Los Rodríguez: la vida íntima y la muerte prematura del rock que reinó en la España eufórica
Un libro a tumba abierta destapa la turbulenta existencia de la banda de Andrés Calamaro y Ariel Rot, el grupo que gustó a todo el mundo
Pocas biografías musicales españolas tan a tumba abierta como la que nos ocupa. Se llama Sol y Sombra. Los Rodríguez. Biografía oral (BAO Ediciones), firmada por Kike Babas y Kike Turrón. No se estilan en el pop y rock español los relatos sin vetos y que entren tan dentro en el terreno de lo íntimo. En las 320 páginas de este texto se narra la vida de una banda del rock, emblema de una época (los noventa), con sus luces y sus sombras. “La historia de Los Rodríguez lo tiene todo: fue breve, seis años, potente, y trufada de mucho sexo, drogas y rock and roll”, señala uno de los autores, Kike Turrón.
Un tema espinoso que se desvela: una decisión de Andrés Calamaro que supuso el principio del fin de la carrera del grupo. Fue antes de entrar en el estudio para grabar su tercer y último disco, Palabras más, palabras menos (1995). El cantante impuso de forma sorpresiva cambiar el reparto del dinero de los conciertos. Si hasta ese momento había sido a partes iguales entre los cuatro rodríguez, ahora sería este (o se marchaba): 40% para él; 30% para el guitarrista Ariel Rot; 20% se llevaría el batería, German Vilella, y un 10% para el otro guitarrista, Julián Infante. Se trataba de una jugada inédita. Los derechos de las canciones generados por sonar en radio o ventas de discos van por un lado y cada uno cobra según su aportación, pero cuando suben al escenario todos los miembros del grupo reciben lo mismo. “Era la primera vez en mi vida profesional que veía esto”, señala en el libro Alfonso Pérez, director de la compañía de discos de Los Rodríguez. “Fue un gran marrón”, afirma Rot. “Tengo una espina clavada en ese sentido desde aquello”, sentencia Vilella.
El señalado pide disculpas en Sol y Sombra. “Si lo pienso ahora, no había motivos para romper con el reparto a partes iguales. Soy una persona que se supone generosa, pero es probable que estuviera respondiendo a los malestares emotivos del grupo. Todos cometemos errores. No haría eso mismo ahora. Le pido perdón a mis compañeros”, expone Calamaro.
Abrazo de reconciliación. Los tres rodríguez (Julián Infante falleció en 2000) se presentaron en una rueda de prensa el pasado lunes en Madrid para presentar el libro. Lo hicieron en un ambiente inmejorable, compartiendo anécdotas y no dejando, de momento, ninguna puerta abierta a la reunión. “Pasó demasiado tiempo. Me hubiese gustado en 2000, para el décimo aniversario del nacimiento del grupo. Además, me hubiese venido bien, porque en esa época yo estaba un poco…”, dijo Calamaro (Buenos Aires, 59 años) sin terminar la frase, dando por conocida su etapa de zambullida psicotrópica. “No llegamos a oficializar la separación en 1996. Fue un ‘hasta luego’, pero ahora ya no está Julián”, señaló Vilella (Madrid, 56 años), sentado entre Rot (Buenos Aires, 60 años) y Calamaro.
“Existe una alto grado confesional en los testimonios. Cuando les pasamos el borrador a los tres pensábamos que igual se arrepentirían de algo y lo matizarían. Pero no fue así”, señala Kike Babas, uno de los autores del libro. En el relato participan hasta cien voces diferentes: técnicos de sonido, periodistas, ejecutivos de discográficas, bandas con las que se cruzaron, parejas…
Se habla a las claras de la enfermedad que provocó la muerte de Infante, el VIH. Presta su testimonio Virginia Díez, bailarina y entonces pareja del guitarrista. “Él nunca lo reconoció… Yo le dije que tenía que ir a hacerse un análisis para ver cómo iba todo… Regresó a casa y me dijo que se lo había hecho y que no tenía nada… Al día siguiente fui al médico para que me contase y, en efecto, había ido allí, pero no se había querido hacer el análisis porque en el momento de vida en que estaba, con su grupo despegando y rozando el éxito, no soportaría hacerse los análisis y ver que tenía el virus”.
