Las cien caras (y cruces) de Bolívar
La biografía del legendario Libertador escrita por Marie Arana recurre a cartas y documentos para reconstruir el contexto de su controvertida figura
Simón Bolívar (1783-1830) es una de las figuras que más espacio llena en el imaginario latinoamericano. La que personifica la emancipación de los pueblos coloniales del “yugo intolerable” de España. También la que todavía agitan e instrumentalizan políticos para sacralizar sus acciones y darse brillo con el resplandor de su sable. Su trayectoria atraviesa tantas luces como sombras, fluctúa, según autores, entre George Washington y Maximilien Robespierre. La escritora y periodista estadounidense Marie Arana (Lima, Perú, 70 años) acaba de publicar la traducción española de Bolívar. Libertador de América (Debate), un libro que concitó el elogio de la crítica anglosajona tras su aparición en 2013 y que el solvente biógrafo Walter Isaacson ha calificado como la biografía que merecía el personaje.
Arana, que durante años fue responsable de la sección de libros de The Washington Post, lo describe como un hombre que fue amamantado por una negra, que mide un metro sesenta y siete, pesa 59 kilos y tiene una mirada inquietante. De raíz vasca y vocación cósmica, desborda magnetismo, poder de convicción. Es un jinete tan resistente que los llaneros lo llaman “culo de hierro”. Puede recitar a Rousseau en francés y a Julio César en latín, admira a Voltaire y Montesquieu, fascina a Lord Byron y es un mujeriego tenaz. Pero también, como un hombre muy imperfecto, impulsivo, testarudo, lleno de contradicciones. Intolerante con las críticas, sin paciencia en las discrepancias. Elocuente con la justicia, aunque no siempre capaz de impartirla en el caos de la revolución. Con todo, la autora pondera su “irreprimible generosidad, sus profundamente arraigados principios de libertad y justicia”.
Tras años de carnicerías y adversidades (incluido un intenso terremoto que la Iglesia manejó como castigo de Dios al independentismo), Bolívar recibió todo el crédito de haber concebido, organizado y liderado solo la liberación de seis naciones (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú y Colombia, que entonces integraba a Panamá), con una población que superaba en un 50% a la de América del Norte. Pero el Libertador viviría para ver cómo se demolía esa gloria. La política en esos países se insubordinó, sus detractores se expandieron. Bolívar, señala Arana, “llegó a creer que los latinoamericanos no estaban preparados para un gobierno verdaderamente democrático: abyectos, ignorantes, recelosos, no comprendían cómo gobernarse a sí mismos”. Entre el Libertador y el dictador apenas quedaba espacio. El sueño ilustrado de la América Latina unificada a semejanza de la del Norte se estrelló contra la realidad.
El libro de Arana, minucioso con las afirmaciones y las fuentes, ha suscitado críticas en el sector más sensibilizado contra la leyenda negra del imperio español, que le imputa un excesivo enfoque criollista y novelesco (su lectura es amena). Había abonado el terreno un libro previo: El terror bolivariano (La esfera de los libros), cuyo autor, el exsenador venezolano e historiador Pablo Victoria, plasma al Libertador como “artífice de un antecedente claro del Holocausto judío”.
Arana defiende que su biografía del Libertador “captura el momento de una forma más completa y, tal vez, más humana que algunas de las existentes”. Señala que recorrió a las fuentes primarias (las cartas de Bolívar, los relatos de sus soldados, los comentarios contemporáneos, las crónicas españolas) “en busca de fragmentos de color que no había visto en otras biografías e historias” por todas las bibliotecas del continente americano. Ese “material original”, afirma, “está lleno de drama y detalles” que contienen un “sentido de urgencia y viveza” que ella no percibió en otras biografías. “Quería transmitir los olores, los sonidos, la sensación de la selva y la montaña, el sudor de los caballos. Sondeé fuentes primarias para esos detalles. También reuní pormenores y observaciones perspicaces de obras de escritores en español que nunca se habían leído ampliamente en todo el mundo y que parecían suspendidas en una especie de limbo”. La autora empleó varios años en la documentación por diversos países y cuatro escribiendo el libro.
Tras la liberación que impulsó Bolívar, proliferó la fragmentación, las guerras civiles, las “traiciones de capa y espada”. A Bolívar no le quedó otra salida que la renuncia, la pobreza, la enfermedad y el exilio. “Pocos héroes en la historia han recibido tanto honor, tanto poder y tanta ingratitud”, sentencia la biógrafa, que mereció la distinción de Los Angeles Times Book Award en su versión original inglesa.
Casi dos siglos después de su muerte, su gesta sigue empañada por episodios oscuros como su decreto de guerra a muerte (para los españoles que no combatieran por la independencia); la ejecución del general Manuel Piar, uno de los próceres de la emancipación venezolana; la traición a Francisco de Miranda, considerado el precursor de la liberación de la América meridional; la matanza de 800 prisioneros españoles en Puerto Cabello ante el riesgo de un motín, y, sobre todo, su imperiosa acción como gobernante de Perú, Bolivia y Venezuela, que llevó a Gabriel García Márquez a calificarlo como el prototipo casi mítico de los dictadores latinoamericanos.
