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Galdós, una vieja polémica nacional

El autor de ‘Fortunata y Jacinta’ vuelve a encender en su centenario un debate en torno a su talla literaria. Escritores de varias generaciones como Javier Marías, Cristina Morales o Marta Sanz se pronuncian sobre la vigencia de su obra

Galdós visto por Sciammarella.
Galdós visto por Sciammarella.

El pasado 4 de enero se cumplieron 100 años de la muerte de Benito Pérez Galdós y la polémica en torno a su valía ha tardado poco más de un mes en sumarse al centenario. De hecho, la división de opiniones en torno a su obra —con todos los matices— es casi un subgénero de la literatura española. A favor: Clarín, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Max Aub o Rafael Chirbes. En contra: Baroja, Unamuno, Azorín o Juan Benet. El nuevo asalto está teniendo lugar en este diario. El mismo 4 de enero Almudena Grandes publicaba un artículo destacando el compromiso del novelista canario. El 9 de febrero Javier Cercas expresaba sus dudas sobre su vigencia y altura literaria. El pasado sábado Antonio Muñoz Molina replicaba, y un día después Cercas le devolvía la réplica.

“Se trata de un excelente novelista  que no ha trascendido su época”, afirma Javier Marías.

Almudena Grandes no ha encontrado ningún texto de Valle-Inclán en el que ataque a Galdós, y sí críticas muy elogiosas, explica al teléfono. “Mantuvieron una relación estrecha y se enfadaron cuando Galdós no programó una obra de Valle en el Teatro Español, que dirigía. Insistir en lo de garbancero es maltratar no solo a Galdós sino a Valle”. Germán Gullón, comisario junto a Marta Sanz de la exposición dedicada al novelista en la Biblioteca Nacional, que acaba de clausurarse, reconoce que el calificativo de garbancero no lo lanza Valle directamente sino uno de sus personajes en Luces de bohemia, pero insiste en que los novelistas de la generación del 98 “siempre vieron a Galdós como el autor que seguía acaparando la popularidad que les correspondía a ellos”.

Las críticas de Juan Benet, que acusaba a Galdós de doctrinario y chato, tenían sentido, afirma Grandes, puesto que el autor de Herrumbrosas lanzas “militaba” en la experimentación narrativa: “Esos argumentos se siguen repitiendo, pero el problema es que en el siglo XXI no existe más abordaje narrativo que el realismo. La ciencia ficción y el género fantástico crean mundos que luego se rigen por la técnica realista. No hay más que ver El cuento de la criada o Juego de tronos”.

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Vicente Molina Foix, que compartía con Benet estética y amistad, añade un matiz generacional: “Los movimientos literarios a veces tienen giros bruscos que no tienen que ver con los méritos de un autor. Los Novísimos decíamos cosas sobre Antonio Machado que en realidad aludían al empacho de corrientes que bebían de Machado. Galdós para los novelistas también era una piedra en el camino con su realismo a palo seco, a veces ilustrativo”.

De vuelta al presente, la crítica de Javier Cercas a Galdós porque “toma partido” no convence a Almudena Grandes. “La objetividad es una quimera, y tomar partido tiene que ver con la propia escritura. Como dijo el teórico Lukács una novela puede tener o no política, pero nunca está exenta de ideología. Tomar partido es reconocer explícitamente el compromiso de la escritura”.

“Echarle en cara a Galdós la intención de intervenir está anticuado, es una visión elitista de la literatura. No hay nada malo en que los libros tengan un impulso ético, porque siempre intervienen en la realidad”, añade Marta Sanz. “Hoy podemos hablar de que cierta literatura es rancia porque no asume un riesgo formal y conduce a un pacto de familiaridad comercial, pero juzgar así a Galdós es descontextualizar”. Sanz concluye: “Las novelas no solo representan la realidad, sino que la construyen. De modo que nadie puede inhibirse de esa responsabilidad: tampoco los que sacralizan la palabra literaria, demonizan la literatura política y a menudo se consideran antigaldosianos. Creen que sacralizarla es alejarla de los garbanzos: para mí, es al revés”.

