La basílica romana era en realidad una mezquita
Dos arqueólogos ubican al-Yazira, la ciudad desde la que Abderramán III sitió Zaragoza, en un enclave a orillas del Ebro donde en 1973 se hallaron unos restos identificados erróneamente como iberorromanos
Antes de levantar la fastuosa ciudad palatina de Medina Azahara, Abderramán III (891-961), el califa que convirtió Córdoba en la capital del nuevo imperio musulmán de Occidente en el siglo X, fundó otras cuatro urbes efímeras desde las que se hizo fuerte para acabar con las familias levantiscas que osaron retar el poderío de la dinastía de los omeyas. Enclaves en los que residió con su corte, que contaron con alcázar, mezquita y zoco y le sirvieron como ensayo de Medina Azahara, el más hermoso ejemplo de la arquitectura de estilo califal de al-Ándalus. Los arqueólogos José Ángel Asensio y Virgilio Martínez Enamorado han descubierto la localización exacta de una de ellas: al-Yazira (la Isla), donde el califa se instaló para derrotar a los sublevados en Zaragoza.
Desde al-Yazira, en una de sus grandes aventuras bélicas, Abderramán III sitió durante cuatro años a los tuyibíes de Saraqusta (Zaragoza), que dominaban el valle del Ebro y querían liberarse de la autoridad cordobesa. Dos cronistas musulmanes relatan los hechos y los datan entre 934 y 937, pero nadie hasta ahora había ubicado esta ciudad campamental construida por el califa que se autotituló “Aquel que hace triunfar la religión de Alá”. Asensio y Martínez Enamorado han descubierto que al-Yazira estuvo en el cabezo de Miranda, un enclave a orillas del Ebro en el término municipal de Zaragoza y a siete kilómetros en línea recta de la basílica del Pilar.
Los investigadores han identificado los cimientos de piedra de la mezquita, los restos de sus muros de tapial de barro y mantos de tejas árabes de más de medio metro que tienen la estratigrafía típica del derrumbe de un edificio de gran entidad que se produciría tras el abandono del campamento. También, restos de plantas de otros edificios. “Yo había estudiado la mezquita en los años noventa. Entonces, los restos de la planta con sus tres naves estaban más visibles, pero no los había relacionado con al-Yazira. Es un gran edificio con capacidad para unas 350 personas, muy similar a otras mezquitas que se construyeron en Córdoba en la misma época, como la del Fontanar o la califal que está en el convento de Santa Clara. Hay también restos de una muralla de cuatro metros de ancho que cerraría la parte del cabezo que da al monte, porque lo que da al valle es un cortado de unos 50 metros de altura que no necesita defensa. Según los cronistas, había un alcázar y en la llanura estaban el campamento de los soldados y un zoco”, apunta Asensio.
Los arqueólogos han realizado su estudio durante la pandemia y han publicado el resultado, titulado A las puertas de Zaragoza, el pasado 31 de mayo en la editorial gaditana La Serranía. A través de las casi 300 páginas de este trabajo, que incluye los textos árabes originales y sus traducciones, revisadas por Martínez Enamorado, los autores han seguido un proceso hipotético deductivo y han comprobado que “todo cuadra como la maquinaria de un reloj”, en palabras de José Ángel Asensio (Zaragoza, 52 años), doctor en Historia y especialista en arquitectura romana y de al-Ándalus. En 2003, el estudioso publicó que la mayoría de los restos que se descubrieron en el cabezo de Miranda en la campaña de excavación de 1973 que dirigió Guillermo Fatás, que entonces se dataron como íberorromanos, son en realidad del siglo X.
Lo que se había descrito como una basílica romana es la planta de una mezquita de 180 metros cuadrados con tres naves y un mihrab que mira al sureste, una orientación típica de al-Ándalus, similar a la de Medina Azahara. Sin embargo, en su investigación publicada en 2003 en la revista de la Universidad de Zaragoza Saldvie, Asensio presentó el descubrimiento como una mezquita rural y no la relacionó con la ciudad campamental de Abderramán III.
