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Un hombre feliz ante 18 escalones

Ana Morente, directora del documental ‘Imprescindibles - Juan Genovés: 100x120 encendido’ cuenta la experiencia de rodar con el pintor recientemente fallecido

Los pintores Antonio López (izquierda) y Juan Genovés, en un taller de pintura al aire libre en la Universidad Complutense de Madrid, en 2003.
Los pintores Antonio López (izquierda) y Juan Genovés, en un taller de pintura al aire libre en la Universidad Complutense de Madrid, en 2003.Uly Martín

Lo primero que me dijo Juan Genovés (que ha fallecido el 15 mayo de 2020) cuando le propusimos hacer un documental sobre su vida y su obra fue que él no se prestaría a la actuación. No repetiría acciones y nunca pintaría para la cámara. Tampoco le interesaba sumergirse en los recuerdos del pasado. La entrada no fue fácil: no estaba dispuesto a jugar a la simulación y descartaba todo el trabajo previo, de estudio y documentación. Juan Genovés, por supuesto, ya era un sabio cuando nos acercamos a él. Y, sin imponerse, nos hizo entender que su propuesta era mejor que la mera incursión en los miles de folios y álbumes familiares. Quiso que nos liberáramos de las costuras del guion, de la rigidez de los datos, de las etiquetas del arte y de todas las ideas preconcebidas, para vivir, sencillamente, la experiencia de ese tiempo a su lado. Nos enseñó que el puro presente era lo más valioso.

Cuando aclaramos las condiciones de rodaje, se entregó con disciplina y generosidad. Era una persona que ya no anhelaba el reconocimiento de los demás y hacía muchos años que vivía sin máscaras y solo para la pintura. No he conocido nunca a nadie que tuviera esa relación con el arte, esa pasión. Una vez me contó que, en los años cincuenta, él y Adela apenas tenían dinero para subsistir y un día, un vecino, les regaló un huevo. A pesar del hambre, los dos acordaron que lo emplearía en un cuadro.

Su hijo, Pablo Genovés, contaba que, ya muy enfermo, le pidió un lápiz negro para hacer un dibujo. “La mitad del cono, Pablo, esa es una estructura muy buena”, le dijo. La pintura en la cabeza hasta el último aliento

Quizá no sea muy profesional decir que todo el equipo de rodaje se rindió al encanto de Juan Genovés, y al de su familia. Era un hombre alegre, culto, sencillo. Nos transmitió, casi siempre con humor, la gran experiencia que había acumulado a lo largo de su vida. Desde que fue un niño de la guerra que repartía carbón con su hermano Eduard y que, a fuerza de talento, disciplina y pasión por el arte, obtuvo los máximos reconocimientos. Incluido el verdadero éxito de poder vivir de su pintura. No hace falta decir que siempre fue un artista y un hombre comprometido con la realidad social y política de su tiempo. Desde su resistencia al franquismo hasta hoy. Y siempre quedará rehabilitado, por fin, ese cuadro-símbolo, del abrazo fraternal entre los españoles que significó la Transición, y que sigue estando absolutamente vigente.

Al final, pudimos grabar a Juan pintando. Fue gracias a la complicidad de su hijo Pablo y de su ayudante, Leo. Él no se dio cuenta, pero después creo que le gustó verlo. Ahí quedan esas imágenes: un artista frente al cuadro, metido dentro de su obra con esa cara de niño que seguía teniendo a los 80 años. Lo que le hacía más feliz a Juan Genovés era subir los 18 escalones que conducían a su estudio. Allí, de madrugada, en soledad, sin ruido, podía sumergirse en la pintura. Y así, ligero y sonriente, quiero recordarle, subiendo esos 18 escalones que le llevaban a ese otro mundo que después contemplamos con asombro y emoción en sus cuadros. Su hijo, Pablo Genovés, contaba que, ya muy enfermo, le pidió un lápiz negro para hacer un dibujo. “La mitad del cono, Pablo, esa es una estructura muy buena”, le dijo. La pintura en la cabeza hasta el último aliento.

Ana Morente es periodista, directora del documental ‘Imprescindibles - Juan Genovés: 100x120 encendido’.

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