Andrés Trapiello funda una editorial familiar para publicar los diarios que inició hace 30 años
El título inaugural, ‘Quasi una fantasía’, es el vigesimotercer tomo de un proyecto que acumula ya 12.000 páginas y que nació cuando el género no tenía arraigo en España
Lo primero que anota Andrés Trapiello cada vez que estrena un cuaderno es: “En caso de pérdida o extravío…”. Luego añade la dirección de su casa, en la calle Conde de Xiquena de Madrid. Esa casa y esa calle son dos de los escenarios principales de sus monumentales diarios: 12.000 páginas, 23 tomos. Bajo el título general de Salón de pasos perdidos, esa obra en marcha es uno de los grandes proyectos narrativos de la literatura española actual. Esta semana, tres décadas después de lanzar la primera entrega ―El gato encerrado―, ve la luz un nuevo volumen: Quasi una fantasía. La noticia es que ese nuevo libro inaugura Ediciones del Arrabal, recién fundada por el propio Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 67 años) junto a su esposa, Miriam Moreno (ensayista), y a sus hijos, Rafael (ingeniero y fotógrafo) y Guillermo (arquitecto y diseñador).
De Galdós a Carlos Barral pasando por Juan Ramón Jiménez, Jesús Munárriz, Abelardo Linares, Agustín García Calvo, Javier Marías o Elena Medel, en España la tradición de escritores-editores es larga. Tal vez la gran diferencia sea que, además de poeta (premio de la Crítica en 1994) y novelista (premio Nadal en 2003), Trapiello es también un cotizado tipógrafo. El Diccionario de las vanguardias, de Juan Manuel Bonet, o los exquisitos álbumes biográficos de la Residencia de Estudiantes llevan su firma. También ensayos propios publicados por Destino, como Las armas y las letras, El Rastro o el más reciente: Madrid.
Fue precisamente durante la escritura de este último cuando surgió el nombre del sello. “Se le ocurrió a Miriam”, explica el escritor. “En los arrabales es donde más viva está una ciudad”. Otra peculiaridad reside en el hecho de que Ediciones del Arrabal nazca para publicar Salón de pasos perdidos. Los 22 tomos anteriores corrieron a cargo de Pre-Textos. Para disipar cualquier susceptibilidad, el director del sello valenciano, Manuel Borrás, será el encargado de presentar Quasi una fantasía. “Sin su fe estos diarios no existirían”, aclara Trapiello. “Es como un hermano y ha comprendido el espíritu familiar de este Arrabal. Además, yo ya había diseñado cubiertas de libros con Guillermo”. Por no hablar de editoriales y colecciones fundadas por él en el pasado, como La Ventura, Trieste o La Veleta: “Ahora me siento más libre. Cuando le daba los manuscritos a Manuel pensaba: ‘Pobre, lo pongo en un compromiso. Le van a llover las quejas”.
El escritor leonés se refiere a los sarpullidos ―y carcajadas― que han provocado algunos de los retratos incluidos en sus notas. A pesar de que los retratados aparecen siempre identificados con una X: “El inconveniente es que siempre hay 20 que se atribuyen cada X. Cuando dices que ‘X es maravilloso’ nadie te llama”. Las páginas de Quasi una fantasía ―reescritura del cuaderno de 2009― recogen, junto a la vida en Conde de Xiquena o en el campo extremeño, la rocambolesca promoción de la novela Los confines, viajes a París y Logroño y una incursión ―kafkiana y chaplinesca― en el extinto Festival Hay de Granada con Orhan Pamuk como estrella invitada.
Trapiello, que recuerda que empezó a publicar sus diarios cuando nadie hablaba de autoficción, insiste en que los suyos son “una novela” en la que todos los personajes se llaman X: “Siempre he querido que los personajes valgan por lo que hacen y no por lo que son. Cuando lo que miras tiene interés, no tienes ni que inventar, basta copiar del natural”.