Calamaro definió en la rueda de prensa a Los Rodríguez como unos “Tequila reposados”. De ese grupo venían Ariel Rot y Julián Infante. Junto al vocalista Alejo Stivel, Tequila fue la banda española de rock and roll más exitosa a finales de los setenta y primeros de los ochenta. También dijo el cantante que el grupo surgió “después de que Julián y Ariel viesen una epifanía en un concierto de los Rolling Stones”. Más o menos fue así. Tras cinco años sin verse al romperse Tequila, Julián telefoneó a Ariel con un plan: ir a ver a los Stones en un concierto en Madrid. Allí estaba también Vilella. Infante le propuso a Rot montar una banda. El argentino le contestó: “Sí, pero yo pongo al cantante: Andrés”. Rot y Calamaro se había conocido en Argentina y tocaban juntos.
Los Rodríguez fue un caso atípico en muchos sentidos. En directo, porque estéticamente no tenían a un líder al frente. Calamaro estaba en un lado del escenario con el teclado y cantando; Ariel al otro; y Julián, el que menos cobraba en la última etapa, en el centro. Sus discos se vendieron bien, pero no tuvieron la oportunidad de medir sus fuerzas en directo. Convocaban en sus directos a mucha gente, pero casi siempre en espectáculos gratuitos financiados por ayuntamientos. Con entradas a la venta, cuando más llenaron fue de teloneros: de Joaquín Sabina, de Manolo Tena…
Estilísticamente tampoco se les podía encuadrar en un movimiento. “Un 2% de rumba y 98% de rock”, solía decir Calamaro. También había reggae, blues, pop, baladas… Básicamente, Los Rodríguez componían maravillosas canciones: Dulce condena, Mi enfermedad, Me estás atrapando otra vez, Todavía una canción de amor (con letra de Joaquín Sabina), La puerta de al lado, Sin documentos… Consiguieron que el rock fresco volviera a sonar en los barrios y las fiestas. Las letras eran lo suficientemente canallas como para interesar a los jóvenes y sus ritmos seducían a los padres. Era un grupo agradecido para levantar el nivel de las verbenas en una España (la de mediados de los noventa) eufórica.
Y tocaban como pocos en aquella época. Era una banda compacta y versátil. Se puede comprobar en el directo En Las Ventas. 7 de septiembre. 1993, que se edita paralelamente con el libro y recoge el concierto que realizaron como teloneros de Manolo Tena. En ese recital, Rot verbaliza lo que le había pasado al grupo en muy poco tiempo. Antes de una canción, grita: “De Siroco a Las Ventas. Los Rodríguez. Sí señor”. O sea, de actuar en una sala ante 200 personas (Siroco) al coso taurino, con 20.000, aunque fuese para abrir boca antes de la estrella de la noche.
Vivieron una época (del 90 al 96) sin las actuales penurias. Si vendías discos (y ellos lo hicieron) se inflaban los presupuestos y se disfrutaba de lujos caprichosos. Ellos tocaron mucho y en cualquier lugar y se lo gastaron casi todo. “Fueron seis años de gran intensidad. Nos peleábamos por un acorde. A las dos horas nos hablábamos y vuelta a pelear por otro acorde. Seis años así es suficiente”, ironizó Rot en la presentación del libro.
“¿Pagas tú el incumplimiento de contrato?”
