La noche política de Cassius Clay y Malcolm X
‘One Night in Miami’, dirigida por la actriz Regina King y fuera de concurso, recrea una intensa y política velada entre cuatro titanes de la lucha racial
El debate racial en Estados Unidos, que el movimiento Black Lives Matter ha vuelto a llevar a las calles, irrumpió en la Mostra de Venecia con la película One Night in Miami, debut como directora de la actriz Regina King, oscarizada por El blues de Beale Street, que logró dar la sorpresa fuera de competición. La película reconstruye la noche que Cassius Clay, Malcolm X, Sam Cooke y Jim Brown pasaron en una habitación de hotel en el Miami de 1964. Se habían juntado para celebrar la victoria del primero, convertido a los 22 años en campeón mundial de boxeo tras ganar contra pronóstico a Sonny Liston. Pero la velada se acabó convirtiendo en un largo debate político y casi existencial.
Los cuatro amigos se encontraban entonces en una encrucijada personal: Clay se planteaba convertirse al islamismo, Malcolm X sentía el peso de haberse convertido en líder de masas, Cooke se preguntaba cómo dotar a sus blancas canciones de un contenido más político y Brown sopesaba dejar el fútbol americano para hacer carrera en Hollywood.
La película reconstruye la noche que Cassius Clay, Malcolm X, Sam Cooke y Jim Brown pasaron en una habitación de hotel en el Miami de 1964
La película, que se inspira en el relato ficticio de esa noche que hizo Kemp Powers en la obra teatral del mismo nombre, no intenta espectacularizar esa fuente para camuflar su origen como texto dramático: mantiene un arriesgado huis clos encerrando a sus cuatro protagonistas en esa habitación de hotel. En la película, adquirida por Amazon durante el confinamiento, late un temor constante a resultar un producto demasiado arriesgado y original, lo que obliga a retroceder continuamente a su directora hacia un territorio más convencional, como demuestran ciertas decisiones torpes de montaje que fracturan la fuerza dramática que desprenden muchas escenas, apuntaladas por el trabajo de cuatro actores tan desconocidos como extraordinarios.
Aun así, es admirable que King se haya atrevido a librar un filme tan increíblemente fundamentado en la palabra, gesto exótico en un Hollywood que siempre parece tenerles un poco de miedo. La directora, desde ayer bien posicionada en la carrera por los Oscar, logra desplegar con aplomo el conflicto entre dos estrategias políticas respecto a la causa afroamericana: la moderada y pragmática, partidaria de encontrar un encaje cómodo en el mundo blanco y luego cambiarlo desde dentro, representada por un cantante de éxito como Sam Cooke; y la lucha radical e identitaria de Malcolm X, partidario de una revolución sistémica en nombre de principios innegociables, sobre todo cuando sigue muriendo gente por su color de piel.
Medio siglo después, con las protestas de Black Lives Matter volviendo a agitar ese debate, ese dilema sigue abierto. King, que convocó este lunes una rueda de prensa por videoconferencia, dijo que espera que la película tenga éxito para que otras mujeres negras como ella tengan derecho a dirigir. “Si One Night in Miami funciona, habrá otras muchas como nosotras””, afirmó.
Buenos soviéticos
La historia política del siglo XX y sus resonancias en la actualidad también dominaron la jornada del día en la sección oficial a concurso. Dear Comrades, de Andrei Konchalovsky, recuerda una huelga de trabajadores acontecida en 1962 en la ciudad soviética de Novocherkassk. Los obreros, que protestaban por sus bajos sueldos en una época en que la vida se encarecía, lograron enfurecer a Jruschov. El KGB y el ejército no tardaron en ejecutar una masacre que no sería del todo descubierta hasta 1992. Konchalovsky, que siempre se debate entre la nostalgia por el pasado y la crítica a los excesos del régimen, sigue el recorrido de una alta funcionaria, miembro del comité central, que busca desesperadamente a su hija, desaparecida durante los tumultos.
El director, con los sentimientos a flor de piel, retrata a la generación de sus padres, esos “buenos soviéticos” que creyeron a pies juntillas en el Estado hasta que la realidad social les obligó a cambiar de opinión, en una película de encuadres cerrados y cuadriculados, obra de un auténtico maniaco, que logran subrayar la dimensión irrespirable de ese tiempo pasado, pero también componen imágenes muertas por dentro, sin vida propia, sometidas a un control abusivo de su director y lastradas por interpretaciones excesivamente enfáticas. En cierta manera, Dear Comrades tiene todos los defectos de Cold War, el exitoso filme de Pawel Pawlikowski, pero casi ninguna de sus virtudes.
Corrupción burguesa
También en la carrera por el León de Oro, la polaca Malgorzata Szumowska presentó Never Gonna Snow Again, que correaliza con su director de fotografía, Michal Englert. La película transcurre en un opulento suburbio residencial de Varsovia, lleno de burgueses con problemas del primer mundo (y otros bastante más graves), respecto a los que Szumowska dirige una mirada paródica y misántropa, contrarrestada por el angelismo que desprende su retrato del protagonista, Zenia, un fornido inmigrante ucraniano que creció cerca de Chernóbil, que se dedica a dar masajes y, de paso, aportar un poco de solaz a sus desconsolados clientes (o, sobre todo, clientas).
Esta variación sobre Teorema resulta mucho menos subversiva al abordar la corrupción espiritual de la burguesía que el original de Pasolini, pero también que la mayoría de remakes, más o menos confesos, que se han rodado en las últimas décadas. Szumowska ahoga sus imágenes con chistes visuales que no tienen demasiada gracia y ensoñaciones que parecen pensadas para deslumbrar por su barroquismo visual, más que para dar un sentido a lo que cuenta.
Babelia
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