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Rodríguez Adrados y la cultura indoeuropea

La aportación del insigne helenista al estudio de las raíces comunes de nuestra protohistoria lingüística y cultural fue inmensa

Francisco Rodríguez Adrados en su casa de Madrid en 2013.
Francisco Rodríguez Adrados en su casa de Madrid en 2013.ÁLVARO GARCÍA

El fallecimiento del profesor y académico Francisco Rodríguez Adrados, el 21 de julio a los 98 años, me pide rendirle este modesto homenaje, al menos por su inmensa aportación al estudio de la cultura indoeuropea. Tampoco tenemos en España tantos indoeuropeístas de prestigio como para no aprovechar la ocasión de acercarnos, en su nombre, a ese fascinante capítulo de las raíces comunes de nuestra protohistoria lingüística y cultural.

Conocí al helenista en la Universidad Complutense, allá por el curso 1962-63. Yo entonces estudiaba filosofía pura, pero asistía a algunas de sus clases como libre oyente, alertado por un amigo, que cursaba lenguas clásicas, de las excitantes explicaciones de Adrados sobre los fonemas arcaicos de aquella cultura antecesora. Debo confesar que entendí muy poco, pero sí que me dejó marcado el interés por todo lo que se refiere a los arcanos de esa ciencia, hasta que me interesé por otro capítulo que se consideró derivado de tan misteriosa cultura, el de los cuentos maravillosos (predecesores de los llamados “cuentos de hadas”), de la mano de los hermanos Grimm y sus seguidores comparatistas.

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Luego, mi particular lectura de Vladimir Propp me hizo considerar el asunto bajo planteamientos más universales. Hace un par de años, en uno de los jueves de la Academia, tuve ocasión de cambiar impresiones con Rodríguez Adrados acerca de este capítulo, con las muchas controversias que sigue generando, y aunque compartió mis dudas, me animó a proseguir la tarea. Lástima que no he podido comunicarme con él, al hilo de un nuevo resurgir teórico en torno al ámbito indoeuropeo de los grandes cuentos de tradición oral, por una nueva corriente de estudios, la de los filogenetistas, en universidades europeas y norteamericanas, con lo que las distintas hipótesis han vuelto a caldearse.

Hoy lo relevante es la aportación específica de Rodríguez Adrados a la materia literaria del indoeuropeo y áreas afines, que por cierto entra de lleno en otro apasionante conflicto, el de las relaciones entre oralidad y escritura y que hallaremos en su libro El río de la literatura (2013). En él se adentra en el espeso bosque de las literaturas primordiales, siguiendo dos corrientes básicas: las indoeuropeas, irradiadas desde las estepas centrales de Asia hace unos 5.000 años, y las del Oriente Próximo, o semíticas —acadios, asirios, babilonios, egipcios antiguos, hebreos…—; entre aquellas, la de los sumerios, hititas, persas, indios noroccidentales, hasta desembocar en la gran literatura greco-latina, con un rebrote en la Edad Media.

Todas ellas partiendo de un fundamento oral anterior a su escritura. Destacó que todas esas literaturas nacen al poner por escrito lo que ya existía en la tradición oral, sin bien Adrados se centra principalmente en la literatura rítmica y la fabulística. Ese fundamento oral de todas las literaturas ya era algo que teníamos muy en cuenta quienes leímos a tiempo al formalista ruso, a Vladimir Propp, que dijo lo mismo, solo que en 1928: “El origen de la literatura es folklore traducido a signos gráficos”. Bueno es recordarlo, siquiera para podernos vacunar, ya que no de otros virus maléficos, al menos de los sofisticados productos de la factoría Disney y de otras mixturas con las que la ideología dominante ha pervertido los relatos básicos de la mitología popular, vengan de donde vengan.

Antonio Rodríguez Almodóvar es académico correspondiente de la RAE

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