Una de las causas de la ruptura fue el innegociable liderazgo que ejerció Calamaro (por otra parte, el que más creatividad aportaba), que en la última etapa ya preparaba su disco en solitario, Alta suciedad (1997). Durante la gira de 1996 con Joaquín Sabina se movían en un ecosistema delicado. “Hubo situaciones muy desagradables en esa época. Recuerdo estando en Argentina con Andrés, que no le apetecía hacer un bolo y dijo de suspenderlo. Salté y dije: ‘¿Cómo que suspenderlo? ¿pagas tú el incumplimiento de contrato?’. Y me dijo: 'A vosotros ya os he dado bastante de comer”, relata el batería.
En el mismo libro (que solo se puede conseguir pidiéndolo en la editorial; a la venta en librerías a partir de diciembre) los dos, Calamaro y Vilella, aseguran que se han reconciliado. “Pasaron algunos años hasta que por fin hemos limado asperezas. Hemos tomado conciencia de que hemos sido hermanados por alguna fuerza que trasciende lo racional e incluso nuestra propia voluntad, que nos queremos como eso que somos… hermanos”, cuenta Vilella de su relación con Calamaro. Los autores de Sol y Sombra aseguran que, cuando empezaron el libro, hace seis años, las relaciones entre los tres eran templadas. “Hoy, y creo que gracias a ver su historia en las páginas, se llevan estupendamente. Creemos que el libro les ha servido un poco de terapia”, afirman Kike Babas y Kike Turrón.
La existencia de Los Rodríguez fue tan atípica como su exposición pública de esta semana. Se juntaron (Calamaro incluso llegó desde Argentina, tal y como están las cosas por el coronavirus) para estar una hora en una rueda de prensa. Es inevitable pensar que igual si la pandemia no existiera esa rueda de prensa hubiese sido para anunciar una gira de regreso…
'Revolución en Malasaña', por Diego A. Manrique
Puede que nunca se hubieran juntado. Sospecho que Los Rodríguez no eran plenamente conscientes de la música que sonaba en Malasaña (barrio del centro de Madrid) en 1990 y de que, en esas coordenadas, ellos suponían una anomalía. El barrio que había amamantado a la 'nueva ola' sufrió una involución estética a mediados de los ochenta. Pudo ser una reacción ante la comercialización de la Movida o quizás un golpe del péndulo: prácticamente en todos los antros se impuso el evangelio de 'Ruta 66', revista barcelonesa que predicaba el rock auténtico, lo que perversamente incluía a grupos suecos que imitaban a bandas estadounidenses que copiaron a conjuntos británicos que se nutrían de artistas negros. En Malasaña rara vez se escuchaban “discos de negros”. Y, desde luego, nada cantado en castellano; un DJ que se atreviera a pinchar rumba o algo que sonara levemente latino podía ser lapidado. Y, sin embargo, Los Rodríguez tenían vía libre. Primero, casi todos eran vecinos de Malasaña (y hasta el más cerril de los propietarios de garitos sabe que conviene llevarse bien con los vecinos). Segundo, lucían como 'rock stars', incluso cuando no llegaban a fin de mes: atraían a chicas, y eso siempre anima los locales. Tercero, mostraban una divertida paciencia con aquella generación de músicos empeñados en espantar al público nacional, y hagamos las excepciones de rigor tipo Los Enemigos o Los Ronaldos. Les respaldaban sus intensas vivencias, las habilidades profesionales y una considerable cultura musical. Se ganaron respeto como hermanos mayores, sabios y 'cool'. No despertaban envidias ya que su despegue fue muy, muy lento. E iluminaron las mentes: de repente, los Rolling Stones volvieron a la dieta sonora de Malasaña, donde también se colaron discos de soul, bugalú y, caramba, rumba catalana. Gente amable, y metida en sus propias batallas, desconozco si Los Rodríguez fueron conscientes de que facilitaron aquella apertura. Que demostraron que se podía ser a la vez un grupo de masas y, glup, auténticos. Sus compromisos exigían viajar y dejaron de patear las calles de Malasaña con tanta frecuencia. No sé si advirtieron que crecía una nueva planta por las esquinas. Fue bautizada 'noise' y pasaría a la historia universal, en el sentido borgiano, como 'indie'.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.