El Reina Sofía vuelve a sus orígenes 30 años después
Entramos en las salas que el museo está recuperando. Allí se programaron las muestras históricas con las que el centro de arte empezó. Desde 1992 estaban dedicadas a servicios auxiliares
En aquel rincón sin lustre por el que ahora van y vienen los obreros con casco y mascarilla se colocó hace tres siglos la primera piedra del edificio de Sabatini. Hoy alberga el Reina Sofía, pero abrió como hospital en 1788, poco después de morir su impulsor, Carlos III. En torno a esa esquina también echó a andar en 1986 el centro de arte que mutaría cuatro años después en museo nacional, con sede en la imponente construcción ilustrada que languideció durante décadas tras haber prestado servicio a la ciudad durante lo peor de la Guerra Civil. En aquel Madrid de la posmovida, mientras el resto del inmueble era acondicionado para su nuevo uso, aún por definir, se desarrolló un programa de exposiciones con el que la ciudad, y el país, mantuvo sus primeros idilios democráticos con el arte moderno y contemporáneo de altos vuelos. Treinta años después, han comenzado los trabajos para recuperar para el público esos espacios abovedados, destinados desde 1992 a servidumbres como carpintería, reprografía o almacén de material de oficina y del servicio de publicaciones, oficios cuyo rastro se podía sentir el viernes pasado, durante una visita de este diario a las obras.
La intervención cuenta con un presupuesto de 1,75 millones de euros (financiados en parte con la ayuda del 1,5% cultural concedida por el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana) y prevé estar lista para recibir visitantes en otoño de 2021. El proyecto que ganó el concurso lo firman Juan Pablo Rodríguez Frade y Aurora Herrera Gómez y permitirá dos cosas: sumar a la colección permanente 21 nuevas salas (unos 2.000 metros cuadrados) y resolver la convivencia de Sabatini con la ampliación de Jean Nouvel inaugurada en 2005. Para ir de uno a otro edificio, dos mastodontes separados por más de dos siglos que se dan la espalda con desdén, el visitante tiene ahora que subir una planta, lo cual ha añadido durante estos 15 años más ingredientes a la proverbial desorientación que el visitante siente sin remedio en el Reina Sofía.
Mayor fluidez
“Ahora se podrá ir directamente desde la cota cero de Nouvel a la -1 de Sabatini, lo cual dota de continuidad y fluidez al recorrido. También se mejorarán las instalaciones de acogida, como la taquilla, la consigna o el mostrador de información. La idea es lograrlo sin aspavientos”, explica Rodríguez Frade, arquitecto especializado en museos y autor, entre otras, de la remodelación del Arqueológico Nacional. De todo ello se beneficiará el 40% de los visitantes, que, según cálculos de la institución, escogen entrar por la parte moderna y no por el acceso tradicional de la plaza Juan Goytisolo. También se renovarán los suelos de mármol, se introducirán sistemas de climatización y sensores para actualizar una construcción del siglo XVIII al XXI y se subirán 40 centímetros los vanos que separan las estancias para un mejor traslado de las piezas de gran tamaño.
El viernes, Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, recordaba mientras paseaba por las salas en obras, también con casco y mascarilla, que lleva 10 años dándole vueltas a un proyecto que en primera instancia se llevaron por delante las estrecheces de la Gran Recesión. “Son las mejores salas del museo”, decía. Y añadía, divertido, en mitad de uno de los espacios de techos altísimos, ciertamente indicados para la exposición de arte contemporáneo: “¡Mira!, ¡Esos son los focos de Tomás!”.
