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Pierre Cardin, un futurista cardinal del teatro de ballet

El primer trabajo importante del diseñador fue el vestuario, accesorios y máscaras del filme ‘La bella y la bestia’ (1946), donde ya se dejó sentir en el joven inquieto la influencia del artista Christian Bérard

Pierre Cardin, en noviembre de 2014 en la inauguración de su museo en París.
Pierre Cardin, en noviembre de 2014 en la inauguración de su museo en París.Jacques Brinon (AP)

Cuando en 1972 el recamado telón dorado con hoces y martillos del Teatro Bolshoi de Moscú se levantó para que empezara la función de estreno del ballet Anna Karenina, creado y bailado por Maya Plisetskaia, el público enmudeció. En los decorados sutilmente realistas de Levental se enmarcaba un vestuario fantástico y elegante, visionario y lujoso sin estridencia alguna. Pierre Cardin (San Biagio di Callanta, 1922 – Neuilly-sur-Seine, 2020) lo dibujó y gran parte lo cosió él mismo. Las puntadas que recortaban las faldas de la diva moscovita habían sido hilvanados por las manos del gran estilista francés. Así se daba inicio a una estrecha amistad que duraría toda la vida y a unas colaboraciones artísticas llenas de refinamiento, arte y belleza.

Pierre Cardin, lo decía el mismo, rozó varias veces la dedicación exclusiva al “vestuario de imaginación escénica”, un término que le había regalado su amigo Jean Cocteau. El primer trabajo importante de Cardin fue el vestuario, accesorios y máscaras del filme La bella y la bestia (1946), donde ya se dejó sentir en el joven inquieto la influencia del artista Christian Bérard. El trabajo junto a Elsa Schiaparelli y la temprana amistad con Salvador Dalí (a quien vistió muchísimo) terminaron de configurar una estilística donde aunaba cierto perfume surrealista con futurismo. Eso lo distinguió. Y digamos algo básico: el “new-look” tal como nos lo legó Dior para la eternidad, tiene mucho también de Cardin, pues Christian Dior recibió a Pierre como un discípulo predilecto y lo terminó de pulir. Cuando se independizó, el primer atelier abierto en 1950 en el 10 de la Rue Richepanse parisiense, estaba centrado en la ropa de teatro y ballet.

La última y muy reciente exposición del Brooklyn Museum en mayo de 2019 comisariada y diseñada por Matthew Yokobovski hacía énfasis en la “teatralidad liberada” del diseño vanguardista de Pierre Cardin e inventariaba una serie de trabajos legendarios donde el experimento material jugaba un papel vector. El plexiglás, el metacrilato, la resina coloreada y moldeable, el vinilo laminado o soportado sobre trama de tejido, apreció en las propuestas de colecciones y series, pero también en su ropa teatral de ballet.

En 1970 Pierre Cardin abre en París el Espace Cardin, que duró hasta 2016, un centro de mecenazgo para la música, el teatro y la danza donde su amiga Plisetskaia estrenó multitud de piezas, como La dama del perrito y La gaviota, ambas inspiradas en Chéjov y con vestuario suyo, ambos ballets se vieron en Madrid en el Teatro Monumental.

Siempre activo, Pierre Cardin compró el castillo del Marqués de Sade en Lacoste y sabía muy bien lo que hacía, tal como suyo es el Palazzo Bragadin de Venecia donde vivió Casanova. Allí en Lacoste creó un festival anual de artes escénicas. Su interés no decayó con los años, al contrario. Diseñó los trajes y produjo para la bailarina estrella de la Ópera de París Marie-Claude Pietragalla el ballet Marco Polo. Venía de una experiencia compleja, un musical integrador basado en “Tristán e Isolda” donde incluyó a un grupo de baile de jóvenes chechenos. Todo un mensaje vocacional.

Giacomo Casanova es uno de sus personajes fetiches de la vida de Pierre Cardin, y en 2009 crea un espectáculo junto a Julian Lestel, del Ballet Nacional de Marsella, inspirado en las Memorias de este personaje singular. No nos olvidemos que Pierre Cardin es un protovéneto, un veneciano del norte oriental, nacido en los meandros de Treviso. Y esa alma de cultura adriática con ecos de Bizancio, siempre abierto a la conquista de la invención, lo plasmó siempre en una síntesis atrevida y sin concesiones. En 2018 hizo en Pekín (donde había sido el primero en ir en los tiempos cerrados del maoísmo) un ballet monumental que miraba hacia un horizonte globalizado y geométrico lleno de cambios e interrogantes.

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