En el prólogo a Quasi una fantasía se nos cuenta que su autor fue una vez invitado a La Moncloa en tiempos de Aznar. No hubo segunda. A alguien le dio miedo que sus anotaciones se convirtieran en armas de destrucción masiva. El aludido sonríe: “Jamás he traicionado una confidencia que me hayan hecho. Todos mis personajes son X, pero si voy a ver al Papa y me dice que no cree en Dios no tiene sentido escribir: he estado con X y me ha dicho... Como no veo mucho al Papa, ese problema no se me presenta”.
La suerte de los diarios ha cambiado en España desde que Andrés Trapiello echara a andar los suyos en 1990. En parte, por su influencia. La fidelidad de cientos de lectores, la ciencia de un puñado de doctorandos y la devoción confesa de ilustres cultivadores del género como Héctor Abad Faciolince o Ignacio Peyró contrastan hoy con la desconfianza con la que fueron recibidos originalmente: “Los rechazaron cinco editoriales y fueron tratados con hostilidad por la crítica y la academia, pero debo reconocer que sin ese rechazo habrían sido distintos, tal vez peores. A los que más agradecido estoy en la vida es a aquellos que me echaron de los sitios. Porque fueron más valientes que yo y me ayudaron a tomar una decisión que hubiera tardado en tomar. A mi padre, por echarme de casa; a los camaradas, por echarme del Partido; a la universidad española…”.
Ni él mismo se explica el éxito de sus diarios. ¿El sentido del humor? ¿La melancolía? “Me gustaría pensar que la naturalidad”, apunta. “Juan Ramón decía que prefería a Ortega hablando que escribiendo porque hablando no le daba tiempo a preparar la metáfora. La escritura debe parecer que habla. Resulta más espontánea, más viva. ‘Quien escribe como se habla llegará en lo porvenir más lejos que quien escribe como se escribe’, decía también Juan Ramón. Salvo en Cádiz, donde el talento es inagotable, la gente no va por ahí diciendo grandezas. Suena a paradoja, pero mi obsesión es trabajar la naturalidad”.
En un pasaje de Quasi una fantasía se recoge una escena en la que Guillermo ve a su padre concentrado en un cuaderno y le pregunta: “¿Hasta cuándo escribirás tus diarios?”. Respuesta: “Hasta que en ellos no pasen más que cosas buenas”. Repregunta: “¿Cómo qué?”. Al ver al hijo atizar un tronco de la chimenea para ver salir de él “los duendes”, el escritor se acuerda de la definición que el diccionario de Covarrubias da de la palabra centella ―”raspa del fuego que sale del pedernal herido”― y responde: “Hasta decir del mundo como lo dijo Covarrubias: raspa del fuego que sale del pedernal herido”. Y el hijo: “Te entiendo”.
Cuando se le repite la misma pregunta, Trapiello contesta que hasta que se muera. Pero no más allá. En un mueble al lado de la tele conserva los originales de sus diarios hasta 2020. Dado que acaba de publicar los de 2009, es posible que alguno se quede por pasar a limpio, proceso que considera fundamental: “De las 250 páginas que escribo cada año me sirven 50, que se transforman en 500 después de un proceso febril de trabajo y de siete u ocho correcciones. Muchos tomos se quedarán sin reescribir y no tendrán el menor valor. Este proyecto se termina cuando yo deje de reescribirlo. Los originales serían el mayor alegato contra mí. Son más malos… Reiterativos, improvisados, llorones a veces, iracundos… Son un desahogo. Sin reelaborar son ilegibles”. ¿Prohibirá la publicación póstuma de los inéditos? “Lo que se diga en vida... Siempre me ha parecido ridículo eso de Elias Canetti de: ‘Voy a dejar este legado para que se abra dentro de 40 años’. Como los misterios de Fátima, que no tenían ningún misterio”.
Babelia
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