González Macho, memorias de un hombre apasionado por el cine
El distribuidor y exhibidor de Alta Films y expresidente de la Academia repasa su trayectoria, acabada de forma amarga por los coletazos del fraude del taquillazo
El 24 de febrero de 2014 Enrique González Macho (Santander, 73 años) anunció en EL PAÍS que dejaba “todo lo relacionado con el cine, incluida la Academia”, ya que presidía esa institución cinematográfica. El año anterior había sido muy complicado para el productor, distribuidor y exhibidor, que, obligado por la caída de la asistencia al cine, ya solo mantenía abiertas 20 de las casi 200 salas (la cadena Alta) que llegó a regentar una figura fundamental para entender el cine en España en las últimas cuatro décadas. Poco después, rectificó y a las pocas semanas se presentó a la reelección de la presidencia de la Academia. “Me lo ha pedido mucha gente. Y quiero acabar ciertas cosas”, contó entonces. Estos impulsos forman parte del carácter de González Macho, y probablemente sin esa manera de ser no se hubiera convertido en nombre crucial de la industria, y en “el único ganador no-artista del Premio Nacional de Cinematografía” como él subraya en sus memorias, Mi vida en V. O. (Atticus), escritas en colaboración con Begoña Piña.
González Macho ha roto con el libro cuatro años de silencio. “Si he escrito estas memorias tras el cierre de Alta Films [su empresa de distribución] es porque pretendo con ellas hacer partícipes a quienes pudiera interesar de la gran montaña de experiencias que he acumulado durante tantos años trabajando en el cine y desde todos los sectores”, escribe. Y explica: “Me siento satisfecho de lo conseguido en mi vida profesional, aunque el final haya sido algo triste y turbulento debido a los varios procedimientos judiciales que he sufrido y de los que, como no podía ser de otra manera, estoy siendo absuelto”. El libro arranca con su visión del primer rodaje al que asistió, el wéstern Fuerte perdido, a los 17 años en 1964. “Pensé que el cine era una birria. Hoy sé que en España en ese momento el cine era simplemente posibilista”. Y su vida profesional es una continúa brega contra ese posibilismo, con la intención de crear industria, de cimentar firmemente el cine en España, como describe en las 326 páginas de memorias (hay otras 155 de apéndices).
Sus inicios se remontan a 1969 cuando las salas de cine de arte y ensayo vivían buenos tiempos gracias a las películas en versión original subtitulada, y a que también allí se proyectaban “cine con ligero contenido sexual” (aún en 1980, de las 135 películas producidas en España, 60 fueron calificadas como ‘S’, es decir con contenido sexual aunque no pornográfico). En esos años González Macho estaba dedicado a otras labores, trabajando en diversas empresas de producción y distribución, con gente tan dispar como Espartaco Santoni (del que habla bien: “nunca me dejó a deber una peseta”) o José María González-Sinde. En 1975, tras una sonada huelga de los actores, el productor se implicó en la creación de la sección de Cine en el sindicato Comisiones Obreras, y, tiempo después, de la distribuidora Cinema 2000, además de ser el director de producción de Las truchas (1979), de José Luis García Sánchez.
Insiste el autor en que él nunca ha producido películas: ha ayudado, impulsado o trabajado para otros, pero no se considera adscrito a esa figura. Sin embargo, es cierto que Alta Films sirvió como cuna y cobijo de un determinado cine español. La distribuidora la había fundado el pintor Juan Manuel López Iglesias en 1969 para editar libros e importar películas soviéticas a España. A su muerte a finales de los setenta, su viuda, la actriz Yelena Samarina, le ofreció el catálogo de cine soviético y la empresa a González Macho, que la compró por tres millones de pesetas y, aunque no le gustaba, le mantuvo el nombre -fusión de las dos primeras sílabas de los nombres de los hijos de López Iglesias y Samarina (Alejandro y Tatiana)-. Ahí arranca la mejor parte del libro, la de los innumerables viajes a Moscú y la conversión de González Macho en experto -casi el único- en cine soviético. Hubo un momento en que no encontró más hueco en el circuito en V.O.S., y eso le empujó a convertirse en exhibidor en mayo de 1986.
El despegue se basó en la reposición de El apartamento y en el estreno de Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Después cumplió un sueño: estrenar por fin en España Senderos de gloria (1957), mantuvo un año y medio en cartel Remando al viento. En 1990 inaugura los Renoir Cuatro Caminos. “Mi ambición era crear por España un circuito de cines en versión original con la marca Renoir. Lo intenté y fracasé”. Llegó a tener en Moscú un cine para proyectar filmes españoles de 1990 a 1993. González Macho repasa ahí años de políticas cinematográficas, resalta nombres, olvida o borra otros, alaba a algunos y crítica a otros tantos. Reprueba a los políticos en general, aunque subraya: “El Partido Popular ha conseguido ensuciar la imagen de los artistas españoles”.
En el cierre de sus negocios, explica, por ejemplo, que la distribución de cine en versión original es “solo apta para masoquistas ilusionados”, aunque llegó a distribuir el 60% del cine español en alguna temporada (en total, trabajó “con 215 títulos nacionales, de las que más de sesenta han sido óperas primas”), y que las televisiones históricamente “han ninguneado el cine independiente”, mientras repiten una y otra vez Pretty Woman. Cuando un distribuidor compra los derechos de una película para un territorio, su negocio se basará en la taquilla, la venta de los derechos de emisión a una televisión y ventas en DVD y visionados en plataformas digitales. “Por el tipo de cine que distribuyó Alta Films, era especialmente importante llegar a un acuerdo con RTVE y las cadenas autonómicas”, reflexiona. Esa puerta se cierra por vaivenes políticos. La piratería se ceba con “el tercer circuito del país con 150 salas”, y aunque aclara que nunca fueron suyas, sí las regía, además de programar otras. Los ingresos menguan, hay 500 empleados, y llega a pagar aún grandes sumas por películas que nunca recuperaron la inversión. Por otro lado, es el momento en que se convierte en el presidente número 13 de la Academia de Cine.
El libro habla del fragor de los festivales, dedica varios capítulos a los premios que ha recibido, a su relación con la prensa, y a la organización de los premios Goya. “En 2015 anuncié que abandonaba [la presidencia de] la Academia por motivos personales. Había empezado a oír que me iban a acusar de asuntos turbios”. Esos asuntos resultaron ser el escándalo conocido como “el fraude del taquillazo“, según el cual productores españoles inflaban comprando entradas, lo que aumentaba las subvenciones a recibir. En sus memorias también se duele por la “incorrecta, inoportuna y dolorosa” respuesta de la Academia, ante su enjuiciamiento, del que ya ha salido absuelto en dos ocasiones. “Injusto e inesperado final, propio de un apestado”. Desde entonces ha vivido apartado de la vida pública, con un ojo puesto en las salas que le quedan.
Babelia
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