Tomás es Tomás Llorens, que fue el director del Centro de Arte Reina Sofía entre 1988 y 1990. Tomó el relevo de Carmen Giménez, entonces al frente del Centro Nacional de Exposiciones del Ministerio de Cultura. Ella estrenó estos espacios en 1986 con una muestra histórica, Referencias: Un encuentro artístico en el tiempo, en la que tres nombres españoles (Saura, Chillida y Tàpies) se medían con tres popes internacionales (Baselitz, Serra y Twombly). Giménez, mujer decisiva en la modernización cultural de España, convenció con aquella exposición a Javier Solana, entonces ministro de Cultura, de que el edificio tenía que ser un centro de arte actual (y no la sede del Museo del Pueblo Español o el de Reproducciones Artísticas, tampoco del Ballet Nacional o del Instituto Bibliográfico, como algunos pretendían). “Conocía ese lugar por un médico, el doctor Barrio, que me había hablado muy bien de él. Por su amplitud era idóneo para exponer la clase de arte que entonces me interesaba, el minimal, el post minimal o el arte povera. La primera muestra tuvo unas críticas extraordinarias en la prensa extranjera, y Solana quedó muy impresionado del potencial de la idea”, explica Giménez, que luego también desempeñaría un papel decisivo en la aventura del Guggenheim de Bilbao y el Picasso de Málaga.
Después de Referencias vendrían otros hitos, como las exposiciones dedicadas a las colecciones Beyeler o la Phillips, de Washington, a los artistas Jasper Johns y Matisse, o, ya con el museo inaugurado en 1990, año en que María de Corral sustituyó a Llorens al frente del barco, Tàpies, Carmen Laffón o Richard Serra.
Llorens recuerda aquellos espacios, cuya recuperación considera una “buena noticia”, como “muy agradecidos y con mucho carácter, en los que siempre había que tirar de luz artificial” (de ahí, es de suponer, lo de sus focos). “Se dejaron de usar aquellas salas del semisótano porque el acceso era difícil. Tanto para los visitantes, que tenían que bajar por unas escaleras, como para el traslado de las obras de gran envergadura”, añade.
En la actual ordenación de Borja-Villel, la historia del Reina Sofía, que arranca (por ley, a fin de separar sus dominios de los del Prado) en 1881, año del nacimiento de Picasso, se divide en dos capítulos: Sabatini alberga el arte hasta, más o menos, 1968 y la eclosión del arte conceptual. Lo que viene después, incluida la transición española, se expone en las salas de la ampliación que Nouvel reservó para las exposiciones temporales y hoy están consagradas a la permanente hasta, de nuevo más o menos, 1992. Los espacios que ahora están remodelándose partirán precisamente de la fecha en la que fueron cerrados al público para mostrar la creación más reciente, española y extranjera, con especial atención a las aportaciones latinoamericanas, que han entrado en este museo de la mano de donaciones de coleccionistas como Jorge Pérez, Patricia Phelps de Cisneros o Helga de Alvear. También se aprovechará la oportunidad para reforzar la presencia de la arquitectura como disciplina artística, un relato en el que será fundamental el legado del arquitecto catalán José Antonio Coderch, donado recientemente por su familia.
“Empezaremos en los años noventa, con el consenso forzado del neoliberalismo, la globalización y su cuestionamiento. Habrá lugar para los movimientos altermundialistas, la crisis del 2008, el 15-M e incluso la pandemia. Se subrayará la importancia del ecofeminismo, la descolonización, el precariado, lo performativo y la búsqueda de nuevos vocabularios. Y todo ello, con la puesta en escena de los formatos artísticos más actuales, para los que estas salas son perfectas”, explica Borja-Villel al final del recorrido, en la parte del patio de Nouvel que se ha acotado para emprender las obras.
Esa parcelación estricta ha sido fundamental en plena desescalada de la crisis del coronavirus. Rafael Hernández Martínez, jefe de área de arquitectura, mantenimiento y servicios generales, explica que hubo que modificar el contrato de obra “en tres semanas” para “separar en compartimentos estancos la actividad del museo de la de las obras”. “No podemos arriesgarnos a que un caso de coronavirus en una de las dos partes afecte a la otra. Y eso ha requerido un gran esfuerzo, porque no es normal emprender una empresa de esta envergadura sin cerrar el museo”. La situación excepcional también ha obligado a rebajar el presupuesto: de los 3,16 millones previstos a 1,75.
Babelia
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