Contra líderes, no contra masas
El catedrático de Historia Moderna Carlos Martínez Shaw defiende que “la historia es siempre entreverada y es imposible dar solo una visión positiva o negativa de nadie”. “Todos tienen una cara doble: Bolívar, Cortés…”, esgrime. Para el miembro de la Real Academia de la Historia, no hay un Bolívar con varias caras sino “un solo Bolívar con muchas luces y sombras”, algo que ya reflejaban las biografías “más fiables” anteriores: la de Nelson Martínez (Historia 16, 1986) y la de John Lynch, (Crítica, 2007), ambas con el nombre del Libertador como título. Un Bolívar que transmite a la vez poca simpatía y carisma. Y también gran valor y energía, como su propósito de “crear una América con los valores de la Ilustración, con separación de poderes, que no consigue porque la estructura regional está muy consolidada”. El historiador destaca su “energía tremenda” como catalizador de su triunfo, en la que detecta alguna similitud con Robespierre.
Martínez Shaw no considera que Bolívar fuese “particularmente sanguinario”. “Aquella no fue una guerra de exterminio casi nunca. La violencia de Bolívar fue contra líderes, no contra masas. De hecho, sus rivales fueron más brutales, como Pablo Morillo”, a quien, sin embargo, llamaron El Pacificador. “Bolívar sabía que tenía que ganar y destruir al ejército enemigo”, añade. El historiador remarca que se libraba simultáneamente una guerra civil y una de independencia, “con criollos y españoles en ambos bandos” para complicar más la situación. Respecto a su condición de dictador, apunta que no se trataba tanto de “una ambición de poder” como de “espíritu de liderazgo de quien se sabía conocedor de los fines mejor que nadie en un momento tan revuelto de dirigentes. Estaba convencido de que llevaba razón”. “Se declaró dictador para conseguir una república latinoamericana unitaria”, argumenta.
Marie Arana, que tiene antepasados en los dos frentes del conflicto, mantiene que “el líder de una revolución duramente ganada puede ser visto como un héroe por los vencedores y un asesino genocida por el bando perdedor”. “Bolívar no era un hombre truculento, pero recurrió a medidas sorprendentemente violentas. Y, por supuesto, había una carnicería atroz en ambos lados”, confronta.
Desde Washington, donde desempeña el cargo de directora literaria de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, la autora asume que “con el tiempo, Bolívar ha llegado a tener cien caras”. “No solo en pinturas o grafiti, donde se lo retrata simultáneamente como negro, indígena, blanco u oriental, según el artista o el mensaje”. “De su imagen”, apunta, “se han apropiado oportunistas de todas las tendencias: dictadores de derecha, revolucionarios de izquierda, reaccionarios, comunistas, hombres fuertes militares, estadistas distinguidos. Desde Fidel Castro hasta Augusto Pinochet, y desde Hugo Chávez hasta Franco, los líderes han querido envolverse en su gloria”. “Esto”, advierte, “puede sugerir una personalidad de camaleón, pero no se parecía en nada a ninguno de esos hombres”. Quizás porque el personaje tiene una gran significación para muchos y porque la fama distorsiona, la biógrafa mantiene que “no vemos a Bolívar como realmente era”. Ella lo ha buscado “en sus cartas, su lenguaje extraordinariamente preciso, su idealismo, sus amargas decepciones y su pesimismo absoluto sobre la América Latina en la que nos convertiríamos”. También “en sus logros históricos, así como en sus espectaculares fracasos”. “Puedes elegir ver a César como una cima del imperio o como el comienzo de un declive. Lo mismo que con Napoleón. Bolívar no es diferente”, consigna.
UNA REVOLUCIÓN RACIAL
Una de las tesis de Bolívar. Libertador de América es que la revolución latinoamericana no hubiese sido posible sin la bomba racial que se estaba formando con los esclavos y el sistema de castas. Marie Arana deplora que los libros de texto en América Latina no aborden este aspecto. "La revolución puede haber sido iniciada por aristócratas blancos, pero fue ganada por las razas más oscuras, por antiguos esclavos. Esto es cierto no solo para Bolívar, sino para las fuerzas que se unieron a San Martín", observa. Ella considera que fue precisamente esta la causa por la que los Estados Unidos de América negaron toda ayuda a la revolución de Bolívar. "Bolívar empleó la división racial para su ventaja, y el incipiente gobierno de los Estados Unidos no podía permitirse el lujo de ayudarlo. La esclavitud era la institución más rentable en los Estados Unidos en ese momento", precisa. Una de las objeciones que se le han hecho al libro es que los esclavos se sentían mejor tratados por la Corona que por los independentistas, algo que la biografía de Arana refleja en casos puntuales. "Al principio, las fuerzas coloniales españolas también intentaron reclutar esclavos negros e indígenas para sus ejércitos, con mucho menos éxito. La raza fue, en última instancia, el arma más poderosa en el arsenal de Bolívar", indica.
Babelia
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