendo de puente entre “el aula y el salón”, aconsejando “sumisión, matrimonio y obediencia, en vez de autonomía y aventura”, como cuenta Elaine Showalter en su prólogo a la edición Penguin Clásicos. Alcott aceptó y acabó escribiendo un clásico sobre todo lo contrario.
Desde su publicación en 1868, Mujercitas le ha estado diciendo a las niñas lectoras que no hay una sola forma de ser mujer, y que pueden soñar con escapar a todo aquello que se espera de ellas. Su enorme influencia en la cultura popular no ha decaído desde entonces, como demuestra la avalancha de publicaciones que ocasionó en 2018 su 150º aniversario, y el estreno de una nueva versión cinematográfica (que se suma a tres célebres adaptaciones anteriores), dirigida por la que tal vez sea la directora más cool del momento, Greta Gerwig, que ofrece una (nueva) vuelta de tuerca feminista a la historia de las cuatro hermanas March, contada por Jo, la díscola aspirante a escritora.
“Alcott fue, sin saberlo, una de las primeras feministas de la historia. Defendió no solo su derecho a no casarse, ganarse la vida por sí sola y descubrir y cultivar su yo, sino, a través de Mujercitas, nos animó a todas a hacerlo”, explica Anne Boyd Rioux, autora de El legado de Mujercitas (Ampersand), un ensayo sobre el clásico de Alcott, en el que, además de establecer un recorrido por las bambalinas de su creación, arroja luz sobre algunas de sus sombras. ¿La principal? La boda de Jo, un final que no parecía a la altura de un personaje tan independiente. “A Alcott no se le permitió escribir el final que tenía pensado para Jo, en el que su protagonista terminaba como ella: una solterona dedicada por completo a la literatura. Pero sus seguidoras y su editor insistieron en que todas debían casarse, y de ahí que todo terminara, como ella misma dijo: ‘De una forma tan estúpida’. Pese a todo, trató de subvertir las expectativas casándola con el profesor Bhaer y poniéndola al frente de la escuela Plumfield, dando una visión igualitaria del matrimonio que podría considerarse feminista”, dice Rioux.
Inspiración de pensadoras
Casada o no, el personaje de Jo ha inspirado a infinidad de artistas y pensadoras. Las ha convertido, en algún sentido, desde niñas, en ellas mismas. Cambió la vida de Patti Smith cuando era más que “una soñadora flacucha de 10 años”, y también la de la respetada pensadora del feminismo Simone de Beauvoir. Escritoras como Joyce Carol Oates y Jeanette Winterson también han admitido que Mujercitas,tal vez el título más citado en las entrevistas-cuestionario del suplemento Babelia a la pregunta de “¿Qué libro le hizo querer ser escritor/a?”, las invitó a dibujar su propio camino. “Hasta que no lo leí no fui consciente de que las novelas que tanto me gustaban tenían un autor, y que ese autor podía ser una chica. Recuerdo que entonces vivíamos en Palma de Mallorca. Yo tenía nueve años. Jo March escribía relatos y yo también quería hacerlo. Fue entonces cuando empezó todo”, recuerda Elvira Lindo, que jamás, dice, podrá juzgar Mujercitas literariamente. “Cuando algo te marca en la infancia, tu criterio no puede ser nunca únicamente literario”.
Y si Lindo descubrió que podía escribir porque Jo lo hacía, la también escritora Lucía Lijtmaer, nacida a finales de los setenta y perteneciente ya a una generación que tenía cientos de otros modelos a seguir, se enteró, por Mujercitas, de que la vida intelectual implicaba precariedad. “Es Jo la que siempre es interpretada como una heroína por buscar un destino en la escritura pero para mí realmente funcionó como una advertencia: la habitación propia tiene un coste, material e inmaterial. Y muchas veces un castigo. Quizás por eso no tengo un buen recuerdo del libro”, dice. Lijtmaer, como Lindo, lo leyó, “con fascinación” a los nueve años, al igual que María Fasce, editora de Lumen, sello que tiene el clásico en su catálogo. Recuerda haber sentido “un deseo violento” de ser Jo, y que ese deseo puede seguir siendo el mismo mientras “el libro siga siendo nuevo”, algo que ocurre “si hay lectores que aún no lo han descubierto, como decía [el editor] Peter Meyer”.
El centro de la historia
“Es cierto, cada era tiene sus Mujercitas”, sentencia Anne Boyd Rioux. “Cada época toma aquellas ideas que le parece oportuno explorar”. De ahí que, por ejemplo, en las adaptaciones de los años treinta y cuarenta, “apenas se mencione el interés por el arte de Amy ni la escritura de Jo, y el amor sea el centro de la historia”, y que no sea hasta después de la eclosión feminista de los setenta que “Jo se nos muestre como una rebelde y se tome en serio que se comporte como un chico”. En la adaptación de 1994, “se intenta que todo el mundo esté contento, los conservadores y el feminismo”. “Gerwig se ha centrado en la figura de la mujer artista, en su yo como creadora y en todas las contradicciones a las que ese yo debe enfrentarse”, añade Rioux.
“Mujercitas está en la genealogía que intenta construir una épica de lo íntimo”, coincide Marta Sanz. La escritora cree que pone de manifiesto “las contradicciones y las contracturas que, por culpa de la educación recibida, vivimos mujeres muy diversas, que luchamos por salir de los estereotipos”. Sanz, que no se acercó a la novela hasta que ya era una mujer adulta porque “sus lecturas canónicas y masculinas” habían relegado el clásico por considerarlo, desde ese prisma, “rancio y cursi”, anima a “volver a repensar el libro desde una dimensión en la que superamos los estereotipos, resignificamos las palabras, rehabilitamos los polisones y las cocinas, y a la vez, no queremos que nuestras diferencias se conviertan en desventajas en el espacio público”. Porque, dice, “la literatura no solo representa la realidad, también la construye, y esa es una de las razones por las que estaría bien releer Mujercitas con sentido crítico: nos estaríamos releyendo a nosotras mismas”.
Babelia
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