Virgilio Martínez Enamorado (Casabermeja, Málaga, 56 años), doctor en Historia Medieval, arabista y profesor de la Universidad de Málaga, ya había localizado antes y publicado la ubicación de otras dos de las cuatro ciudades campamentales que fundó el califa omeya. Las instaló en Málaga para reducir a los amotinados de Bobastro: Talyayra (en El Castillejo de Álora) y al-Madina (en un cortijo de Antequera). El cuarto de los enclaves, desde el que sitió Toledo de 930 a 932, está aún por identificar.
“José Ángel leyó la noticia del descubrimiento de al-Madina que salió en la portada de EL PAÍS el 25 de diciembre de 2019 y se puso en contacto conmigo para decirme que en 2003 publicó un artículo sobre una mezquita rural muy cerca de Zaragoza. Cuando comprobamos las referencias que aparecen en los textos árabes y las fechas, todo encajaba a la perfección”, explica Martínez Enamorado.
Ibn Hayyan (Córdoba, 987-1075), el gran cronista de los omeyas, menciona la ciudad varias veces en su libro Muqtabis V: “Al día siguiente, el ejército dejó su campamento en el Huerva y fue a plantarlo en al-Yazira en el Ebro, a las puertas de Zaragoza, donde el vencedor de la religión de Alá [Abderramán III] hizo alto y fijó su campamento con todas sus tropas y reclutas, construyendo palacios y edificios para sí mismo, sus hijos y sus caídes, pudiendo observar desde algunos de los puntos elevados que erigió la ciudad de Zaragoza, cuya alcazaba dominaba”.
También aparecen referencias en la obra del geógrafo e historiador almeriense Al-Udri (1003-1085), quien residió algún tiempo en Zaragoza: “En el año 936 el Príncipe de los Creyentes partió en campaña contra Zaragoza, quedándose en el campamento con el propósito de rodear la ciudad con un cinturón. Dio orden de construir la muralla en el mismo campamento. Fue conquistado el puente y la situación de Ibn Hasim se hizo insostenible. Cambió, pues, de conducta y buscó el camino del arrepentimiento (…) y Abderramán entró en Zaragoza el 23 de noviembre de 937”.
Para corroborar su hipótesis, Asensio y Martínez Enamorado también han vuelto a estudiar el material hallado durante la campaña de 1973, que está depositado en el Museo Provincial de Zaragoza: “Son cerámicas y restos pétreos que están catalogados como de época romana, pero gran parte son del siglo X. Son fragmentos de piezas comunes, como candiles de aceite y botellas con cuellos muy prominentes y una decoración extraña en este contexto geográfico, no es propia del valle del Ebro, sino del sur de al-Ándalus”, explican.
Un cabezo muy transitado
El cabezo de Miranda está actualmente dentro del campo de maniobras de San Gregorio del Ejército de Tierra y limita con el espacio natural del galacho de Juslibol, por lo que, aunque está prohibida la entrada, es frecuente que muchas personas traspasen el límite y suban al cerro. La primera ocupación del terreno sobre el promontorio que da al Ebro es de la Edad del Hierro, de los siglos VI y V antes de Cristo. Su meseta fue después asentamiento iberorromano y en el siglo X se convirtió en al-Yazira durante cuatro años, un topónimo árabe muy frecuente en los entornos fluviales que también aparece como Aliacira o Algeciras.
“Al-Yazira desaparece de los textos en el siglo XII y en el XIII la zona se vuelve a habitar y se construye el castillo de Miranda, que se abandona por completo en el XV. Después, en las ruinas se levantó una ermita dedicada a la Virgen de Miranda y a la que se acudía en romería hasta mediados del XIX”, enumera Asensio. Tras la publicación, en la que ha colaborado el Gobierno de Aragón, los arqueólogos confían en que se pueda iniciar una campaña arqueológica que estudie el cabezo de Miranda a la luz de los nuevos datos.
Babelia
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