José María Guelbenzu, también militó en el experimentalismo de los años setenta, y considera que en Galdós “hay ideología pero muy sujeta a la clase social, es decir, novelísticamente, no es maniqueo sino muy literario, a pesar de que su modelo es más Zola que Balzac”. Dicho esto, plantea sus reparos sobre el autor de Tormento: “Para la literatura española es un gigante, pero va un paso por detrás de los grandes del resto de Europa porque ellos empezaron antes. Lo mismo con Bécquer. Galdós no aporta literariamente nada nuevo más que el retrato de la sociedad española. No inventa nada pero resume muy bien. Aplica la falsilla que inventaron los jefes de filas del XIX”.

“Esos escritores a quienes se les acusa de no llegar a la altura canónica son precursores de la literatura vanguardista y del punk. Galdós puede ser el tatarabuelo de Siniestro Total”, sostiene Cristina Morales

Javier Marías, por su parte, advierte de que leyó mucho a Galdós pero no ha vuelto a él: “Las impresiones de juventud no resultan muy fiables al cabo de los años, pero la idea que me ha quedado es que se trata de un excelente novelista —una de las cumbres de la novela decimonónica en español— que no ha trascendido su época. Está, por así decir, muy fechado. Algo parecido a lo que le pasa a [Camilo José] Cela”. Esto no tiene que ver, aclara, con el momento en que vivió: “Henry James es un estricto coetáneo suyo y lo percibo como alguien que sigue vigente”. ¿Cuál es el problema? “Estos días he empezado a releer Fortunata y Jacinta y los diálogos me chirrían porque están llenos de casticismos que no llevan a ninguna parte. Los personajes hablan y hablan pero no dicen nada”. Pese a todo, sostiene Marías, “Galdós tenía un grandísimo talento y merece la pena seguir leyéndolo, pero no sé si imitándolo. Lo que me parece extraño es que todavía haya tantos autores españoles que lo tengan como modelo”.

Respecto a la equiparación del autor español con sus pares europeos, Marías es, de nuevo, cauto pero rotundo: “Cada uno tienes sus panteones y fetiches, y más en una época que cuestiona el canon. Yo, por ejemplo, no considero un grande a Dostoiévski. Me cansa. Y sí me lo parece Joseph Conrad, que hasta no hace demasiado era tenido por un escritor de aventuras. ¿Hubiera tenido Galdós otra suerte de ser ruso o francés? Es posible, pero Eça de Queirós es portugués y me parece más grande”.

Para Cristina Morales, último premio Nacional de Narrativa, “entrar en el fango, en la marranería quizá sea lo que permite alzar el vuelo. Esos escritores a quienes se les acusa de no llegar a la altura canónica son precursores de la literatura vanguardista y del punk, esa corriente que encuentra la vida en la podredumbre. Galdós puede ser el tatarabuelo de Siniestro Total”.

Morales reconoce no estar muy al tanto de los debates que rodean a Galdós. A ella se le cayó de las manos una novela de don Benito en el instituto, pero volvió a él tiempo después cuando trabajaba en su novela Terroristas modernos, que trataba sobre la posguerra de la Guerra de Independencia. “No había apenas referentes y tenía que recurrir a la prensa de aquella época o a Galdós, que, aunque no vivió en ese momento, rellenó un hueco historiográfico que había quedado vacío. Así que mi acercamiento a su obra es desde un lugar poco menos que cínico. Le veo como un compañero, no como un elefante blanco”, apunta.

Tal vez las nuevas generaciones establezcan otra relación con Benito Pérez Galdós, que lleva más de un siglo siendo el elefante con el que todo el mundo tropieza. Antonio Muñoz Molina ha escrito tanto sobre él que no quiere añadir nada más a la polémica. Javier Cercas también ha dicho lo suyo pero añade una conclusión con la que todos estarán de acuerdo: “Lo que prueban los debates sobre Galdós es que está vivo. Y esto es lo mejor que le puede pasar a un clásico”.

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